Cuando la palabra y la música se visten de arte

La inestable primavera que vivimos en España, acompañada de turbulencias económicas y sociales, nos regala afortunadamente momentos sin nubes por donde penetran rayos de luz que hacen que el día a día sea más grato.

Refugiarse en un rincón con un buen libro, ver una película que nos convierta en protagonista de hazañas imposibles, escuchar música que nos devuelva por unos instantes a tiempos mejores o abrir los ojos con inocencia a una exposición de obras geniales son un regalo en momentos de crisis.

Y cuanto mejor si uno de los placeres elegidos te sale gratis.

Es lo que le puede ocurrir a quien vive o visita estos días Madrid. En la llamada Milla de Oro de los museos de la capital española se puede ver sin rascarse los bolsillos una exposición titulada Los Ballets Rusos de Diaghilev- 1909/1929. Cuando el arte baila la música.

El título en sí ya es un imán. Y por muy reacio o muy bruto que uno sea hay que ser muy insensible para no dejarse seducir por lo que allí se nos muestra. Nada más ni nada menos que parte del legado de un dictador, demonio, charlatán, brujo y encantador, nacido en Rusia, de nombre Serguéi Pavlovich Diághilev y cuyo talento conmocionó al mundo cultural del primer cuarto del siglo veinte.

Mientras en su patria los bolcheviques dejaban su impronta revolucionaria, él, solito, ponía a la danza en puntillas, en entredicho, y con sus producciones marcaba en el ballet un antes y un después.

Su sello sigue en plena vigencia un siglo después. Los Ballets Rusos, su compañía, en la que una de sus figuras emblemáticas fue Nijinsky, su compatriota y por uno tiempo su amante, recorrió gran parte de Europa, asombrando con sus coreografías.

París fue su centro de operaciones. Pero la primera Guerra Mundial le obligó a refugiarse en España, donde tuvo el apoyo del rey Alfonso XIII. Nobles y plebeyos se rindieron a su talento. Manuel de Falla, entre otros.

Diaghilev, en sus años de gloria y fortuna (que posteriormente dilapidó, todo sea dicho) tuvo la colaboración de los más importantes artistas de vanguardia de su época. En esta exposición de Madrid se ven trajes, bocetos y carteles firmados por Picasso, Gris, Matisse, León Bakst, Braque, Goncharova, de Chirico, Miró o Sert, entre otros

Ellos, de la mano de Diaghilev, marcaron una nueva forma de concebir las producciones de danza como arte total.

Muchos de esos pintores sumaron a sus laureles una inestimable aportación a la evolución de la danza contemporánea. Por ejemplo, Pablo Picasso diseñó los vestuarios, trajes y decorados del ballet PARADE, con música de Eric Satié. Una colaboración que se repetiría posteriormente. No fue el caso de Braque que le bastó trabajar una vez con Diaghilev para jurar que no volvería a repetir la experiencia.

No siempre la aportación de pintores eximios asegura el éxito de una producción. Fue el caso de León Bakst. Sus diseños para el ballet “Le dieu bleu”- El Dios Azul resultaron excesivos, a tal punto que opacaron a la coreografía y a los bailarines. Los críticos y el público no perdonaron el desliz. No obstante, Bakst sería el artífice de grandes éxitos de Los Ballets Rusos.

La exposición, que cuenta con la participación del Victoria and Albert y Museem de Londres y con el patrocinio de una entidad bancaria de Cataluña, permite conocer y valorar hasta donde pueden ejercer cátedra los artistas, sean pintores, diseñadores o video creadores, en el montaje de una producción.

Rodrigo Claro, arquitecto, director de escena y diseñador, con una reconocida trayectoria en Chile, ha debutado en la escena española con la primera versión teatral que se hace en este país de Madame Bovary, de Gustave Flaubert.

Con la dirección de Magui Mira y la actriz Ana Torrent como protagonista principal, este drama, un clásico de la literatura y recurrente en la historia del cine, ha recibido elogios unánimes de la crítica, convirtiéndose en la sensación de la temporada teatral española.

En esta aclamada Madame Bovary, el chileno Rodrigo Claro ha sido asistente y productor de vestuario, cometidos en los que ha puesto de manifiesto su extenso bagaje de logros obtenidos en Chile, como han sido los musicales El Hombre de la Mancha, My Fair Lady o las óperas Viento Blanco, Eugenio Oneguin o Tosca. Esta última, considerada como una de las puestas en escena más arriesgadas de los últimos años en el panorama lírico chileno.

Claro , formado con las primeras figuras de la escena teatral de vanguardia europea, tales como Andreas Honoki, Willie Decker, Emilio Sagi, Barrie Kosky, Calixto Bieito o Wolfang Gusmann ,entre otros, conoce muy bien los espacios por los que debe discurrir la colaboración de un artista, de un creativo, en la producción de un espectáculo.

El director chileno se ha rendido ante la exposición de Los Ballets Rusos e intuye que existe similitud entre los turbulentos comienzos del siglo XX, cuando se vivió una revolución sin precedentes en el arte, con el presente, donde se asiste a una crisis económica desbocada que nadie atina controlar.

Igual que hace un siglo, afirma, al menos en Europa, se acrecienta la predisposición a innovar, a sacudirse la rémora de conservadurismo y de aburguesamiento que ha invadido estos últimos años a las manifestaciones artísticas.

Su experiencia en España y la proximidad con otros países europeos, permiten a Claro vaticinar el revulsivo que se avecina. Y nota ese cambio en el mundo de la ópera. Cita a modo de ejemplo la nada ecléctica programación del Teatro Real de Madrid. La llegada del polémico director artístico belga Gerard Mortier, “el Mouriño de la lírica”, ha suscitado controversia y un interesante enfrentamiento entre tradición y vanguardia. En el teatro ocurre más de lo mismo.

El director chileno ha constatado que esa necesidad de dar una vuelta de página en las artes también se manifiesta en Berlín, París y otras ciudades que siempre han marcado tendencias en las artes.

En lo personal, Rodrigo Claro asegura que el hecho de empezar su trayectoria profesional en Chile, en un país con limitaciones a la hora de poner en marcha una producción enseña a superar adversidades y despierta el ingenio. De la precariedad surgen ideas enriquecedoras.

Eso, vaticina Claro, ocurrirá con la crisis actual que golpea a Europa. De ella saldrán frutos que puede que deslumbre dentro de unos años.

Es muy posible que este chileno inmerso en la escena madrileña no se equivoque.Las crisis, se sufren, se padecen, se las maldice incluso. Pero también de ellas se aprende y se sacan ganancias.

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