Si el drama de los niños no nos toca el corazón, nada lo hará

Chile no está en guerra desde el año 1879 y, sin embargo, desplaza a aproximadamente 200 mil niños a la calle, que no tienen un hogar permanente, ni familia que los contenga, ni organizaciones comunitarias que los acojan.

Y luego, nuestro Estado ha creado una institucionalidad, público-privada, completamente insuficiente para dar una adecuada protección a los niños que quedan en esta condición.

Esos son los hechos. ¿Y cuáles son las causan que los provocan?

Desgraciadamente de ello se habla poco, muy poco.

Transversalmente nos hemos acostumbrado a jactarnos de ser “el país mas serio de América Latina”; “los mas responsables en materia fiscal”; “el que mas ha crecido en los últimos treinta años”, etc., etc.

Con ello algunos creen que se ha cumplido toda la responsabilidad de quienes han conducido el Estado, soslayando todo aquello que, bajo la alfombra, crece y crece, como muestra de una sociedad que se asienta sobre un conjunto de inequidades que nos debieran interpelar éticamente, si es que la ética tiene algún espacio en nuestra discusión pública.

Esconden, por ejemplo, que Chile es el país mas desigual, entre los países de crecimiento medio. El más desigual del mundo.

Esconden también que nuestras ciudades son brutalmente segregadas. Que a la expulsión de los pobres hacia la periferia, obra de la dictadura, se le ha agregado una política habitacional, seguida en democracia, que agudizó esa circunstancia, generando verdaderos guetos, donde viven los mas pobres, sin servicios públicos, ni protección policial, ni áreas verdes, ni colegios de calidad. Es decir, en las condiciones más precarias de imaginar.

Por allí hay que empezar a descubrir porque hay tantas decenas de miles de niños que vagan por las calles de nuestras ciudades, trayendo en las mochilas de sus almas, todas las vulnerabilidades que son posible de imaginar.

Pero claro, es mas fácil enfrascarse en una miserable discusión de baja política, intentando hacer recaer la responsabilidad, siempre, en el otro, creyendo que con eso se “lavan las manos”, como fariseos modernos que, al igual que ayer y que siempre, terminan quedando desnudos ante la evidencia de una realidad que no se puede esconder.

Digámoslo de una vez, el horror que viven decenas de miles de niños, en nuestro país, es el resultado de la sociedad que todos, con mayor responsabilidad de quienes han gobernado en los últimos 27 años, hemos construido.

Extrema pobreza, de muchos mas de lo que aceptamos en nuestras estadísticas; familias desestructuradas; barrios enteros (cada vez más) gobernados por los narcotraficantes; madres solteras; inexistencia de redes de apoyo a los que nacen en esas condiciones,  aparecen como los verdaderos factores que explican la realidad que comentamos.

Pero como siempre, se prefiere discutir acerca de la manera en que se han enfrentado las consecuencias de este fenómeno, en vez de acudir a sus causas. Claro, si discutimos las causas, entonces estamos obligados a discutir el sistema pero, como este es “sacrosanto”, prefieren quedarse en la superficie.

Algunos, entonces, quieren asesinar al cartero; otro, en sacar partido inmoral para ganar algunos votos y, los mas, esperando que el tema “se olvide”, para no tener que enfrentar su profundidad.

Y, en general, cada sector corporativo de la sociedad seguirá adelante, con su propia miseria, incluyendo a los jóvenes, que como les recuerda Felipe Berríos, no son capaces de tomar este tema como propio.

¿Se movilizará la sociedad por esta trageia?

¿Será preocupación prioritaria de las autoridades de todas las instituciones del Estado?

Difícil. Especialmente cuando el ministro de Justicia es capaz de señalar que es un tema que hay que “mirar con cuidado”, porque podría implicar un daño pecuniario muy serio para el Estado.

Sodoma fue destruida porque no se encontró entre sus habitantes “a más de diez justos”. ¿Cuántos hay entre nosotros?

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