El problema de fondo en las pensiones

Desde hace semanas está en el aire  -y a propósito de la polémica por montos que paga Gendarmería en conceptos de retiro-  la discusión sobre las diferencias en el sistema de pensiones, que en algunos casos es ciertamente inexplicable para la ciudadanía.

Por supuesto y como es costumbre en el ambiente político de este último tiempo, son muchas las voces que comenzaron a rasgar  vestiduras y pedir cambios profundos y urgentes a todo el sistema de pensiones. Se mezcla  una nueva reforma, o suspender la entrada en vigencia de las tablas de mortalidad y se mira lo adoptado por otros países, como el retiro adelantado del 95% de los fondos, tratando de homologar la realidad nacional.

Pero este asunto es de tanta importancia, es tan crucial para la vida de las personas y para la economía nacional, que lo peor es actuar de manera irresponsable frente a dos asuntos claves para entender las bajas pensiones: el aumento de la expectativa de vida y la baja acumulación en las cuentas personales.

Dejemos a un lado la estridencia de la polémica respecto de si le corresponde o no a las personas adscritas a los sistemas de previsión de la Defensa Nacional  recibir montos millonarios. Lo que debemos atender es que hay un evidente problema, el promedio de pensiones que se paga en el sistema de AFP -que es al mayoritario en Chile- no supera los 200 mil pesos. Más aún  el 94 % de las mujeres y el 87 % de los hombres que se jubilan del sistema AFP reciben una pensión de 156 mil pesos. Cifras dramáticas al tratarse de un promedio que suele ser elevado por aquellos trabajadores  que  han cotizado regularmente, sin lagunas previsionales y que  llevan largos periodos trabajando.

Lo que deja en evidencia el problema de fondo, se requiere más justicia y mejores montos de las pensiones, menos diferencias entre los sistemas que actualmente conviven por lo que se necesita que el sistema de pensiones genere dignidad a los jubilados y no los condene a una pobreza obligada.

Lo fácil en la contingencia es proponer una serie de medidas muy populares, como el retiro de los fondos al momento de jubilar, o volver al sistema de reparto y muchas otras fórmulas acerca de las cuales no hay evidencia alguna de que sean del todo responsables y sostenibles para el país.

No hay que olvidar que las cuentas de ahorro individual representan casi el 70 % del PIB hasta hace un par de años, unos US$ 165 mil millones en ahorros previsionales, entonces ¿cómo hacemos que estos recursos  sean realmente capitalizados por el sistema de pensiones?

En segundo orden, me parece que es justo que el sistema siga descansando en el esfuerzo y ahorro personal ya que es un premio a la responsabilidad y constancia de los trabajadores y trabajadoras. Eso no quita que el Estado asuma y cumpla su rol subsidiario en aquellos sectores rezagados, en especial en los sectores más vulnerables que han tenido menos acceso al empleo, bajas remuneraciones y poca capacidad de ahorro.

Tercero, hay que meter mano fuerte al mercado laboral, ya que hay que reconocer la precariedad del desempeño de este campo en nuestra economía. Por estos días de hecho, la tasa de desocupación ha ido en alza de la mano de la caída en el crecimiento. Entonces, es muy difícil tener buenas cuentas de ahorro con periodos cíclicos de caídas en los números del empleo y con una escala de sueldos que es francamente preocupante.

Hay brechas enormes entre los sueldos de hombres y mujeres, entre técnicos y profesionales, entre directivos y empleados, lo cual debe ser atacado de manera multisistémica. Y es cierto también que aún resta analizar la propuesta de la Comisión Bravo, por  lo que no podemos creer a priori  que la panacea sea una AFP estatal, esquivando el fondo del asunto.

Eso da pie para un cuarto principio: la capitalización debe al menos respetar el ahorro nominal que las personas han logrado juntar en sus cuentas y no estar expuestas a descalabros en las bolsas, determinados por agentes externos.  

En suma, la urgencia acá no es una pensión millonaria que se paga en Gendarmería y que puede parecer escandalosa, pero legal. La real urgencia es sentar las bases para un debate serio, responsable, con evidencia y no eslóganes sobre la mesa, acerca de cómo mejorar las pensiones y contar con las voces más informadas y preparadas para que las soluciones que encontremos, estén lo más lejos posible del populismo.

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