Caminante de la espuma

Quinientos años recién cumplidos tiene la fatigada y sudorosa hazaña que Stefan Zweig estimara un “momento estelar de la humanidad”. El 25 de septiembre de 1513, Vasco Núñez de Balboa(1475 -1519) avizoró el Océano Pacífico llamándolo Mar del Sur. Después de Colón, quizá el capítulo más importante de la conquista. Y conforme esta inmensidad cubre un tercio del globo y dobla en extensión al Atlántico, Núñez de Balboa es el mayor en este oficio si tasamos los descubrimientos geográficos por la magnitud de lo hallado.

Familiar desde tiempos remotos a chinos, japoneses, polinesios y otros pueblos, difícilmente podría establecerse quien lo vio primero. Y siendo la acotación válida para el conjunto de los mares, Balboa vendría a ser el único que puso fecha a la invención de un océano.

Asimismo, cabal exponente del conquistador: ávido, trotamundos, audaz y probado católico, de vida no muy dilatada y plena de episodios notables, resplandores y miserias. Nacido en Jerez de los Caballeros, paje y escudero del hidalgo Portocarrero, creció sin sospechar siquiera la existencia del Nuevo Mundo donde lo aguardaba el inútil premio de la inmortalidad.

Según su retrato, alto, fornido, narigón, de bigotes y perita en punta. Además, la fama de camorrista, temible espadachín e incorregible jugador, añadía sugestivos complementos a su carisma.Veinteañero, pasó a las Indias con la expedición de Rodrigo Bastidas, y las ganancias de esa campaña le permitieron adquirir una propiedad en La Española. Sin embargo, reveses agrícolas y deudas de juego lo inducen a salir de Santo Domingo.Polizonte y oculto en el fondo de un tonel, huye en un navío a San Sebastián de Uraba.

Allí, dice Bartolomé de las Casas, funda Santa María la Antigua del Darién, primera ciudad española erigida en tierra firme americana; un Cabildo Abierto lo designa alcalde.Tomó de amante a la núbil Anayansi, hija del cacique Careta, y, pronto, la necesidad de aminorar pasivos lo conminaría a embestir propiedades de un jefe vecino, ayudándose con los guerreros del“suegro”.

Esa “entrada”produjo un apreciable trofeo. Apartado el quinto real y su propia fracción, el resto quedó para los soldados. El indio Panquiaco, sorprendido del fiero reparto, preguntó la razón de disputarse tanto esa miseria cuando el oro abundaba cerca del otro mar.

¿Más oro? ¿Otro mar?

Así, en el surco fértil de esas noticias,comenzó a cambiar el rostro del mundo. Nada trivial era agregar semejante piélago a los mapas. Al profeta,cristianizado Carlos, Balboa lo aceptó de guía y compañero en la gran tarea.Los informes recibidos sobre los escollos y amenazas que enfrentarían aconsejaron la preparación de una hueste militar.

Remitió al monarca el escote de lo expoliado. No obstante, la negativa de Fernando II a sufragar la aventura lo forzaría a pertrecharla él mismo.

Finalmente, el 1° de septiembre, un corro de mil hombres, indios y españoles,dejaba la Costa de los Mosquitos en un bajel y diez piraguas. Entre los ciento noventa ibéricos enganchados,aparece un anónimo Francisco Pizarro. La incursión sumaba a las armas, escudos reales, cruces y pendones religiosos. Dos primicias, en la ocasión: el debut de jaurías de mastines como “arma nueva”; y numerosas cuadrillas provistas de aparejos y herramientas indispensables en las faenas auríferas.

Tras arribar a un puertecillo sólo tendrían que recorrer unos cien kilómetros para atravesar el Istmo panameño. Pan comido en planicies de agradable clima y sin oponentes a la vista.Mas estos infantes soportarían terrenos escarpados, selvas tórridas, pantanosas, pródigas en lluvias torrenciales, caimanes, serpientes y mosquitos. Sin olvidar la férrea resistencia de los dueños de la tierra.

Pronto, el sendero de la cruzada se llenaría de cadáveres que ciclópeas hormigas transfiguraban en pulidos esqueletos.Una inclemente batalla, en dominios del cacique Quaragua, cobró seiscientas vidas; el converso Carlos no pudo frenar la deserción de buena parte de los suyos, fastidiados de tolerar afanes ajenos.

Mal durmieron una noche al pie de una montaña. De amanecida, señero y solitario, magullado y pestilente, Balboa trepó a la cumbre y con la mano de visera pudo satisfacer su inquietud.

Entonces, sostiene Neruda en El Canto General:

“Por tus ojos entró como un galope
de azahares el olor oscuro
de la robada majestad marina,
cayó en tu sangre una aurora arrogante
hasta poblarte el alma, poseído!”

Ya reunidos todos en la cima, diría: “Contemplad amigos, la gloriosa escena que ansiosamente deseábamos ver. Ahora el Señor nos guiará para conquistar el mar y la tierra en que ningún cristiano ha entrado a predicar los Evangelios”. Agregando, pío y codicioso: “Por el favor de Cristo, seréis los más ricos españoles que jamás hayan venido a las Indias”.

En el Golfo de San Miguel se hizo la toma deposesión de este “imperio del agua”.Luego, recorrería la zona anhelante de riquezas. Un cuantioso botín en oro, perlas y piezas de algodón logró reunir con fuerza y diplomacia; principalmente explotando discordias locales. Una de las claves para mejor entender cómo unos pocos consiguieron tanto en América, siempre hubo rivalidades provechosas.

“Enfermo y flaco” retornó a Santa María.La proeza le valió el rango de Adelantado del Mar del Sur y Gobernador de Panamá, honores efímeros y de escaso provecho.Envidioso e intrigante, el nuevo gobernador, Pedrarias, lo encarcela y acusa ante la corte de Valladolid de proyectar expediciones personales a través del inédito mar.

Conciliador, el obispo Quevedo convenció a Pedrarias que le diese por esposa a una de sus hijas, residente en España. Obligado, Balboa aceptó el matrimonio.

Pero el siniestro corregidor siguió hostilizando. Por orden suya, lo prende Francisco Pizarro ex subalterno del Adelantado, y en inicuo juicio condenado “por traidor y usurpador de tierras de la Real Corona”.Durante tres días,ensartada en una pica,su cabeza se exhibió en la plaza pública de Acla.

Macabro colofón para este “misterioso / muñeco de la sal descubridora, / novio de la oceánica dulzura, / hijo del nuevo útero del mundo”.

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