El posavasos de Van Gogh

Iniciaban los años '90 y el primer capítulo del programa "Ojo con el Arte" de Nemesio Antúnez en TVN cautivaba a muchos con su magia. Entre otros temas, al maestro le llamaba la atención un fenómeno comercial que ocurría por entonces, y asombrado por la locura desatada, comentaba:

"El mundo entero está preocupado de Vicente Van Gogh. Por todas partes se buscan sus pinturas y se pagan precios exorbitantes, 83 millones de dólares por uno de sus cuadros ¡Un hombre que no vendió un cuadro en su vida! (uno sólo que se lo compró su hermano) pero todo el mundo está preocupado por él. En Ámsterdam, donde está el gran museo Van Gogh, hay que pasar como quien entra al metro, en fila delante de sus cuadros; es una cosa absurda, porque no se puede volver atrás a ver una pintura, sino que hay que pasar como en un túnel, entrar y salir, y hay que pedir los boletos dos meses antes".

Treinta años después, la fiebre sigue alta por el pintor de barba rojiza, y no podemos conformarnos con sus obras sólo en los libros de arte. La era posmoderna demanda vivencias espectaculares con los artistas y sus creaciones, y en Chile es un éxito total la exposición Meet Vincent Van Gogh, muestra tridimensional que ha recorrido el mundo prometiendo una experiencia inmersiva en sus girasoles, noches estrelladas y campos de trigo. Lo que Van Gogh jamás habría imaginado, ni en su más delirante epifanía.

El formato, envergadura y publicidad de este tipo de exposiciones son recursos cada vez más utilizados en los tiempos del capitalismo artístico, que aprovecha hasta la última gota de pintura de aquellos personajes que dieron su vida, pasión y muerte por el arte.

Ya no basta la contemplación de una obra en calma o la lectura silente de una biografía, la estetización de la economía mata la antigua concepción del arte como religión en una sociedad mediática donde el artista ya no está maldito, sino vedetizado, como explica Gilles Lipovetsky.

En Meet Vincent tenemos que sacarnos la selfie en la recreación 3D del cuadro "El dormitorio en Arlés", nuestros niños pueden sentarse en fardos de paja como en los campos pintados por el artista, con un focos y pantallas LED encima, da igual, y al finalizar el recorrido, no podemos dejar de comprar la obra del maestro en un set de posavasos, un paraguas estampado con sus almendros en flor, o un llavero con su cabeza, cual dibujo animado.

Tal vez el valor de estas exposiciones de arte no recae en su propuesta estética, sino en la cuestión ética detrás de éstas. Cuando Nemesio Antúnez nos explica que el arte está en todo, nos invita al proceso reflexivo de apreciar la belleza y simbolismo en todo lo que observamos y a la vez creamos, no a la reducción del artista como un personaje cuya obra se empaqueta en una cajita feliz producida en serie, una y otra vez, subvirtiendo la sensibilidad de su creación, pervirtiendo el sentido de su idea y transformándolo en un fetiche desechable.

Es comprensible que algunas iniciativas que buscan acercar el arte a las masas apelen a la lógica del espectáculo para captar visitantes y mantener presencia mediática, pero serán mejores si diseñan la experiencia de apreciación del artista y su obra con especial cuidado en resaltar la esencia del creador, qué nos quería transmitir, cuál era la fibra que quería tocar, y que las pantallas, los sonidos envolventes y la tecnología estén al servicio de su obra, no que se transformen en la obra en sí misma.

"Hay una chifladura colectiva por Van Gogh, como unas ansias de tratar de reivindicar a alguien a quien se le hizo una injusticia enorme", comentaba un joven Samy Benmayor a Nemesio Antúnez en aquel programa, y profundizaba:

"Noto que él pinta un cierto orden divino. Al hacer la naturaleza, él va dando un ritmo a todos sus paisajes, a todos los elementos como un anunciamiento de un orden, que existe un Dios, que existe un Universo y que es perfecto... por lo menos yo cuando veo la 'Noche Estrellada', veo que él percibe la inmensidad del cosmos, percibe que hay un orden y que todas esas estrellas están en el lugar perfecto, que la noche y que los árboles tienen un juego entre sí, y que las construcciones donde viven los humanos con esas pequeñas lucecitas dentro de las casas se relacionan con las estrellas... Ese cuadro me da la sensación de que somos todos una sola cosa, y es un acto suyo de mucho amor darse cuenta que los hombres y la naturaleza somos parte de un todo".

Van Gogh anhelaba el reconocimiento, y quizás verse transformado en moda le agradaría, quién sabe. Tal vez se sacaría decenas de selfies tal como en su serie de autorretratos, o tal vez odiaría que un grupo musical se llamara La Oreja de Van Gogh.

Lo que sí es probable es que sintiera una profunda emoción al ver su "Noche Estrellada" pintada en la pandereta de la Escuela Las Américas, en una comuna de un país por el sur del mundo... porque el verdadero arte es la emoción genuina, y eso sí puede estar en todo.

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