¿Qué es real en el país de las maravillas?

No digas lo que viste en el espejo. No tendrás poder.(Charly García).

Como siempre lo he sostenido, (en las pocas aulas en que me han aguantado o en el hospitalario ciberespacio), la literatura suele reflejar de modo inesperado y esclarecedor el mundo en el que habitamos, aún aquella que surge de la más extraordinaria fantasía.

En un intento, algo desesperado, la élite se ha propuesto imponernos el vistoso cuadro que nos representa como el extraordinario Chile de las oportunidades, un benigno climaterio de negocios de los que brotarán por arte de magia millones de empleos bien pagados, un palacio estable, ordenado, a diferencia de las mediaguas picantes de nuestros vecinos, para que todos vivan felices y contentos, (bien separados unos de otros eso sí), dirigidos por una clase política civil y educada que no debate nada con pasión o convicción, porque, en el fondo, están muy de acuerdo, todos invierten en el mismo negocio y comen juntos los domingos.

Ante este fantástico escenario colorinche y chillón, no puedo dejar de pensar en el divertido contrapunto que me ofrece la saga de Alicia en el país de las maravillas, ese par de alucinadas novelitas que fluyó de la inmortal imaginación matemática de Lewis Carroll.

Este certamen de graciosos absurdos recorrido por una niñita tiernucha y pedante me parece la radiografía perfecta del Chile-camino-al-desarrollo y sus pintorescos personajes tienen un curioso correlato con muchas voces que tanto se destacan en nuestros medios, tan ávidos de sus caretas y exabruptos así como tan mezquinos para con tus inquietudes y las mías.

Estoy seguro que Carroll estaría encantado con las primarias, la versión criolla del duelo republicanos y demócratas que puebla la actual agenda de los medios, se reiría de las burdas declaraciones que unos y otros se despachan gratuitamente, hueros lugares comunes salpimentados de estudiados gestos para la cámara, de sus intenciones barruntadas a quien quiera oírlos, y que tan rápido se diluyen en la inanidad de sus acciones, mientras el Chile real, hace rato, continúa planteando claras demandas de cambio y reforma, a la par de las hastiadas multitudes de Brasil, Turquía, Grecia, Bangladesh y cada vez más países del orbe.

La voz colectiva no deja de hacerse oír, historiadores y sociólogos varios preparan, suponemos, páginas en blanco para consignar el paso real hacia una nueva era, pero… ¿qué hace la élite?Vivir en su propio país de las maravillas.

Desde el olímpico desprecio hasta la actitud del calamar o el avestruz, ante este Chile callejero y “gritón”, (como dice un palurdo ilustrado, frecuente opinólogo político y candidato a algo) no cesan sus más preclaras figuras de desplegar toda serie de estratagemas para obliterar, o al menos asordinar, ante sus electores, el ya ensordecedor clamor de millones.

Aparecen así, extrañas actitudes y complots.Las tortuosas comisiones de los partidos para debatir la generación de mecanismos que no conducen a nada me recuerdan la ridícula carrera en comité de los animales que casi perecen ahogados en el mar de lágrimas provocado por Alicia, la retórica vanidosa del célebre huevo que está a punto de caer de un muro prefigura a varios de nuestros postulantes a La Moneda; la salmodia de varios honorables me remite a la canción sosa de la Morsa y el Carpintero que sólo busca devorar a las cándidas ostras.

El juicio del robo de las tartas, que antecede el dictamen a los cargos, hace pensar al lector en nuestra errática justicia, celosa del correcto procedimiento, negligente en hacer precisamente aquello para lo que fue creada: justicia.

La ruidosa casa en la cual un niño sucio llora sin consuelo mientras la cocinera le arroja platos a la indiferente duquesa ilustra cualquier día en el congreso. En fin, llenaría páginas y páginas con más ejemplos y nuestros líderes de la no opinión nos los surtirían generosamente.

Si le parece una lesera lo que digo, desocupado lector, revise las dos novelas protagonizadas por Alicia, las ilustraciones de Sir John Teniell para ambos libros (que reemplazaron, afortunadamente, los tenebrosos dibujos del propio Carroll) se basaban en los políticos de la era victoriana.

Más problemático aún es el saldo de la discusión. Quienes gobiernan exaltan este vertiginoso país de las maravillas, donde el abuso es regla y la generosidad una excepción, donde la educación es considerada un bien de consumo, la gente se jacta de su ignorancia y se rinde culto a la ambición salvaje y el aplastamiento del otro, devenido en rival, en competencia.

Donde el crecimiento ilimitado de unos pocos se basa en la explotación y bancarización de demasiados. De este modo, los slogans y prejuicios impuestos por el poder de los que pagan se impone como la verdad última, lo real se diluye en este carrusel neoliberal y un concierto histérico donde nadie se escucha reemplaza la sensatez que se nos promete.

Alicia recorre un mundo errático donde solo encuentra el desdén, la grosería o el absurdo como respuesta a sus preguntas, ella misma acaba volviéndose tan abstrusa y despectiva como sus insoportables interlocutores. Ser amable, honesto y justo es el verdadero absurdo en el Chile de hoy. O te pliegas con entusiasmo o cinismo calculado a la merienda de los locos o al partido de croquet de la reina de corazones. ¿Es eso lo que debemos elegir?

Escribo estas líneas no como una caricatura anarquista gratuita, sino como una necesaria advertencia, también soy elector, como muchos de los que vivimos en la realidad creada precisamente por la gestión de nuestros dirigentes, ¿no sería bueno que ellos volvieran de una vez por todas su mirada hacia el otro lado del espejo?

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