Caminos de reencuentro

Me parece que vivimos en un ambiente demasiado polarizado y con un alto grado de intolerancia. Es cuestión de mirar el lenguaje descalificatorio que campea en las redes sociales. Respiramos un ambiente cargado de odiosidad, generado en gran parte por las ya mencionadas redes sociales, por alguna prensa y noticiarios de televisión en los que, para captar público, no se trepida en dar noticias desde una perspectiva tendenciosa, y no pocas veces errónea de los acontecimientos.

Pobre de aquel que se equivoca, porque rápidamente es apuntado con el dedo y es objeto de una campaña de descrédito implacable, como si los detractores fuesen perfectos, olvidando elementos tan característicos de la condición humana: Por una parte, todos, cual más cual menos, nos equivocamos; y por otra, no estamos completamente determinados sino que tenemos la capacidad de cambiar, de aprender, de reflexionar, de reconocer, de caernos y levantarnos, de arrepentirnos, de enmendar errores, de perdonar, perdonarnos y ser perdonados, cuestión que suena tan difícil, pero que es tan necesaria para una convivencia sana, tanto familiar como socialmente.

La vida es un camino para irnos humanizando, con la posibilidad y el riesgo de la deshumanización.

Se ha dicho repetidamente que si pensamos en el lema de la Revolución Francesa "libertad, igualdad y fraternidad", ésta última es la que está más al debe. Y con razón, porque si se piensa bien, es el fundamento de las otras dos: Si hubiese fraternidad no se conculcaría la libertad de otros ni habría tanta desigualdad.

Necesitamos con urgencia cambiar este clima de enfrentamiento por uno de entendimiento que sea capaz de incorporar las legítimas diferencias. Debemos cultivar la olvidada amistad social o cívica. Tenemos que buscar caminos de reencuentro. Tal es el llamado que hace el papa Francisco en su encíclica "Fratelli tutti", dedicada a la fraternidad y amistad social, y escrita "frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros" (n. 6).

La amistad social consiste en reconocernos como habitantes de un espacio común que, reconociendo nuestras diferencias, buscamos el bien común, o, como dice la encíclica, generamos "procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos" (n. 180). Para esto son primordiales las actitudes de apertura al y reconocimiento del otro en cuanto otro, esto es, en cuanto distinto de mí. Y el método para lograrlo es el diálogo, algunas de cuyas características esenciales las he mencionado en una columna anterior titulada "La sordera narcisista (o el difícil arte del diálogo)".

Lo primero a hacer es preguntarnos a quiénes hemos invisibilizado como sociedad, pues esto constituye con razón una fuente de conflictos inagotable. Debemos preocuparnos no tanto de ser la voz de los sin voz, sino de que todos tengan voz. Francisco nos recuerda que "si a veces los más pobres y los descartados reaccionan con actitudes que parecen antisociales, es importante entender que muchas veces esas reacciones tienen que ver con una historia de menosprecio y de falta de inclusión social" (n. 234).

En este proceso es importante también reconocer y delimitar el o los conflictos. No se avanza negando el conflicto, metiéndolo bajo la alfombra, porque va a seguir creciendo subterráneamente y en algún momento va a reventar con más fuerza aún.

Esto implica sinceridad y verdad en el sentido de desarrollar la capacidad de descubrir la verdad y el bien que hay en el otro, y las propias responsabilidades en la generación del conflicto. El tratamiento del conflicto pasa por dar cuenta de las heridas producidas en él: "En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia" (n. 255).

La amistad cívica no consiste en pasar con aplanadora por arriba de las diferencias, sino en tratar de articularlas: la unidad no es uniformidad, le pese a quien le pese. Algo, por lo demás, que es bastante evidente, pues todos somos distintos y tenemos diversas percepciones de la realidad. Lo que nos lleva a algo ya dicho: necesitamos la voz de todos, porque cada uno tiene la visión de una porción de la realidad que los demás o no ven o la ven con algún grado de deformación. De aquí que los diversos puntos de vista en vez de ser un peligro, sean un motivo de enriquecimiento, porque nos ayudan a tener una visión más acabada de la realidad.

Finalmente, me gustaría resaltar el papel de la educación en estos aspectos. Debemos formar y formarnos en la apertura, el diálogo, la resolución de problemas, la articulación de las diferencias, en cómo compartir en vez de competir, en cómo construir y transitar caminos de reencuentro.

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