¿Parra qué?

Poesía, poesía, ¡cómo si en Chile no ocurriera nada!, dice un artefacto compuesto por nuestro flamante premio Cervantes allá por los tenebrosos (y extrañamente añorados) ochenta.

Nicanor Parra es reconocido, una vez más y su nombre vuelve a ser pronunciado con cada vez mayor rigor e insistencia en las cercanías de Estocolmo.

Este artículo podría sacar perfectamente número y sentarse a esperar detrás de la larga fila de panegíricos más o menos oportunistas que, como suele ocurrir, trata a nuestras figuras con ese esquizoide manoseo que es especialidad de la casa.

Te olvido por décadas, si puedo te ninguneo y luego me acuerdo que existes y te prodigo flores hasta ahogarte con tanto polen… Como lector de Parra desde mi adolescencia claro que apruebo que sea él nuestro tercer escritor que ha sido distinguido con este galardón (uno de ellos, sin embargo, un señor dado a vueltas de chaqueta más que dudosas, claramente no lo merece), lo que refrenda, aparentemente, la vigencia de su discurso en el imaginario de occidente.

Pero al examinar la manera cómo la cultura y sus agentes especializados cubren el evento, la sospecha comienza a impregnar mis propios encomios. Y como soy enemigo más que denodado de los lugares comunes eludo el fácil confeti al que son dados algunos de mis empingorotados colegas posmos, (léase, esos “bolañitos” que escriben sobre arbolillos, becas que se farrean y minas inexistentes y hacen gala de una ironía progre exportada de mal leídos diarios españoles con nombre de comida).

Más bien sería útil verificar hasta qué punto el discurso de la anti poesía que identifica a Parra sigue hoy resonando como debiera.

Cierto es que hoy por hoy, la idea de anti poesía, pese a su noble prosapia de transgresión más o menos emparentada con las vanguardias de principios del siglo XX, es bienvenida en cenáculos, academias y discursos presidenciales. Es de buen tono citarlo y uno que otro garabatillo por ahí tan simpático que nos parece después del almuerzo.

No deja de llamar la atención la trayectoria de su peculiar recepción, jamás pretendida, supongo por nuestro zen antivate: la UP le dio la espalda y sus burócratas lo acusaron de reaccionario, la Dictadura optó por lo contrario y, lacónicamente prefirió limitarse a incendiar, fiel a su estilo amedrentador, su casa en la costa.

La Concertación que revivió la industria cultural Neruda también intentó erigir otro producto de marketing con su figura, pero su discurso, más complejo, más coherente que la superficialidad nerudiana no tuvo el mismo efecto de sedante cultural.

La tibieza de las autoridades actuales, pese al enjundioso discurso del actual ministro de cultura, parece ser la actitud más honesta, al menos en cuanto a la resonancia actual de la anti poesía en la vida cultural de los chilenos. No hay estatuas, ni calles ni ediciones de obras completas a precios populares, bandas de pop rock o de folk pop no graban discos con sus canciones. No hay una serie glamorosa del canal de todos los chilenos recreando su vida.

Un par de notas complacientes en la tele, dos artículos en suplementos mercuriales, clínicos y de tercera, y sería. Todo esto no deja de recordarme la ambivalente actitud de la hoy maltrecha Concertación frente a un Vicente Huidobro, inventor, recuerde usted, señora, del término antipoeta, adjudicado luego por Parra, como el Quijote hiciera lo propio con el mote de Caballero de la triste figura. Lo hace con acerada ironía, Parra, pero el sobrenombre le sentó bien de por vida.

Lea a Huidobro, todo bien… si lo encuentra en alguna librería de viejo o si algún profe de su niño reacciona y le dan ganas de enseñarlo a sus adolescentes adormecidos con tanto texto expositivo y conectores, que a nosotros, de verdad, poco nos importa. Al menos tenemos un premio con el nombre de uno de sus libros ¿quiere uno de recuerdo? Veo un destino análogo en Parra.

Inmersos en una apatía sofocante, donde la excesiva diversidad cultural se atomiza día a día a espacios y públicos cada vez más reducidos, hoy esa ironía parece diluirse en la mueca de un estereotipo fácil de digerir.

La horda de pésimos imitadores que surgió a mediados de los ochenta y continuó, como plaga en país subdesarrollado, hasta muy entrados los noventa, es la evidencia más dolorosa; esta ralea perpetuó el chilenismo penca, el chiste malo y la obscenidad fácil como sinónimo de transgresión, desafío al poder y todo tipo de gargajos retóricos cuyo único destino era la cómoda asimilación que el mercado hace de todo símbolo de transgresión que potencialmente se venda bien.

Desafortunadamente Parra se vio así y su nombre fue comerciado, como una acción de la bolsa, un nombre despojado de sentido y origen. Una vez más, se habla de él y escasamente, se le lee.

No son estas invectivas contra la anti poesía, todo lo contrario, su discurso crítico, mordaz, del metarrelato burgués y sus invenciones socioculturales son, leídas como corresponde, el mejor antídoto al sopor neoliberal y suponen un estímulo permanente a formas de expresión creativa sin corsets ideológicos de ninguna especie.

Es posible ver en un Enrique Lihn o en un Claudio Bertoni la mejor continuidad de un mensaje que no deja de cuestionar la finalidad y raíz del discurso, apelando a todos sus márgenes posibles y desafiando permanentemente al lector, invitándolo a rellenar activamente de sentido las deliberadas grietas de esta lírica engañosamente sucia, subversiva y graciosa, no con la bufonería barata del chistólogo si no con el humor trascendente del sepulturero hamletiano ante la osamenta de Yorick…

Precursores en este sentido también los ha habido, López Velarde y su “Suave patria”, los dadaístas, el primer Pound, El Eliot menos pudibundo y, aunque no le guste mucho a don Nica, el Pablo De Rokha de “Los gemidos”; el autor de “Poemas y antipoemas” viene a aglutinar este discurso, hermanando a esta poética de la transgresión, la lira popular del auténtico folklore (no del pastiche reaccionario tipo Quincheros) y el diálogo sentido del hombre de la calle, más ingenioso y honesto de lo que nuestra crítica red set cree, bajo el rigor lógico del físico y matemático que, no lo olvidemos, Parra es.

Ese es el Nicanor Parra que interesa, esa es la voz que está vigente y adquiere asombrosa coherencia en todos sus trabajos, desde los años treinta hasta la secreta obra que se dice, trama en la actualidad, que oscila en el esoterismo de un silencio abismal y el exabrupto de sus discursos de sobremesa, con resultados algo dispares, claro (promete la primera, resulta algo previsible, la segunda), pero que aún configura una identidad literaria de interés.

Y sin embargo, cabe la pregunta, frente al Chile convulso que no se ha ido de nuestras calles, frente la urgencia de un cambio que se reclama como necesario a todas luces, ¿qué rol le cabe a una anti poesía como la de Parra? ¿Cómo reactualizar su corrosión de la conformidad y lograr que vuelva a socavar (si es que alguna vez lo ha hecho) la falsedad de los discursos del poder y así inspirar a nuestros jóvenes sedientos de verdades?

Poesía, poesía, como si en Chile no ocurriera nada, dijo usted, Don Nicanor, en plena edad de las tinieblas, hoy, en medio del vocerío de la calle que se abre paso entre la abulia del consumidor y la estolidez del experto que sabe y no predice el temblor, vuelva a mirar con ese ojo tan afilado que lo hizo célebre a las hordas de aduladores y farisaicos funcionarios de la (in)cultura, salga de su retiro monástico y espételes, como hizo increíblemente en esos tan convulsos como ahora, años setentas: Vencieron, pero no convencieron.

Usted puede, si no, ¿a qué otro Parra iremos con ese hueso?

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