La más básica de las necesidades

Jorge Muñoz Arévalo SJ
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Vamos a completar ya tres meses desde que el Presidente decretara el Estado de Excepción Constitucional de Catástrofe a causa de la pandemia por Covid-19. Entre todas las medidas que estaban incluidas en este Estado de Excepción se encontraban las de “asegurar la distribución de bienes y servicios básicos, ordenar la formación de reservas de alimentos y otros bienes necesarios para la atención y subsistencia de la población”.

Ha pasado el tiempo y nos hemos dado cuenta de la relevancia de estas medidas, pues si hay un aspecto de la vida de las personas que se ha visto más afectado en estos meses, sin duda es el de la alimentación. Aunque para algunos pudiera resultar sorpresivo, hay un porcentaje importante de nuestra población que cuenta con un equilibrio bastante débil para sostener sus necesidades básicas. Basta que algo lo rompa para que todo comience a desmoronarse.

Es por esto, que muchas instituciones, civiles y eclesiales, que comparten de cerca estas realidades precarizadas, que no desconocen la verdad de tantos y tantas, casi desde el inicio de las medidas especiales adoptadas en el país, levantaron campañas para ir en ayuda de quienes más iban a sentir el golpe y serían más afectadas como consecuencia de la falta de trabajo, paralización de sus emprendimientos, cesantía, y otras circunstancias. Así es como no solo se han embarcado en la búsqueda de recursos para la entrega de canastas de alimentos, sino que son muchas las iniciativas, institucionales y comunitarias, que han levantado ollas comunes y comedores solidarios para responder a esta necesidad básica que demasiados no tienen cubierta. Y son incontables los voluntarios y voluntarias que le dan vida a estas acciones. Emociona, ciertamente, la capacidad de muchos para no esperar y reaccionar cuanto antes al ver a sus hermanos y hermanas en necesidad. A toda esta ayuda se sumó más tarde el gobierno con la promesa de entregar más de dos millones de canastas.

Estos últimos días se ha conocido el deseo de realizar una gran campaña que aúne a comunicadores, artistas y distintos medios para seguir sumando ayuda. Otra buena noticia.

No obstante, quisiera hacer algunas apreciaciones. ¿No será el momento que dejemos de lado el recurso de un espectáculo y nos avoquemos a la tarea, mucho más grande, difícil y costosa, de crear las bases para un país más justo? Sí, lo sé. Lo inmenso de esta tarea pareciera decir que es más prudente jugarnos y optar por el espectáculo: lo pasamos bien, aparentemente crea unidad y nos inflama el corazón al hacernos sentir bondadosos.

Sabemos que la situación que estamos viviendo durará todavía un tiempo. Entonces, hagamos cosas que perduren. No levantemos castillos, por bellos que sean, pero pasajeros y que no apuntan a la necesidad y deuda básica que tenemos como país.

¿Por qué no pensar entre particulares, empresarios, gobierno, Iglesia, caminos que permitan creer en emprendimientos que se transformen en una respuesta real, digna, sustentable para las personas y familias? ¿Por qué acabar el día pensando que somos buenos porque colaboramos con algún dinero, alimento o ropa, cuando más bien nos podemos dedicar a fortalecer un tejido social que permita no depender de si me llegará tal o cual caja para sostener a mi familia? ¿Por qué tener que pensar que estamos dando por bondad lo que más bien le debemos a los demás? ¿Por qué renunciamos tan fácilmente a la tarea que de verdad importa?

Abro el diálogo. Juego la primera carta. La Economía Social Solidaria nos puede dar pistas importantes para una sociedad que tenga verdaderamente a la persona en el centro.  

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