Fábulas insulares

Ad maiorem velocidad - antigua querencia humana - el navegante español Juan Fernández viniendo desde El Callao con el navío Nuestra Señora de los Remedios se internaría en las inciertas praderas oceánicas para sortear la poderosa corriente llamada de Humboldt en el futuro. Así descubre un archipiélago que bautizó Santa Cecilia; esta afortunada perspicacia le valió un proceso por hechicería ante la Inquisición limeña.

Sólo un brujo podía reducir de seis meses a treinta días ese viaje a Valparaíso, en 1574.

Al célebre piélago y sus mil leyendas, animado de cernícalos conejeros, figurativos colibríes o picaflores rojos - hoy en peligro de extinción-, finos lobos de dos pelos y bendecido por la aristocrática langosta de Chile según la homenajea Leopoldo Marechal, pertenecen las islas Más a Tierra, Más Afuera, el islote Santa Clara, y otros trazos menores.

Fallidos intentos de colonización le otorgarían visos legendarios: refugio de filibusteros y  contrabandistas, presidio político y de delincuentes comunes. Atractivo lugar para tripulaciones de diversa catadura en pos de agua, plantas medicinales, carne y pescado fresco o madera para resarcir cascos y arboladuras.

Telares fantasiosos urdieron un esquivo tesoro, quintaesencia de las alegorías isleñas. Misterioso y de rica metalurgia incluiría la Llave del Muro de las Lamentaciones, doce anillos papales, la Rosa de los Vientos, pieza antológica en los anales de la orfebrería, más una fracción de las riquezas del erario Inca con el collar de la esposa de Atahualpa de añadidura.

A comienzos del siglo XVIII, el capitán del Cinque Ports Galley desembarcó en Más a Tierra al amotinadorcillo Alexander Selkirk quien aguardaría casi un lustro la recalada de otro navío inglés. Pudo conservar algo de ropa, pólvora, balas, tabaco, hacha y cuchillo, una biblia, libros de matemáticas e instrumentos naúticos.

Y salvo la ominosa vecindad de las ratas que lo obligaron a regalonear a los gatos con carne de cabra para inducirlos al enfrentamiento atávico, su soledad era total. A las cabras mejor dispuestas  las adiestraría en el arte de bailar, anticipando futuras reuniones danzantes organizadas para acortar aquellos largos días.

Hoy se muestra a los turistas La Cueva de Robinson como vivienda del conflictivo escocés  aunque, en realidad, éste construyó dos chozas con árboles, pasto seco y pieles caprinas. Una cercana a la playa y otra próxima al cerro El Yunque usada de escondite cuando su ojo avizor escrutaba algún barco español o francés.

Mucho antes, si bien con aura más modesta, Will Moskita, indio centroamericano tripulante de un corso estuvo tres temporadas en idéntica situación hasta ser reembarcado en Las delicias del soltero que comandaba el múltiple William Dampier, escritor, botánico y observador científico. Un pirata de exquisita mentalidad que con sus cuadernos inspiraría a Charles Darwin

Algunos codificadores incluyen a Daniel Defoe en la categoría de los Inventores de Chile, es decir, de quienes provocados por la magia del nombre o por cierta enigmática sintonía dibujan una estampa chilena sin haber estado nunca acá. Melville, Conrad, Baudelaire, Mann, Brecht, entre otros.

Sin embargo, la novela Robinson Crusoe es la autobiografía de un británico capturado por bucaneros que consigue escapar a Brasil y regresa a África buscando esclavos para él y otros inmigrantes; el bajel naufraga y es arrastrado hacia una isla aparentemente desierta en el delta del Orinoco. Allí permanecería veintiocho años.

Descubre la existencia de una tribu caníbal, y ayuda a escapar a uno de sus prisioneros a punto de ser devorado. Lo bautiza Viernes y forjan una amistad a pesar del idioma y las diferencias culturales.

Inspirado en Selkirk, Crusoe es el homo economicus en gloria y majestad, y convirtiendo a Viernes al cristianismo más su auto proclamación de rey de la isla es colonialismo de buena cepa; también podría simbolizar la desnudez humana ante las fuerzas de la naturaleza y la lucha por crear un mundo habitable.

Volviendo a Juan Fernández, se dice - quizá un mito más - que Más a tierra fue bautizada Robinson Crusoe gracias a la escritora uruguaya Blanca Luz Brum (1905 - 1985) llegada a la ínsula luego de ayudar al peronista Patricio Kelly a huir de la cárcel de Santiago disfrazado de monja, en 1957. Éste vería acrecentada su fama al ser comparado con James Bond en una entrevista hecha por Gabriel García Márquez.

De Blanca Luz no se sabe bien si se aisló por cuenta propia o confinada por el gobierno. Lo cierto es que a partir de esa época sus posiciones políticas ya de tono conservador derivarían en francamente reaccionarias.

Sin duda, de vida más interesante que sus escritos, recién con dieciséis primaveras se casa en Montevideo con el poeta peruano Juan Parra del Riego quien la habría raptado de un convento. Viuda precoz, viaja a Lima para que su hijo Eduardo conociera la tierra y familia del padre.

Colabora en la revista Amauta, dirigida por José Carlos Mariátegui, el marxista más original surgido en estas latitudes, que soñaba un socialismo ligado a la tradición incaica y aunó la vanguardia política con el surrealismo. Además, Blanca Luz edita la gaceta Guerrilla – Atalaya de la revolución que voceaba terminar con el burgués “arte por el arte”.

Después de su experiencia junto al Rímac se ligará a los comunistas mexicanos por el matrimonio con David Alfaro Siqueiros, cuyo mural Ejercicio plástico muestra hoy su belleza desnuda en el argentino Museo del Bicentenario.

Volodia Teitelboim la ubica en el centro del triunfante Frente Popular chileno en 1938. Posteriormente, apoyaría a Eduardo Frei Montalva.  Más tarde, la pretérita justicialista se angustiará por  el triunfo de Allende hasta que, tranquilizada por el cruento Golpe de Estado, marcha frente a La Moneda y dona parte de sus joyas.

La guinda de la torta en sus declinantes transfiguraciones políticas será la condecoración recibida de las propias manos del Gran Felón. Omitidos estaban ya sus tiempos con Vicente Huidobro, García Lorca,  Diego Rivera, Frida Kahlo, Tina Modotti, Sergéi Esenin.

Tiempos en que Neruda la nombrara Heroína de todos los amores. Nada quedaba ya de “la mujer más revolucionaria de América” que aspiró a ser una pequeña Rosa Luxemburgo.

Un fiasco total resultaría el último capítulo de esa novelesca historia.

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