Alan Turing: un genio, un héroe y un maldito

Hasta no hace mucho no sabía nada de Alan Turing. Ignoraba, por ejemplo, que si yo puedo escribir esta crónica y ustedes leerla en cuestión de segundos es por obra y gracia de este científico británico  del que este año se conmemora el centenario de su nacimiento.

Basta leer un resumen escueto sobre su vida y su obra para asombrarse de lo que fue capaz de hacer su mente privilegiada, al mismo tiempo que estremece conocer detalles de sus últimos días.

Alan Turing vivió 42 años- nació en junio de 1912 y falleció el mismo mes pero de 1954 -, y su legado pervive hasta hoy. Fue matemático, filósofo, criptógrafo, científico de la computación y precursor de la informática moderna. Él fue quien estableció los fundamentos teóricos de la computación. También fue un visionario en biología matemática, en concreto en la morfogénesis.

Hace un mes, científicos del King College de Londres, donde trabajó Turing, confirmaron una de sus teorías al establecer cómo se generan las rayas en los tigres o las manchas en los leopardos. Esta investigación  significará un paso importante en medicina regenerativa.

Terminada la segunda guerra mundial, Turing diseñó uno de los primeros computadores electrónicos programables digitales y además contribuyó a lo que se llamaría Inteligencia Artificial  al argumentar que habría ordenadores capaces de hacer deducciones lógicas, lo que encendió la chispa en la comunidad científica de mitad del siglo XX.

El polifacético científico tuvo además  un destacado papel en la segunda guerra mundial  por ser  uno de los artífices del proceso que permitió descifrar los códigos secretos de los nazis.

Ser un genio, un héroe, no fue suficiente para sus contemporáneos. Su vida personal, su condición de homosexual, pudo más que sus aportaciones al desarrollo de la humanidad y por ello fue procesado en Londres en 1952, con el mismo código que medio siglo antes se castigó a Oscar Wilde- y también por los  mismos delitos achacados al escritor: indecencia grave y perversión sexual.

Un robo en su casa, urdido por su amante, y la consiguiente denuncia a la policía puso al descubierto el lado “oscuro” del científico.

El juez le dio a elegir a Turing dos opciones: la cárcel o la castración. Eligió esta última.

Separado de sus actividades y desprestigiado socialmente, se sometió a inyecciones de estrógenos  durante un año lo que le acarrearon secuelas psíquicas y físicas: aumento de peso, crecimiento de pechos e impotencia.

Abandonado a su suerte y solo protegido por su familia, Alan Turing se suicidó mordiendo una manzana envenenada con cianuro el 6 de junio de 1954.

Hace cuatro años,  el entonces primer ministro británico, Gordon Brown, se disculpó en nombre del gobierno de Su Majestad  por el trato dado al científico durante los últimos años de su vida.

Pero como el desprecio de ciertos sectores no tiene fecha de caducidad contra aquellos que trasgreden las normas, hace tan solo unas semanas  el Parlamento británico negó el indulto póstumo para Alan Turing con el argumento  de que cuando fue enjuiciado la homosexualidad era delito.

La comunidad científica ha estado a la altura y de manera permanente enaltece al que fuera uno de los científicos más visionarios del siglo XX con publicaciones en prestigiosas revistas, con reconocimientos en conferencias y foros y con la entrega del Premio Turing a quienes destaquen por  sus contribuciones al desarrollo de la computación.Un premio de enorme prestigio, comparable a un Premio Nobel.

Hay libros que nos acercan a la vida y obra de Alan Turing pero falta una película que lleve a un máximo de audiencia su contribución a la humanidad , al mismo tiempo que sirva de lección a quienes humillan, condenan, torturan y matan al que es diferente.

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