La Venus del San Cristóbal

Bordeando los años treinta la capital sería remecida con explosivos titulares voceando el arribo de la versátil artista negra Josephine Baker (1906 - 1975) cuyo repertorio incluía una insinuante danza que realizaba apenas cubierta con una pollerita hecha con diez y seis plátanos.

Sin duda, la Diosa de Ébano personificaba una revolución estético-erótica que demolía pudorosos protocolos en el dislate rítmico del jazz y el zarandeo africano.

El arrebato varonil contrastaba con la ofendida moralidad de las dignas señoras. La sociedad de madres angustiadas de Curicó, Agua negra, como si la Baker hubiese programado asomar su humanidad por allá, le formularía severos reproches públicos acusándola de ir por el mundo “pecando y escandalizando a las naciones”.

A la defensa de izquierdistas y liberales, conservadores y católicos oponían un inequívoco rechazo. Podían aceptar bataclanas disfrazadas de cualquier modo pero una negra semi calata que, al decir de un biógrafo, “se desarticula, abre las piernas hasta tocar el suelo y, finalmente, parte en cuatro patas, con las piernas tiesas y el trasero más alto que la cabeza, como una jirafa joven”, eso no.

Además, venía implicada en un gran barullo en Buenos Aires donde el Presidente Irigoyen, denostándola por impúdica, fraccionó al cosmos porteño resultando la noche inaugural alborotada y boxeril. No obstante, gracias a la ofensa presidencial la Diosa criolla lograría un prolongado y rotundo triunfo en Argentina.

En la Estación Mapocho, de atardecida en octubre de 1929 una muchedumbre aguardaba a la insigne bayadera. Ésta llegó en un exclusivo vagón de cola y el gentío se abalanzó obligando a Carabineros a sacarla por el lado opuesto de la trocha. La multitud cruzó las líneas siendo rechazada por la autoridad, y la alarmada mulata, introducida en un auto que aceleró con un cúmulo de vehículos tras su huella.

Debutó con rumores pregonando escaramuzas. Sin embargo, lo más granado del vecindario capitalino agotaría las entradas y su despliegue estelar comenzó con una evocadora melodía adecuada a suaves ondulaciones precursoras de agrestes disonancias que culminarían en un frenético clímax glorificado por un vitoreo unánime.

Luego cantaría en inglés con “voz afinada, suave y armoniosa” e incitada por la concurrencia aborda un par de tangos en castellano conquistando definitivamente al respetable. En la coda, el charlestón, su disciplina favorita. En el abarrotado Teatro Victoria sólo resultarían chasqueadas aquellas almas pálidas y acongojadas atentas a una exhibición degradada y licenciosa.

Con ese complacido beneplácito la Baker se pasearía sin menoscabo por el centro de Santiago con su esposo el Conde Pepino de Abattino y un cachorro de puma. Asimismo, halagando el chauvinismo local, mostraría ingenio diplomático al exclamar desde la cima del San Cristóbal.

“Esto es formidable, encantador. ¡Lo más bello que he visto en mi vida! Ni en Suiza he visto algo como esto. ¡Qué maravilla! Santiago me gusta mucho más que Buenos Aires. Esto es lo más europeo que hay en América… Aquí se nota más espiritualidad, más calor, más cariño… y, además, ¡todos son tan buenos!”.

Y la guinda de la torta para desarmar a su eventual máximo enemigo. “¡Que nobles son las chilenas… En pocas horas he aprendido a amarlas,y es que sé que ellas me comprenden. ¡Y qué lindas son… donde voy no veo más que caras preciosas, cuerpos agraciados!”

Los estudiantes de medicina, vanguardia de la FECH, le declararían su total admiración. El cine Imperio exhibió su película “La Sirena de los Trópicos”. La cartelera santiaguina era variada y espléndida con estrenos hollywoodenses y shows en vivo de cantantes renombrados. Maurice Chevalier, El gran artista de París, cantaría en el teatro Splendid.

Esta gran oferta recreativa se debía a una especie de milagro en la hacienda pública originado en exigentes empréstitos contraídos con bancos extranjeros. Y la dictadura de Ibáñez que reprimía sin muchas restricciones a estudiantes, comunistas y homosexuales sabía emborrachar la perdiz a la población.

Con función doble fue la despedida de La Perla negra cuando alarmantes encabezados informaban del naufragio de la Bolsa de Nueva York con pérdidas estimadas en diez mil millones de dólares. Se iniciaba la Gran Depresión que afectaría notoriamente a Chile y caía el telón para los años locos.

Si la Baker sedujo a las chilenas no lograría el favor de la Mistral.Primer recuerdo de Isadora Duncan” es un texto mistraliano de extraña factura; a Gabriela el cuerpo de Isadora - almendra blanca ajena al sótano hediondo de lo negrero -  le parece receptáculo de belleza de la alta cultura. El otro, sombría decadencia del arte con su danza canallesca: inmundo zangoloteo de vísceras y ritmos bestiales.

“Mona”, “bestia”, “fétido”, son epítetos recurrentes para subrayar la fealdad de Josephine y la danza afroamericana. Es cierto que ese racismo se repiensa tras visitar el Caribe y Brasil; el negro es incorporado al “todos nosotros” del americanismo pero sin borrar la amarga sensación provocada por la lectura de “Primer recuerdo...”.

La Venus de bronce barajando bien el naipe de su vida se uniría a la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial​ y como agente de contraespionaje utilizaba sus partituras musicales para ocultar mensajes, según detalla el libro “Joséphine Baker contre Hitler”.

Nacionalizada francesa y madre adoptiva de doce huérfanos de diversas etnias, mi tribu del arco iris, muere víctima de un derrame cerebral.  Sepultada en el cementerio de Mónaco sus masivos funerales fueron con señalados honores militares, pertinentes a quien recibiera la Croix de guerre, la Legión de Honor y la Medalla de la Resistencia.

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