Webinario en cuatro sesiones

Luis Barrera Linares
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El término purismo alude a pureza en muchos sentidos y se refiere a situaciones y estados en los que priva lo inmaculado, impoluto, inamovible, a veces con muy pocas opciones para el cambio no justificado. En filología y lingüística se utiliza purista para referirse a quienes, con la excusa de abogar por la hipotética  “pureza” del idioma, rechazan cuanta innovación lingüística aparece.

Viven anclados en un muy ideal pasado en que una lengua resulta estancada, inmodificable, perfecta. A veces sin proponérselo, niegan el proceso evolutivo, natural en una actividad humana tan sustancial como el lenguaje.

Entre los hispano hablantes, hay los que, por ejemplo, detestan las palabras provenientes de otras lenguas, muy especialmente si vienen del inglés, y a todas les niegan la posibilidad de ser incorporadas al inventario del español.

Primera sesión. No todo lo que viene de otras lenguas es negativo. Así como no hay razas puras, tampoco hay lenguas que lo sean. Todo idioma es mestizo.

Cuando un sonido, un vocablo,  una frase o estructura sintáctica cualquiera se escapa de su presunto lugar materno, o sea, el idioma en el que tiene un uso habitual, y busca instalarse en otro diferente, suele hablarse de préstamo.

Mi tía Eloína suele decir que hay en esto un contrasentido, porque, muchas veces,  una lengua está prestándole a otra algo que, si llega a arraigarse, jamás será devuelto. Así, los idiomas en contacto viven haciéndose “préstamos” unos a otros.

A quienes protestan constantemente en contra de los anglicismos que cada día nos invaden por todas partes, habría que recordarles que también el español le hace “préstamos” a largo, corto y mediano plazo al inglés.  Sin embargo, también es cierto que en determinadas ocasiones el liberalismo extremo (aceptar todo) puede ser tan negativo como el purismo fanático.

Segunda sesión. No tenemos por qué aceptar acríticamente cuanto nos llegue de otro espacio lingüístico e inmediatamente incorporarlo a nuestros usos cotidianos. Principalmente, si tenemos cómo decirlo en español. No se trata de que ciertos términos sean “feos”, “malos”, o “incorrectos”. Es que hay algunos que no encajan. Son inadecuados y lucen como parches en la comunicación.

La pandemia ha traído cambios diversos en nuestra rutina. Uno de ellos se relaciona con la necesidad de convertirnos de un día para otro, por ejemplo, en teleciudadanos,  teletrabajadores, teleprofesores y telestudiantes. Actualmente formamos parte de una telesociedad o de una comunidad involuntariamente teleadicta. Mucho de lo que hacemos en este tiempo de cuarentena se relaciona con tele. Nada que decir, pues ese prefijo tiene un arraigo más que justificado en nuestra lengua desde hace tiempo. Aparte de que habitualmente se utiliza para aludir recortadamente a la televisión (la tele), el Diccionario de la lengua española registra múltiples palabras asociadas con el (telebanco, telediario, teléfono, telecomunicación, etc.)  y lo relaciona con “hacer algo a distancia”. Si fuera un “préstamo”, el “prestamista” fue el griego, con el cual, por razones más que conocidas, tenemos una muy antigua, rica y afortunada deuda.

Tercera sesión. El griego antiguo no solo nos hizo préstamos a nosotros. Ocurrió lo mismo con muchas otras lenguas, entre ellas, el inglés. De manera que, cuando añadimos tele- a cuanto hacemos en este tiempo,  no estamos rindiendo tributo al inglés, sino a una de nuestras lenguas abuelas.

Todo lo anterior ha sido una larga y necesaria vuelta para llegar a una palabra que en estos días también ha invadido múltiples espacios de la televida, principalmente en los ámbitos empresariales y académicos.

Llegó y, sin mucho esfuerzo, también se ha “pandemizado”, aunque de modo menos lesivo que la COVID-19, es verdad. A diario la vemos y/o escuchamos en las redes y en los medios.

La palabreja invasora nos llega incluso sin anestesia a través de comunicaciones formales. Acosa. No hay modo de que no nos topemos con ella consuetudinariamente y con esto se hace presente el riesgo de que pronto se vuelva “natural” y la adoptemos o la asumamos como préstamo definitivo.

Se trata de WEBINAR, en alusión a algunas reuniones académicas o corporativas a través de Internet.

Se ha llegado incluso al nivel de pluralizarla: webinars. Falta poco para que aparezcan formas derivadas y hasta ahora impensables como webinarista, webinareando, webinareado,  entre otras.

Es entonces cuando reaparece un poco el purista moderado que llevamos agazapado en nuestra conciencia de hispano hablantes y pedimos algo de prudencia en esto de aceptar cualquier préstamo de manera súbita y acrítica.

Ha sido tan invasiva que hasta la misma Fundación para el Español Urgente (conocida como @fundéu) casi le ha otorgado licencia para circular, aunque ya no como webinar,  sino como  seminario web o  webinario.

En este último caso, peor el medicamento que la enfermedad, casi como mezclar manzanas del inglés con peras del español.

Pensemos nada más en una pronunciación relajada en la que aparecerán extrañas implicancias fonéticas, al menos en Hispanoamérica:  ayer asistí a un “güebinario”. Un güebinario es una reunión académica o empresarial de…

Cuarta sesión. Si ya teníamos seminario para decir lo mismo, ¿por qué tanto webinarear? De no gustarnos seminario, porque no expresa exactamente lo mismo, ya que omite el medio (Internet), ¿qué impide decir tele seminario (con ese prefijo tan productivo en español) o, incluso, otras variantes como ‘ciber seminario’, ‘seminario virtual’ o ‘seminario en línea’?

Esperemos entonces que la desescalada se lleve préstamos pandémicos como éste, en una sola cuota y sin intereses, y que en el futuro cercano hablemos de tele seminario o de un equivalente más acorde al español.

De seguir así, algún purista de corazón castizo podría reclamarnos, ¡parad el webinareo, por favor!

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