Flora Tristán, la adelantada

Un personaje de Ernesto Sábato, dice, a propósito de que las muchachas entren a la Facultad de Filosofía:

-“No, ¿por qué? No hacen mal a nadie. Además, allí encuentran novio y se casan”.

La novela continúa con una larga, chusca y estrafalaria discusión acerca de si las mujeres piensan. No obstante esta absurda controversia, George Douglas Cole, en su clásica Historia del pensamiento socialista, había otorgado lugar relevante en el despliegue de esas ideas a una figura femenina: Flora Tristán (1803-1844), hermosa y romántica parisina, de dolorida y fecunda existencia. Hubo otras socialistas destacadas, George Sand, Frances Wright, Margaret Fuller, pero ninguna aportó algo sustantivo a lo propiamente doctrinario.

Escribió La Unión Obrera, primer proyecto de una “Internacional de trabajadores”.La idea era sencilla mas no su realidad, pues dependía de cotizaciones anuales de cuya necesidad primero debían convencerse los propios asalariados. Estos fondos permitirían crear los “palacios para obreros”, concebidos como escuelas, hospitales y centros culturales. Propuso la unidad de clase, anticipándose a la célebre consigna: “¡Proletarios del mundo uníos!”; imaginó un Defensor de los Obreros, pariente directo del Ombudsman sueco.

Asimismo, exigía igualdad de derechos entre hombres y mujeres, condición para la unidad humana.

Contraria al matrimonio, consideró al divorcio salvador de muchos hogares. No le interesaba el voto femenino, la clave está en la igualdad en el trabajo y la educación.

Aspirante a una transformación radical del mundo, fue detractora apasionada de la pena de muerte, y tuvo a la Iglesia Católica como uno de los más tenaces enemigos de la liberación femenina.

Se entiende que con este ideario, Luis Alberto Sánchez titulara Una mujer sola contra el mundo, el libro escrito en su memoria.

Hija del peruano Mariano Tristán Moscoso y de Ana Lainay, francesa, fue juzgada ilegítima pues sus padres no cumplieron todas las formalidades al casarse en España.Tristán, coronel del ejército español, se retiró para vivir en París, donde recibía a ilustres sudamericanos como Bolívar y Simón Rodríguez. Murió repentinamente, quedando su viuda e hija sin recursos.

Obrera en un taller de pintura y grabados, Flora tuvo una boda desdichada con su patrón. “Mi madre me obligó a casarme con un hombre a quien no podía amar ni estimar”.André Chazal era jugador y Flora aficionada a gastar, aunque nunca tuvo deudas, asegura. Sin posibilidad de divorcio, envió a los tres hijos con su madre y viajó como sirvienta de una familia inglesa. Esto hería su orgullo pero ampliaba su mundo.

“¡Estaba unida a un ser vil que me reclamaba como su esclava!”, protestaba iracunda ante la imposibilidad de divorciarse. Entonces, a sus treinta años, vieja según los preceptos de la época, decide ir al Perú en pos del reconocimiento familiar, embarcándose como Flora Moscoso en El Mexicano. Única mujer a bordo, se declaró viuda para obviar los prejuicios frente a las separadas.

Una mañana de agosto, vía Cabo de Hornos, arribó a Valparaíso, luego de meses de incierta navegación y constante mareo. Durante dos semanas recorrió el puerto –No se puede vivir sin conocerlo- y siguió al norte, anotando que los chilenos le parecen fríos, duros y altaneros. Ellas, tiesas, parcas y mal vestidas, no la maravillaron por su amabilidad.

Pío Tristán, hermano mayor de su padre, la recibió, aunque astuto y tacaño, discutió sus derechos. Una prima, Carmen Piérola, espíritu superior y empedernida fumadora, la apoya y consuela: “¡Oh, Florita! El matrimonio es el único infierno que conozco”.

Del tío, sólo recibió cartas afectuosas y elusivas que disfrazaban su avaricia; duchas de agua fría para sus encendidas esperanzas económicas. Amargada, regresa a Francia y entra en la lucha social. Publicó Peregrinaciones de una paria, narración ágil y amena –colorido fresco de costumbres, personajes, vida provinciana- plena de vivacidad analítica y espíritu de observación.

Las procesiones religiosas, le parecieron “desfiles escandalosos e impíos que recuerdan Saturnales y Bacanales”. No disfruta las comidas por el ají y la cortesía local de pinchar algo con el tenedor propio y ofrecerlo a otro en la boca. Se alimenta de leche, café y frutas, y la llamaban Flor del Aire gracias a esa dieta forzada por un “arte culinario bárbaro”.

En Arequipa vivió en conventos carmelitas: “¡Enormes claustros plenos de febriles agitaciones que la regla cautiva pero no ahoga!” En Santa Rosa, riguroso y de hermosas líneas, ocurrió el drama de su prima Dominga, notable suceso garcíamarquiano que recuerda Del amor y otros demonios, pero con final feliz. En cambio, en Santa Catalina, las señoras muy a gusto organizaban su sistema de placeres en un ambiente de espléndidas comidas, paseos e historias chaucerianas.

La asombran las “rabonas”, indias adoradoras del sol, vivaqueras de soldados en guerra que sin pertenecer a ninguno, son de quien ellas quieren. Al margen de todo, voluntarias silentes de esa vida y sus fatigas, son prueba de la superioridad de la mujer en la infancia de los pueblos, dice, esbozando una tesis que preludia a Riane Eisler, El cáliz y la espada.

De las limeñas, graciosas e irresistibles, destaca su blancura, labios rojos, cabellos ondulantes y admirables ojos negros. Amables, de hablar fácil y expresivo, gobiernan a los hombres porque son mejores en inteligencia y fuerza moral.

En los últimos párrafos de su Diario, comparable en más de algún sentido al de María Graham, anota que Lima es radiante por la bondad del clima y la alegría de sus habitantes.

Y, sin embargo, sería el último lugar de la tierra donde viviría, pues la sensualidad reina y no he sentido jamás un vacío tan completo, una aridez más agobiadora que cuando estuve allí, concluye paradójica y puritana.

“Completamente sola entre la inmensidad del mar y el cielo”, se despide de los peruanos a quienes dedica el libro como compatriota y amiga, no siempre laudatoria.

Por alguna extraña razón en nuestros ámbitos feministas se destaca poco a esta francesa que, a la sombra de sus días, sería abuela materna del pintor Gauguin.

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