Apaches, sueños y mezcal

Desde 1860 hasta 1890 la cultura autóctona fue prácticamente destruida en los EEUU. Nacieron los mitos del Oeste: cazadores, colonos, evangelistas, tahúres, maestras de escuela, pistoleros.Rara vez se oyó la palabra de un indio, y es obvio, amenazaba la verosimilitud de esas fábulas.

Aún así, ahogadas por montañas de basura escrita y cinematográfica, esas voces suelen emerger en descripciones más rigurosas y sin estereotipos del drama de esos pueblos.“Enterrad mi corazón en Wounded Knee” de Dee Brown es ejemplar en tal sentido.

Antes de la fiebre del oro, en las comarcas nativas, tolerados por las tribus, había tramperos, comerciantes, predicadores: era posible convivir.De pronto, todo se llenó de blancos, y esta transgresión de la “frontera india permanente” la justificó el gobierno con la doctrina del Destino Manifiesto: los europeos y sus descendientes, por la fuerza del destino, debían regir como raza dominante y responsable de los aborígenes, de sus tierras, bosques y riquezas minerales.

Entretanto, en el árido sudoeste vivían los apaches, cazadores y labriegos seminómades. Semejantes a los mapuches por sus doscientos cincuenta años de guerrilla contra los españoles, sin ser sometidos. Aunque en número eran ya muy reducidos; probablemente en este período apenas pasaban de seis mil, divididos en bandas.

En 1829, en Arizona, nació Gokhlaye, quien al lograr su dignidad de guerrero desposó a la joven Alope.Un verano fueron a México para comerciar, acampando en un lugar llamado Kasliyeh.En su ausencia, tropas del gobernador de Sonora los asaltaron, asesinando mujeres, hombres y niños. Al regresar, comprobó horrorizado la muerte de su madre, su esposa y sus tres hijos.

Un año después, cerca del mismo sitio, Gokhlaye comandó el aniquilamiento de cuatro compañías de soldados mexicanos. Éstos lo bautizaron Gerónimo y, desde entonces, dedicó su vida a combatir a los usurpadores emprendiendo violentas correrías. Recluido en una reserva, escapó y con pocos seguidores mantuvo en jaque a los colonos y al ejército durante años; un postrer desafío a Washington, empecinado en imponer el sistema de reservaciones a todos los indígenas.

Abrumado por la superioridad, capituló junto a sus incondicionales. Relegados a Florida, encontraron a antiguos compañeros y adversarios, todos muriendo lentamente en ese ambiente cálido y húmedo. Gracias a amigos influyentes, algunos pudieron volver a la reserva de San Carlos. Sin embargo, en Arizona se negaron a admitir a Gerónimo con sus mescaleros.

Kiowas y comanches, enterados de la suerte de sus pretéritos enemigos, les ofrecieron parte de la propia reserva, y él pudo conducir a los escasos supervivientes a Fort Sill, donde murió en 1909. Técnicamente, aún era un prisionero de guerra. Sus huesos serían trasladados secretamente a la Sierra Madre.

Pocos años después, Carlos Gustavo Jung –el célebre psicólogo suizo- visitó a los indios de Nuevo México y en “Recuerdos, sueños, pensamientos” relata su diálogo con el jefe Mountain Lake:

-“Los ojos de los blancos son duros. ¿Qué buscan? Siempre están inquietos. No sabemos qué quieren. Creemos que están locos. Dicen que piensan con la cabeza.

-¡Pues, claro! ¿Con qué piensas tú? Nosotros pensamos aquí, dijo, señalando su corazón.

Sentí nacer una especie de niebla difusa de la que surgían los conquistadores que con fuego, espada y cristianismo aterrorizaron a estos pueblos. Colonización, misiones, civilización tienen también otro rostro. Ave de rapiña acechando. Las águilas son exponentes psicológicos de nuestra naturaleza”.

Instalados en una azotea conversaron frente a una gran montaña. Según la leyenda, cuando está cubierta por nubes, los hombres se internan en ella para cumplir enigmáticos ritos de un culto celosamente conservado. “Aquí, continúa Jung, el aire está saturado de misterio y secreto. Guardarlos da orgullo y fuerza frente al blanco. Existen y serán independientes mientras sus arcanos no sean develados”.

“El sol es Dios”, dijo Mountain Lake, preguntándose taciturno y absorto: “¿Por qué los yanquis quieren prohibir nuestras danzas? Somos hijos del sol y con nuestra religión lo ayudamos diariamente a recorrer el cielo. De otro modo, sería siempre noche”. Por envidia nos reímos de su ingenuidad, hinchados de racionalismo. La ciencia nos aleja del mundo místico, alguna vez nuestra genuina patria, acota nostálgicamente el creador de la psicología analítica.

Responder al influjo divino ejerciendo una suerte de contra influencia es una sensación de orgullo metafísico y de sosiego. Y un hombre tal está plenamente en su lugar, afirma con admiración de Mountain Lake.

Desde siempre, en esas regiones sus originarios habitantes veneraban una planta llamada peyotl o peyote. Cuando algunos psicólogos experimentaron con mezcalina, la clave de esa adoración se hizo evidente. Aldous Huxley fue conejillo de Indias con una dosis de “cuatro décimas de gramo disueltas en agua y me senté a esperar los resultados”.

Resultaron dos notables ensayos: “Las puertas de la percepción” y “Cielo e Infierno”. “Se mantiene la capacidad de recordar y de ‘pensar bien’. No me sentí más estúpido que de ordinario. Mejoran las impresiones visuales. El ojo recupera la inocencia de la infancia. El interés por el espacio y el tiempo se reduce casi a cero. No se ve razón para hacer nada, hay cosas mejores en qué pensar. Fase final: desaparición del yo. Un oscuro reconocimiento de que todo está en todo”.

Huxley sostuvo que la mezcalina es inocua y sus efectos pasan sin resaca. “No conduce como el alcohol a esa euforia traducida en riñas, crímenes y accidentes de tránsito. Bajo su influencia atendemos tranquilamente a nuestros asuntos. Los indios no se degradan con ella”.

Los miembros de la Iglesia Norteamericana Indígena, donde rodajas de peyotl reemplazan al pan y al vino, no quedan pasmados o borrachos.Se muestran serenos y corteses, en una profunda muestra de religiosidad y decoro. Concluye garantizando que se trata de un suave alucinógeno, no perfecto, pero fiable para ingresar al mundo de la Experiencia Visionaria.

Sin duda, en nuestra controversia local, el autor de “Viejo muere el cisne”, también se mostraría favorable al libre dispendio de la cannabis o viejo cáñamo chileno.

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