Sarmiento de Gamboa, sembrador del Estrecho

Seducidos por el Paso, brillantes u oscuros servidores del poder siguieron la estela dejada por los barcos del portugués. Entre los primeros sobresale el gallego Pedro Sarmiento de Gamboa, terco en la idea de poblar “ese ancho corazón de soledades” e ilustre en el santoral de inventores de Chile.

Muy joven llegó al Perú este prodigioso navegante incluido en el Catálogo de Autoridades de la Lengua por su “Historia de los Incas” y “Viaje al Estrecho de Magallanes”.

Cosmógrafo, latinista y astrólogo, alguna vez fabricó tintas eróticas, incendiarias para la mujer que recibía cartas escritas con ellas. Así ganó la confianza del virrey, hasta que un marido ultrajado asesinó a la regia autoridad cuando ésta se descolgaba por el balcón de una dama limeña.

Sin su protector, fue condenado a oír misa en cueros con un cirio en la mano, y al destierro de las Indias. Alegó inocencia hasta la hoguera... exclusive.Absuelto, tras oportuna abjuración, participó en la expedición de Álvaro de Mendaña capitaneando uno de sus barcos, diminutas fragilidades que sorteando tempestades y arrecifes dibujaron en el mapa las islas Salomón.

Al regreso de esa aventura, la Inquisición lo encarceló nuevamente. Parecía el fin. Sin embargo, reanuda el bordado de su novelesco currículo gracias a un acontecimiento extraordinario. Una noche de verano, en 1579, silenciosa y ávida la Golden Hind ingresó al Callao apoderándose Drake de un rico mercante.

España se obligó a negar el Pacífico a los ingleses. El virrey armó dos naves y Sarmiento liberado para dirigirlas. Vencido el inglés, estudiaría la opción de colonizar el Estrecho, inventariando sus recursos naturales más una relación de sus indios. En la corte española debía promover el proyecto. Con anuncios propios de estrategia comercial sostuvo que en esas tierras se daban la canela y el algodón “la mayor prueba de tierra templada”.

Y convenció, pues Sanlúcar de Barrameda vio partir al utópico nauta integrando una gran flota con el donoso título de Gobernador General de las Provincias del Estrecho de Magallanes.

Seis meses después estaban en Río de Janeiro. Al fin, y luego de innúmeras peripecias cinco arboladuras ingresaron en su primera bahía pero “un tiempo recio por la proa con tanta pujanza los echó fuera”. Sarmiento juró por su vida que haría “solemne fiesta a la Santísima Madre de Dios, y Abogada nuestra”. Vientos galopantes e iletrados lo alejaron sin miramientos.

Tras varios intentos pisaron la costa, y cerca de la entrada oriente del Estrecho, en febrero de 1584 fundó Nombre de Jesús, con unos trescientos pobladores, contando hombres, mujeres y niños.

A los pocos días, la Santa María, el único barco restante, se perdió hacia la primera angostura.Rápidamente se organizó para rastrearla, y en el camino veía “caza de venados, gatos cervales de hermosos pelos y colores, avestruces de cuyos huevos comían con uno cuatro y seis hombres. . . y cerezas dulces y sabrosas”. Quitadas sus visiones, aplacaban el hambre con mejillones, frutillas y algún pescado.

Gracias a una gigantesca caminata lograron ubicar el navío, y él admirado de la bahía de San Blas fundó Rey don Felipe, con iglesia, viviendas, defensas, horca, plaza, autoridades, cárcel y hospital.

Tras la efímera hospitalidad del verano austral el invierno mostró sus argumentos: “en quince días continuos no hizo sino nevar y los bosques perdieron la hoja”. Y mientras el fundador, tan al sentido común desapegado veía urbes en esas precariedades, la realidad hablaba con amarga elocuencia a sus habitantes. Desnudos, descalzos, casi sin vino ni provisiones, y la gélida estación angostando la despensa natural.

Oían misa diaria pero comían día por medio.

A su juicio, Puerto del Hambre, como se llamaría este fallido esbozo de Punta Arenas, podía continuar. Volvió en la Santa María a Nombre de Jesús, pero un temporal lo arrojó al Atlántico y fue imposible volver. Se alejaba para siempre de esos lares, prologando dos sagas: la propia en medio de la borrasca y la de los seres más aislados del mundo que lo veían perderse en el océano, con ojos que reflejaban pero no comprendían la miseria y el horror que les aguardaba.

Treinta y cuatro días después desembarcó en el puerto de Santos.

Resuelve informar personalmente a Felipe II pero cae en manos de piratas ingleses. Sir Walter Raleigh, admirado por su cultura y elocuencia, lo presenta a Isabel I. La soberana luego de un largo coloquio en latín le obsequió mil escudos y un salvoconducto. En Bayona fue apresado, y luego de extensas negociaciones, desdentado y tullido, logra su libertad al precio de 6.000 escudos y cuatro caballos escogidos.

El corsario Cavendisch encontró sobrevivientes pero sólo rescató a Tomé Hernández quien narraría en Lima las penalidades de esos colonos, dignas de la más exigente crestomatía del espanto: los de Nombre Jesús pidieron auxilio a sus hermanos de Rey don Felipe, que sufrían idéntica precariedad. Los sembrados se helaron y con ellos toda esperanza.

Pasaron dos lentos años. Como fueguinos, se dividieron en grupos de tres o cuatro para mariscar. Cuando sobrevivían cincuenta construyeron dos lanchones. Uno se estrelló en los arrecifes; como no cabían todos en el otro, abandonaron el intento.

Y así quedaron, ansiosos de signos en el horizonte contemplando un mar sin huellas ni vestigios, sombrío testigo de su tragedia.

Mientras el más “resalao” de los gobernadores, antes de perderse en un absoluto misterio, suplicaba al rey “se acuerde de aquéllos leales vasallos, que para servirlo quedaron en región tan remota, de nuevas, grandes y ricas provincias”.

Sarmiento de Gamboa, par de los mayores Amadises, Palmerines y Esplandianes de la mar océano, supera ampliamente a los viejos conquistadores por su excelencia literaria e imaginación. La “Historia de los Incas” tiene un sello propio indesmentible: basada en testimonios de sobrevivientes fue discutida con ellos en reuniones de lectura, hasta que les pareció buena y verdadera conforme al recuerdo de sus antepasados.

¿Focus group llaman ahora a este invento de don Pedro?

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