Un, dos, tres ¡innovación!

Mencionaban el otro día que intercalar un anglicismo cada dos o tres frases está de moda entre los innovadores. Pero, ¿sabemos exactamente qué es y qué implica innovar? ¿Cómo están los innovadores en Chile? Y lo más importante, ¿qué nos falta para considerarnos una nación innovadora?

El concepto, sin duda, va de la mano de la tecnología, como bien lo personifica Sillicon Valley con marcas como Apple, que tiene 10 veces el PIB de Uruguay; Google, que vale más que toda la Bolsa de Valores de Rusia y WhatsApp, que se vendió por 20.000 millones de dólares, más que las exportaciones de muchos países.

Sin embargo, el desafío está en desvincular la innovación de la tecnología y comprenderla desde un cambio cultural profundo que cotiza al alza el trabajo mental, en detrimento del manual. La opción no existe: es innovar o morir.

Chile tiene una gran tradición modernizadora desde los años noventa, pero se enfrenta a barreras que impiden que la innovación llegue, se impregne con todas sus consecuencias y gane los beneficios inherentes para sucumbir a sus encantos. De esta manera, suma numerosas barreras de entrada, que junto a la burocracia impiden que la innovación forme parte de nuestra idiosincrasia.

Uno de esos obstáculos está en que el nuestro país ostenta el peor índice de confianza en la OCDE, con solo un 13%. A esto se suma un vago y deficiente nivel de cooperación y comunicación del conocimiento e I+D (Innovación y Desarrollo) entre empresas y universidades.

No menos importante es la baja capacidad para aprender de los fracasos. Mientras en China o Corea del Sur se venera a los innovadores, Israel produce más patentes que toda América Latina junta. ¿Nosotros? Aspiramos a ser el próximo Mark Zuckerberg, sin asumir todas las caídas que vienen antes de llegar a una cumbre, para luego bajar y después escalar de nuevo.

Con todo esto, no estamos esperando a la gran revolución de la economía, sino un cambio que circule desde lo más básico y llegue hasta nuestra cultura. Un punto de inflexión que atrape los valores de la confianza y la cooperación para derivar en una verdadera sociedad innovadora, que derribe barreras y se reconstruya desde los fracasos que nos dieron las claves de cómo siempre hacerlo mejor.

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