Casi siempre por la vida

Brutal, desgarrador e insufrible se vuelve escuchar los detalles del abuso y asesinato que sufrió la pequeña Sophia de manos de su padre; la crueldad de los hechos se vuelven un trago amargo, que su mal sabor no se pasa con el tiempo, y que sólo desvela las horrorosas vivencias que Sophia sufrió, y que probablemente muchos niños y niñas de Chile viven con periodicidad.

El caso de Sophia ha servido para re-instalar en la agenda pública un tema que fue protagonista en la década de los '90: La pena de muerte.

A partir de lo ocurrido con Sophia es que algunos parlamentarios le han pedido al Presidente electo la "reposición de la pena de muerte para delitos de extrema gravedad y cometidos con una crueldad insana"; los mismos que dicen "defender la vida" en la discusión del aborto en 3 causales y que piden que los condenados por crímenes de lesa humanidad durante la dictadura no pasen sus últimos días en una cárcel en caso de sufrir alguna enfermedad terminal, ahora quieren un plebiscito nacional con respecto a que la muerte, sea repuesta como condena. ¿Curioso no?.

Antes de detenerse en ese punto en particular, creo importante resaltar algunos hechos que a mi parecer nos deben hacer poner el foco en lo importante, y que es en que el Estado debe poner toda su capacidad en tratar de evitar estar barbaries, fortaleciendo una política pública que proteja y vele con rigurosidad y solidez por la tranquilidad y vida en paz de nuestros niños.

Sophia registraba durante 2017 catorce consultas y atenciones de urgencia, en algunos casos con quemaduras en la entrepiernas, con golpes en la cabeza y también con convulsiones... ¿Cuántas denuncias de los organismos de salud al Ministerio Público? Ninguna. ¿La pena de muerte al autor de este crimen evitará que esto vuelva a suceder? No lo sabemos.

Uno trata de imaginar y dimensionar el dolor de la familia, y probablemente nunca lleguemos a empatizar del todo, quizás quieran la muerte del asesino y sientan que esa es la justicia más adecuada para este caso, uno no puede juzgar tales sentimientos ni hacer mella de un estado emocional en donde la ira y la rabia de seguro consumen a un ser humano, de sólo imaginar que tal cosa le suceda a un ser querido, nos hace sentir las visceralidades más profundas que podemos llegar a percibir como personas.

¿Pero eso es argumento para reponer la pena de muerte? El solo hecho de plantearse esta idea genera un retroceso en la escala de valores de la sociedad y, mal muy mal por aquellos que pretenden tan siquiera sacar algún rédito político de esta triste situación, en un época en que la humanidad vive profundas crisis valóricas, buscar reestablecer una ley así es no haber aprendido nada de los errores del pasado. Son de conocimiento mundial los casos en donde la pena de muerte ha sido mal aplicada, en donde los jueces han fallado, en donde las pruebas y testigos no han sido las adecuadas, y ¿Quién responde por esos errores?.

Quienes nos oponemos a la pena de muerte, no somos indolentes con el caso de Sophia, por el contrario, en este caso en particular y en todos los de esta estirpe, lo que esperamos es que las discusiones infértiles salgan del tapete y la altura moral y política se imponga, optando así de una vez por todas por una legislación que ponga a los niños y niñas de Chile en el centro, que fortalezcamos las redes de salud, de protección, de educación pre escolar y que seamos capaces de evitar estas atrocidades, eso es tarea es de todos.

¡Perdónenme! Pero no puedo evitar pensar que lo de Sophia se hubiese evitado si la red de salud primaria a la que asistió hubiese hecho las denuncias que correspondía, siento -me puedo equivocar o no- que la vida de Sophia también pasó por ellos y quizás por cuantos silentes más, el silencio también termina siendo cómplice en estos casos, y con esto nadie buscar esbozar el más mínimo atisbo de justificación con el acto horroroso de Francisco Ríos (padre biológico y asesino de la menor), sino que es también buscar sacudirnos de la realidad cómoda en que nos encontramos, mientras hay niños y niñas en nuestros país que en este preciso momento están siendo víctimas de un abuso o de una golpiza.

Nadie quiere que más niños sufran, pero tampoco la muerte es la solución a este problema, sin duda hay que endurecer las penas, reforzar sistemas de control y de vulneración, es ahí donde estamos fallando... El retroceso moral y valórico que se produce con el sólo hecho de abrir esta discusión es inconcebible.

Claro está, podríamos argumentarle -a quienes defienden la postura de restituir la pena de muerte- con su propia medicina, bajo el paradigma de los famosos enclaves leguleyos, ellos han ocupado la constitución forjada en dictadura para frenar cuanto cambio profundo se ha querido producir, en este caso uno les podría decir ¿No respetaríamos entonces el Pacto de San José?, pero ese no es el objetivo; el objetivo de contra argumentar semejante postura no puede basarse en "lo legal", debe ser de una mirada más profunda, del país que queremos forjar, de las leyes que queremos que nos rijan y del valor que le da el Estado chileno a las políticas públicas que deben proteger a los niños y niñas, que siempre serán los más débiles y vulnerables de la cadena.

Pensar en los niños de hoy, es también pensar en el país que le queremos regalar a los del futuro, no vaya a ser que esos niños del futuro nos miren como Schubert describía en el diálogo de un padre que le pregunta a su hijo: Hijo, si nosotros los buenos matáramos a todos los malos, ¿Quiénes quedaríamos?... y el hijo le responde a su padre: Los asesinos.

Estoy seguro, que nadie quiere más asesinos.

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