El mundo se lamenta con el deceso de Desmond Tutu y de Roberto Garretón, dos monumentos vivientes en la lucha por los derechos humanos. Dos figuras bien conocidas en Sudáfrica y en Chile, quienes dieron un testimonio como ninguno, teniendo a la dignidad humana como norte y fuerza motivadora en sus vidas. Se trata de personas que encarnan valores superiores, un humanismo que se inspira en una forma de entender y concebir al mundo como un hogar de hermanas/os donde todos y todas deben ser respetados/as y queridos/as.
El deceso de Daniel Palma, hace un mes, es de aquellos de "héroes invisibles", que siguieron la misma causa de Tutu y de Garretón, pero cuya labor abnegada se realizó en silencio y tuvo frutos abundantes, pero apartados de los focos y de la prensa. Mi reflexión sobre este trío es intencional porque la causa de los derechos humanos no es sólo universal, sino también transversal y colectiva: miles y millones de personas, víctimas y solidarizantes con ellas, se han levantado en todo el mundo por una causa que está inscrita en lo más profundo del corazón y que forma parte de la tarea de construir un mundo más humano.
Desmond Tutu (1931-2021), arzobispo anglicano sudafricano que se destacó a nivel internacional por su lucha en contra del apartheid en su país. Fue el primer negro en ser elegido arzobispo en Ciudad del Cabo y luego primado de la Iglesia Anglicana en ese país. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1984.
Hijo de una familia humilde, de carácter afable, inteligente y cordial, concluyó sus estudios de profesor secundario y luego se graduó en teología en Johannesburgo. Durante su trayectoria como pastor se fue comprometiendo con la causa de los derechos humanos violentamente negados por el régimen del Apartheid sostenido por Pretoria. Dictó numerosas conferencias y se trasformó en activista de la lucha antirracista sudafricana. Una de sus frases inspiradoras notables es "si eres neutral en situaciones de injusticia es que has elegido el lado opresor".
Fue figura clave en la transición a la democracia en Sudáfrica, presidiendo la comisión de Reconciliación cuando Nelson Mandela ya era presidente. La nueva Sudáfrica democrática, diversa, intercultural que emergía fue calificada por él como la "nación del arcoíris".
Figura simbólica y ejemplar, no sólo para las iglesias agrupadas en el Consejo Mundial de Iglesias, sino que también para todo su pueblo y el mundo, por su decidida opción por los grupos étnicos subyugados bajo el régimen del Apartheid, al cual contribuyó decididamente a desmontar.
Roberto Garretón Merino (1941-2021), abogado laboral, que frente al Golpe de Estado de 1973 se incorporó al Comité Pro Paz para asumir la defensa de los/las perseguidos/as y luego integró la Vicaría de la Solidaridad, del arzobispado católico de Santiago, donde llego a dirigir el Área Judicial. Ejerció una incansable, desprendida y disciplinada labor protegiendo personas perseguidas por la dictadura, recopilando antecedentes y presentando miles de recursos de amparo por los/las detenidos/as desaparecidos/as y prisioneros/as políticos/as.
De personalidad amable, fuerte y apasionada. Activo en la denuncia, elaboró notables documentos e informes para organismos internacionales, como la ONU, dando cuenta de las violaciones a los derechos humanos en Chile. Fue amenazado en varias oportunidades y requerido por la Justicia Militar y encargado "reo" por "ofensas a las fuerzas armadas".
Integró la "Mesa de Diálogo" (en 1999), con el propósito de avanzar en la búsqueda de las víctimas de desaparición forzada; fue además Relator Especial de las Naciones Unidas, y cumplió un activo papel en acciones judiciales en torno al proceso de extradición de Augusto Pinochet.
Integró el primer Consejo Directivo del INDH y en agosto de 2020 recibió el Premio Nacional de Derechos Humanos. Declaró en esa oportunidad que su inspiración fundamental siempre fue la defensa de la vida: "El derecho sirve para la vida, o no sirve para nada".
Daniel Palma Sanhueza (1930-2021) fue pastor de la Misión Iglesia Pentecostal de Chile. Misionero en Uruguay; fue cofundador de la Ayuda Cristiana Evangélica (ACE) y luego del Servicio Evangélico Para el Desarrollo (Sepade) y uno de los primeros docentes de la Comunidad Teológica Evangélica de Chile en los años '60.
Congregó a una comunidad cristiana en Montevideo, ejemplo de solidaridad con los que sufrían y por ello recibió un homenaje reciente que le hicieron en el Congreso uruguayo. Al volver a Chile, durante la época de la Unidad Popular, trabajó incansable para acoger exiliados del Cono Sur que arrancaban de las dictaduras. Ayuda desinteresada, sin preguntar sobre ideologías, ni religión.
Daniel Palma integró el trabajo solidario de Ayuda Cristiana Evangélica (ACE) en plena dictadura. Era claramente un pastor diferente, atípico, extrovertido, de muy buen humor. Su discurso, frente a lo que estaba pasando en Chile, era potente, valiente, fuerte y claro. Tenía una clara lectura de la realidad inspirada en la Biblia. Transmitía esa energía necesaria para seguir en la lucha por los derechos humanos en todas sus manifestaciones, y por la recuperación de la democracia para nuestro país. Discutía de igual a igual con obispos y pastores, con los cuales no siempre coincidía. Siempre tenía a su familia en el centro de su quehacer. Inspirador y trabajador destacado del ecumenismo, incansable en su política de puertas abiertas.
Durante los años de dictadura la práctica de solidaridad cristiana, que hasta entonces no representaba mayor peligro, se transformó en una actividad de alto riesgo. No sólo se siguió prestando refugio a los exiliados de antaño, sino que ahora se colaboró ecuménicamente con las otras iglesias para proteger a los perseguidos y solidarizarse con los desaparecidos y torturados y sus familiares.
Ya en los años de recuperación democrática, Daniel Palma -secundando a la pastora Elfrida Sepulveda Barra- abrió las puertas del "Hogar para Adultos Mayores" que dirigía, acogiendo a tantos y tantas en su derecho a vivir dignamente su tercera edad.
La causa de los DD.HH. es un movimiento colectivo y ecuménico, y las figuras como Desmond Tutú o Roberto Garretón no hubieran podido ejercer con tanta amplitud e impacto su labor encomiable sin la colaboración de miles de "Danieles Palma" y sus comunidades desplegadas en cientos de barrios y poblaciones en Sudáfrica y Chile.
Lo afirmado no desmerece en nada los méritos de los grandes personajes como Tutu o Garretón, que deben ser aplaudidos, recordados y admirados. Pero nos recuerda que es tarea de todos y todas -no sólo de los grandes líderes- construir un mundo mejor que respete la dignidad humana.
La causa de los derechos humanos -que afortunadamente la mayoría de los convencionales constituyentes abraza- no puede mantenerse y crecer con el tiempo si no está alimentada por testimonios vivientes como los que hemos reseñado. Pero estas tres figuras nos están mostrando, además, que la violencia, el dolor y la desesperanza de las violaciones a los DD.HH. sólo se vence cuando hay inspiración, convicción, aliento y fe.
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