Ciencia versus teorías de conspiración: ¿Una nueva edad oscura?

El método científico, que deriva del pensamiento racional y crítico, resultará en una de las pocas armas de la sociedad contra los prejuicios y supersticiones. En tiempos de crisis global, ya sea por la economía, el cambio climático, la guerra y las injusticias sociales o ambientales, o todas las anteriores, parece que crece el peligro de una nueva era de oscurantismo, superstición e irracionalidad.

Ya no se trata solo de quebrar un espejo, pasar bajo una escalera o que se cruce un gato negro en el camino, sino de creencias más complejas basadas en miedos profundos, miedos que se vieron amplificados por la reciente pandemia, pero que venían abriendo una brecha enorme entre la realidad empírica y las posibles respuestas a lo "inexplicable".

Hoy, como a fines de los milenios, nuevamente nos mostramos proclives a teorías de la conspiración, como los chips en las vacunas contra el coronavirus, la mentira del cambio climático o la depuración racial, todas ideas que debieron quedar sepultadas hace años por terabytes de evidencia científica. A modo de ejemplo, tomaré estas tres.

A comienzos de la pandemia, se viralizaron afirmaciones sobre las vacunas. Entre las más populares: que se usaron para implantar microchips 5G, que son capaces de cambiar el ADN y que contienen grafeno. Este último material, derivado del carbono, de potencial tecnológico enorme, es de producción muy cara y totalmente ausente de la producción de las vacunas contra el coronavirus, como muchas asociaciones científicas y médicas han asegurado. Del mismo modo, la modificación del material genético humano supondría la inserción intencional de ADN foráneo en el núcleo de una célula, labor que no realizan las vacunas.

El reciente ganador del premio Nobel de Medicina 2022, doctor Svante Pääbo, descifró la intrincada relación de nuestra especie (Homo sapiens) y nuestros parientes homínidos extintos. Con modernas técnicas de biología molecular, secuenció el ADN de los neandertales (nuestros parientes más cercanos) y después de los denisovanos, otro de los homínidos extintos con los que nuestro linaje compartió y se mezcló, pues hoy es posible establecer que parte de la población mundial aún tiene genes neandertales y denisovanos.

La ciencia de la genética humana nos ilumina nuevamente, cuando viejos y erróneos conceptos como el de "pureza racial" vuelven a la vida. La genética molecular demuestra, abrumadoramente, que no existen razas puras ni perfectas, pues todos los grupos humanos, por confinados que parezcan, tienen genes de diferentes orígenes, incluso neandertales y denisovanos y que, literalmente, las razas actuales tienen genéticamente muy pocas diferencias entre sí, al descender de un solo linaje de humanos salido de África hace unos 70.000 años.

La moderna evolución entrega una visión clara sobre el origen y dispersión de los humanos, junto con una lección de humildad, pues muchos de nuestros parientes más cercanos estuvieron más tiempo que nosotros sobre la faz de la Tierra y se extinguieron, poniendo dudas sobre la "sapiencia" de nuestra especie y, particularmente, de nuestra generación, que debiera ser la más consciente de que muy pocos genes nos diferencian y que afrontamos, todos juntos, uno de los desafíos más grandes de la humanidad: el cambio climático de los siglos XX y XXI.

A propósito del cambio climático y de los frenéticos esfuerzos de científicas y científicos de todas las edades por estudiar, comprender y predecir de la mejor manera posible un fenómeno de origen antrópico, que se encuentra ampliamente documentado y consensuado, aún hay personas y organizaciones que, sin negar el incremento global de las temperaturas, refutan que su génesis se encuentre en los gases de efecto invernadero que hemos liberado desde el comienzo de la revolución industrial. De la misma manera, cuestionan sus efectos negativos e influyen para que no se radicalicen las medidas necesarias para reducir los efectos de la crisis climática.

Sigamos la línea argumental del negacionismo climático. Algunas de las afirmaciones más viralizadas son: "Hasta la década de 1960 no disponíamos de mediciones fidedignas y el calentamiento habría empezado antes de la Revolución Industrial", "la temperatura planetaria está subiendo, pero no sabemos desde cuándo" o "los calentamientos son procesos naturales de la Tierra y no dependen de las concentraciones de gases".

Espero se comprenda que después de casi 6 reportes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) desde 1988, resulta contundente la evidencia que sostiene la veracidad del cambio climático, sus causas, posibles repercusiones y recomienda estrategias de respuesta. Dudarlo es como cuestionar la esfericidad terrestre o la existencia de Antártica... Tema al que me dedicaré en la siguiente columna.

Pues bien, los testigos de hielo de la Antártica y el Ártico nos muestran en las burbujas de aire capturadas hace cientos y miles de años que la composición de los gases de la atmósfera preindustrial (previa a 1750) era radicalmente distinta a la actual, con una mucho menor concentración de gases de efecto invernadero y que estos han aumentado su concentración notablemente desde ese entonces. De manera muy coherente, se constató que las temperaturas también comenzaron a aumentar paulatinamente desde 1750, siendo estas las más altas temperaturas de los últimos 125.000 años, y las concentraciones de dióxido de carbono (CO2), las mayores de los últimos 4 millones de años.

El CO2 en la atmósfera está alcanzando niveles 50% más altos que cuando la humanidad comenzó a quemar combustibles fósiles a gran escala durante la Revolución Industrial. Mediciones recientes del observatorio de Mauna Loa, en Hawai, muestran que durante 2022 los niveles de CO2 atmosférico superaron las 420 partes por millón (ppm). Los niveles preindustriales eran de unas 278 ppm.

Finalmente, es correcto afirmar que la temperatura del planeta ha oscilado mucho durante la historia natural. La temperatura del planeta depende tanto de los gases atmosféricos, como también de la posición de la Tierra respecto del Sol, fenómenos cíclicos explicados por el astrónomo y geofísico serbio Milutin Milanković en la década de 1920. Estos explican cómo las variaciones orbitales son causantes de las variaciones climáticas de nuestro planeta, modelo comprobado cuando se hallaron evidencias desde muchas disciplinas científicas de que habían ocurrido numerosos calentamientos (interglaciales) y glaciaciones, en un patrón que se correspondía muy bien con los postulados del serbio.

Sin embargo, el incremento en la curva de temperaturas desde 1750 se dispara sobre las predicciones del modelo. Claramente había un factor que escapa a lo natural y se halla estrechamente conectado con el aumento de gases de efecto invernadero. Pero, como decía Carl Sagan, "la curiosidad y el afán de resolver dilemas constituyen el sello distintivo de nuestra especie." Y es lo que caracteriza a las y los científicos.

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