Apagar la ciudad

  • Coescrita con Giovanni Vecchio, investigador del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable (CEDEUS) y académico UC

La ciudad a oscuras. En Europa, como una respuesta al encarecimiento del costo de electricidad y gas, muchas de sus ciudades están dejando de funcionar cada vez más temprano, y aprovechando al máximo la luz solar. En Francia, los letreros luminosos de tiendas, bares y restaurantes deben estar apagados entre 1 y 6 de la mañana. En Italia, muchas ciudades han decidido apagar el alumbrado público en los mismos horarios. Y Egipto, el país anfitrión de la reciente COP27, está haciendo lo mismo desde hace algunos meses, apagando las luces en calles y edificios gubernamentales para no gastar energía y venderla a otros países europeos.

¿Es el apagado nocturno el futuro que esperan las grandes ciudades? Por ahora, estamos frente a una decisión motivada con razones geopolíticas y económicas: frente al encarecimiento de la energía por la acción conjunta de la guerra e inflación, los países más afectados están intentando reducir sus consumos energéticos no esenciales. Pero es posible que a futuro hipotéticamente esta sea una reacción cada vez más común frente a los efectos del cambio climático y también de la sequía. Por un lado, la sequía y la dificultad de producir energía con plantas hidroeléctricas pueden hacer encarecer aún más el costo y distribución de la energía. Por el otro, las altas emisiones de muchas actividades urbanas pueden hacer necesario limitar el funcionamiento de algunos espacios, por ejemplo, reduciendo el horario de apertura de algunos servicios comerciales.

Apagar las ciudades en las horas nocturnas plantea un cambio importante para nuestra manera de vivir juntos. Sin duda, estaríamos contaminando menos: se consumiría menos energía y se reducirían los niveles de contaminación lumínica, reduciendo el desperdicio de luz y la alteración de la oscuridad natural. Al mismo tiempo, cambiaría nuestra manera de habitar la ciudad. Con actividades que cierran más temprano, cambiaría el funcionamiento de algunos servicios esenciales y la manera de ocupar el tiempo libre.

Además, con calles más oscuras es posible que las personas se sientan menos seguras al salir de noche, por el miedo a posibles accidentes o asaltos. Estaríamos entonces poniendo en discusión el funcionamiento 24/7 de las ciudades, al que nos hemos gradualmente acostumbrado desde la difusión masiva del alumbrado público y de la cual se puso por primera vez en discusión por las medidas de restricción de la pandemia del Covid-19.

Aunque estemos lejos de Ucrania y del alza del precio de la energía, la posibilidad de apagar las ciudades es válida también para Chile. Reducir la iluminación nocturna significaría importantes ahorros energéticos y ambientales, por ejemplo en ciudades costeras favoreceríamos el tránsito de las aves migratorias, junto con resguardar la limpieza de los cielos, algo fundamental en un país tan importante para la observación astronómica. Al mismo tiempo, tener calles y plazas menos iluminadas podría afectar la ya baja percepción de seguridad de las personas.

Por estas razones, ante estas nuevas decisiones nos conviene enfrentar los desafíos de las crisis energéticas no solo con la transición energética, sino también con el énfasis en que las ciudades puedan ser más sostenibles sin perder la posibilidad de realizar nuestras actividades fuera del horario laboral, en especial las ligadas al ocio. Las ciudades no solo deben responder a la productividad sino garantizar la ocupación segura de los espacios públicos: apagar las luces de las ciudades no debe significar apagar su vitalidad.

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