La vejez no tiene precio

Cuando uno llega a viejo hay temas que de modo inevitable nos “tocan la fibra”. Y no pretendo confundir esto con la denominada “sensibilidad senil”, puesto que el sentimiento que despierta en mí el debate que se está produciendo en torno al sistema de pensiones de nuestro país me genera ciertos niveles de impotencia y preocupación.

Cuando leí los resultados de los estudios realizados por la Fundación Sol me dio rabia, me “piqué”, como decimos en buen chileno, pues es inaceptable que el 90% de los jubilados reciba una pensión menor o igual a los 150 mil pesos, monto que ni siquiera supera al salario mínimo que reciben los trabajadores de nuestro país.

Estas cifras sin duda reflejan una realidad lamentable, una realidad cuestionable y por sobre todo que carece de una conexión con las situaciones cotidianas que deben enfrentar las personas de avanzada edad, pues me consta  que ese monto – 150 mil – muchos sólo la deben destinar a remedios o tratamientos médicos.

Creo que el actual modelo de pensiones  no hace otra cosa que condenar a la mayoría de los chilenos a tener una vejez poco digna y sostenible, no es posible que la gran cantidad de años que se dedican a trabajar tenga como “recompensa” cifras que para muchos es una burla, pues el que me diga que sí se puede vivir con esa cifra, me cuente cómo lo hace, porque realmente debe tener una habilidad especial para manejar sus ingresos.

Se supone que nos jubilamos para dar un cese a nuestras actividades, para tener un descanso después de años de trabajo, pero el actual modelo, obliga a la mayoría continuar con actividades que les permitan complementar sus ingresos para sobrellevar los gastos que implican llegar a viejo.

Y es que creo que en Chile somos injustos con nuestros adultos mayores, aún tenemos una deuda pendiente con ellos, deuda que va de la mano con una reestructuración de los sistemas de pensiones, pues el actual, por donde se analice, no reconoce el esfuerzo laboral.

Esta situación, supera las barreras de los Gobiernos de turno, es una responsabilidad y una problemática de Estado, un mal que lamentablemente se “incubó” silenciosamente por un periodo muy largo y que sin darnos cuenta, creó  una situación social inaceptable que hoy se refleja a través de las movilizaciones originadas por los mismos afectados.

Ahora, no podemos obviar algunas noticias que han sumado algún grado de odiosidad al tema, y que al parecer, fueron el detonante del movimiento social  “No +AFP”.  Con esto me refiero a las “súper pensiones” que tienen algunos privilegiados al momento de jubilarse, recibiendo montos que superan los 4 millones de pesos.

En nuestro país mucho se habla de trabajar por disminuir las brechas que existen   en los ejes principales de cada sociedad: Educación, Salud, Ingresos.  Pero, al parecer, esta estructura tiene cómodos a quienes se encuentran en las cúspides del poder, pues finalmente los más perjudicados se quedan con las migajas de un sistema que lucra con lo que se pueda.

Si me preguntan cuál es la solución ante este escenario, lamentablemente no la tengo, pero tengo claro que el actual modelo no es aplicable en nuestro país, sobre todo si consideramos que en Chile el  50% de los  trabajadores recibe ingresos inferiores a los $305.000 líquidos.

Pese a que todos creen que tienen la bola de cristal con respecto al tema, considero que  este tipo de transformaciones deben ir de la mano con una mesa de diálogo que integre a personas conocedoras del tema - Comisión Bravo - junto a los afectados, pues es claro que cambios sustanciales no se pueden generar de un día para otro, sobre todo si consideramos que no se tienen los recursos suficientes para que la entidad correspondiente se haga hago de esta realidad.  

Admito que no tengo una propuesta sólida ante el tema, pero sí tengo claro que hay cosas  que no se invierten en la Bolsa, y nuestro trabajo es una de ellas.

Ya que le han puesto valor a todo, por lo menos, otorguen la opción que cada persona elija qué hacer con lo recaudado durante sus años de esfuerzo,  pues  tener una vejez digna, no tiene precio.

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