Algo personal

Gracias a un concurso público, fui designado director del Museo Gabriela Mistral de la ciudad de Vicuña, en la provincia de Elqui, región a la que me unen lazos de amistad con su gente y admiración por sus paisajes.

Agradezco a la Dirección de Archivos y Museos del ministerio de Educación el honor que me confieren en un momento delicado en mi vida profesional, en que algunos sin saber nada se han erguido como jueces. Esta designación me permite seguir adelante con mi trabajo en el fascinante ámbito de los museos y retomar la pasión literaria que me llevó a la universidad.

Cuando renuncié al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, que dirigí durante cinco años, algunos pensaron que estaba muerto, cívicamente hablando. Y en verdad, me siento resucitado. Para que se me entienda, lo voy a decir con las palabras de Gabriela Mistral: “Resucitar no significa morirse y volver, es de una parte, acordarse, y de otra, ensancharse, retomando las posesiones perdidas; es, reintegrarse y añadir creaciones nuevas a nuestro haber espiritual”[1].

Aspiro a responder a esa confianza poniendo en juego la experiencia de toda una vida dedicada a la actividad pública, especialmente en el campo de la cultura y los derechos humanos.

Llego a este museo cuyos orígenes se remontan a mediados de la década del 30 del siglo pasado cuando destacados vecinos de Vicuña, motivados por Emelina Molina, crearon el Centro Cultural Gabriela Mistral y el Museo del mismo nombre a fines de los años 50. Su primera directora, como debía ser, fue una mujer, Isolina Barraza, a quien le sucedería don Pedro Moral Quemada, presidente honorario y vitalicio de la institución. Los nombro a ellos para inscribirme en una tradición a la que espero ser fiel.

El edificio ubicado en el sitio que albergaba la casa de infancia de Gabriela fue inaugurado durante el Gobierno de Salvador Allende el año 1971 y remodelado por el gobierno de Ricardo Lagos en 2001, generando un bello inmueble que se proyecta diagonalmente hasta  las profundidades del valle de Elqui, en Montegrande, donde descansan los restos de Gabriela junto a su amado Yin Yin.

Comparto plenamente la idea de, sin necesariamente poner en cuestión el referente simbólico que se ha constituido históricamente en relación a Gabriela en torno a los libros escolares, ensanchar la imagen de Gabriela exponiendo una lectura más compleja y contemporánea de la Mistral, que dé cuenta de lo que ya diversos connotados mistralianos, como Pedro Pablo Zegers, Jaime Quezada, Soledad Fariña, Raquel Olea, Luis Vargas Saavedra o Ana Pizarro, han puesto en evidencia, esto es, Gabriela como una poderosa intelectual, con un agudo discurso humanista, político, americanista, indigenista, a veces incómodo y las más de las veces mordazmente crítico; no feminista pero sí ferozmente reivindicadora del papel, derechos y dignidad de la mujer, una Mistral trascendente y actual, desafortunadamente desconocida aún para la mayoría de los chilenos.

La actualidad del pensamiento de Gabriela se torna evidente cuando leemos su prosa, parte de la cual ha sido publicada por diversos antologistas, y que ha sido muy enriquecida por el “legado Gabriela Mistral”, que se encuentra en la Biblioteca Nacional y en este museo. Me refiero obviamente a la colección de manuscritos legados por Doris Dana a Doris Atkinson y por ésta a nuestro país.

Sé bien que el Museo Gabriela Mistral es como un faro de luz en la región de Coquimbo, un lugar de inspiración y de vida cultural que acoge múltiples expresiones.

Créanme que quisiera potenciar esas virtudes, pero también quisiera que reconociéramos, como me dijo el director de la Biblioteca Nacional, quien fuera director de este mismo museo y es hoy una auténtica autoridad en lo que a la Mistral se refiere, que éste museo es el único museo literario del país y uno de los pocos en América Latina, por lo que considero que una de mis misiones principales será desarrollar al máximo esa especificidad, motivando la lectura en nuestros niños, realizando debates, lecturas, seminarios, coloquios, publicaciones que muestren la enorme vitalidad de la poesía y de la literatura en general en Chile y la actualidad de nuestra Gabriela.

La Mistral, como Pablo Neruda, Nicanor Parra, Vicente Huidobro, Pablo De Rocka, Raúl Zurita, Enrique Lhin, Gonzalo Rojas, (lamento nombrar sólo hombres) y tantos otros forman parte de ese contundente, enorme, maravilloso legado vital que es nuestra poesía, en que se funden sueños y dolores, para dar alas a nuestra lengua, para avivar nuestra imaginación, para dar trascendencia a la vida de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, que reunidos como una comunidad de personas sensibles a la belleza, al dolor, a la maravilla de nuestra naturaleza podemos sobreponernos a la banalidad de unas existencias sometidas a la inmediatez, ciegas al esplendor del mundo y de la vida.

Vamos a mostrar que, como dijo Gabriela “la poesía sirve, contra lo que han dicho tantos pseudo utilitarios envalentonados con cuatro relumbres de practicismo mortecino, de estéril positivismo parecido al mulo que atraviesa nuestra cordillera. Contra todo eso, la poesía, después de la música, es el pasto más fértil de la imaginación, es la leche natural que manan las facultades”[2].

1. Mistral, Gabriela. Caminando se siembra. Selección de Luis Vargas Saavedra. Lumen. 2013. p. 389.

2. Ídem. P.72

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