La historia de la lavadora

Las invenciones transgresoras siempre han marcado un antes y un después en la sociedad, pero la importancia radica precisamente en la forma con la que es llevado el proceso y el intercambio de opiniones generado, tanto de la sociedad civil como de las autoridades. Y hoy estamos en un ambiente ávido de debates por la llegada de nuevos competidores a mercados que, hasta no hace mucho tiempo, carecían de competencia.

Esta es la historia de la lavadora. Eran aquellos tiempos donde el electrodoméstico blanco, y ahora imprescindible, llegaba a los hogares chilenos disruptivamente, y algunos de los miembros más tradicionales de la familia se resistieron a utilizarlo. “Donde esté el jabón, que se quite lo demás”, avisaba la justificación de sus detractores. La realidad no difiere mucho de lo que actualmente vemos con discusiones planteadas por aquellos años.

Ante una sociedad sorprendida constantemente por la tecnología, el progreso y el cambio, y la entrada continua de nuevos actores con propuestas de calidad, no podemos dejar de preguntarnos, ¿hay que poner barreras de entrada a las nuevas innovaciones cuándo tendríamos que convertirnos en sus impulsores? ¿Qué enriquece más a un mercado que la competitividad sana y forjada en calidad?

Las propuestas del emprendimiento se basan en una apuesta por lo nuevo o lo mejorado, y continuamente vemos cómo nuevas aplicaciones como Airbnb, están cambiando la manera de enfocar el sector turístico; lo mismo con Uber y Cabify en el transporte, Spotify o Netflix en cuanto al consumo de música y material audiovisual respectivamente. El ser humano tiene una resistencia natural al cambio, sin embargo, lleva adaptándose al progreso desde siempre.

Mirando hacia atrás - y no tanto- podemos darnos cuenta que las barreras de entrada no están asociadas tanto a la calidad de un producto, sino a la falta de actitud crítica para entender cómo incorporar la innovación en nuestro modo de negocio para hacernos mejores, entendiendo que el libre mercado es la base para alimentar nuestra propia imaginación creadora.

Y, por último, el aprendizaje de no volver a caer en la clásica historia de la lavadora, que hoy es una anécdota, pero quién dice que no se reirán mañana de nosotros por lo que está sucediendo hoy. 

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