¿Un cine fantástico?

En la predecible agenda de marzo se nos instaló hace algunos años la ceremonia de premiación de los Oscar, y nosotros como fieles ciudadanos del imperio, partisanos del sur del río Grande, caemos redonditos en las trasmisiones televisivas que dan cuenta de los pormenores de la premiación a las supuestas mejores películas del cine.

Pero aunque todos sabemos que el Oscar en general es sólo una distinción a las películas que se producen en el mercado hollywoodense, salvo el reconocimiento aislado a un film extranjero y alguna otra nominación por ahí de baja monta, finalmente los medios y nosotros convertimos a esa noche de vestidos largos, glamour y comentaristas chilenos hiperventilados, en una especie de noche mágica del séptimo arte, en una fiesta donde generalmente no tenemos pito que tocar, ni música que bailar.

Por eso es entendible la algarabía, la excitación, la orgásmica felicidad vivida por los chilenos ante cualquier mención que se haga a nuestro país, aunque el Oscar se haya dado a una película donde el chilenito apenas haya sido un doble en una escena de acción. Sin embargo, el caso de anoche, a pesar de todo, fue distinto.

Fue distinto no porque efectivamente se consagre a “La Mujer Fantástica” como la mejor película del año en habla no inglesa, porque no lo es.

Ni siquiera porque con este inédito premio a un film de estos lares se premie la calidad consagrada de la industria del cine chileno, a Chile como país culturalmente a la vanguardia ni menos al mejor largometraje de la historia de nuestro cine.

Todos los años se premia a películas aisladas de filmografías nacionales maduras o emergentes, sólidas o precarias, como fue el caso, como con casi ninguna otra categoría; la de la mejor película extranjera es un Oscar que reconoce una película individual, el esfuerzo de un equipo, la perseverancia de un director, de un productor ejecutivo, de un actor que no sólo sacrificó su sueldo sino que muchas veces tuvo que poner plata de su bolsillo y contactos para que la película circulara. Pues bien, este no es del todo el caso de “La mujer fantástica”, ni tampoco una situación tan excepcional del cine chileno.

Es probable pasen muchos años para volver a conquistar un galardón como éste, o que el premio siga siendo una golondrina que no hace verano, pero está claro que ratifica el crecimiento del cine chileno.

Aunque todavía insuficiente, cada día hay más apoyo público al cine nacional: fondos concursables, facilidad crediticia, gestión de organismos como CORFO, ProChile, el Banco del Estado o el CNTV, entre otros, más el evidente talento creativo, la buena formación profesional en las técnicas del lenguaje audiovisual y la innovación en las temáticas abordadas en las historias han contribuido a desplegar una incipiente industria cinematográfica.

Nunca en Chile se había filmado tanto, nunca con tanto público y nunca con tal calidad estética y fílmica, y sin duda esos son hechos destacables.

Con todo, nos falta mucho para tener una verdadera cultura cinéfila, condición fundamental para que nuestro prometedor futuro adquiera mayor valor. A nuestras salas no llegan algunos de los mejores filmes que se producen cada año.

Tenemos una cartelera de películas de terror. Me refiero a las propias del género y a las películas infantiles y de súper héroes, que salvo excepciones están llenas de lugares comunes y construidas a partir sólo de efectos especiales.

Ni siquiera las premiadas con los Oscar las dan todas, y si las dan, aguantan en cartelera un par de semanas. Nada del cine latinoamericano, europeo, que decir del resto del mundo.

Para nosotros el Oso de Berlín, el León de Venecia, la Palma de Cannes o las Conchas de San Sebastián no son suficiente referentes para acudir a ver una películas, claro ahí no sólo están los mejores directores de EE.UU. como Wes Anderson, los hermanos Coen, Francis Coppola, John Cassavetes o Woody Allen, sino también varias pléyades de nombres rusos, franceses, iraníes, coreanos, armenios o irlandeses que pueden ofrecer un cine muchas veces más original, profundo y emotivo que muchas de esas películas que marchan año tras año por el carmesí de las veredas de Los Ángeles, como si el cine fuera sólo un desfile de modas, una constelación de estrellas millonarias o la distinción de una película cualquiera, el festejo en Plaza Italia propio de barra brava.

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