¡Media Clase!

Manuel Riesco
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Las trabajadoras y trabajadores de Chile son hoy catorce millones de personas, casi toda la población del país mayor de 16 años. Tres millones están jubiladas, la mitad por AFP, y dos tercios de ellas son mujeres. Sobreviven con pensiones miserables.

Poco menos de once millones de trabajadoras y trabajadores se encuentran en plena actividad. Su número se ha duplicado en el último cuarto de siglo y crecen en un cuarto de millón por año. Son muy jóvenes, dos tercios tienen menos de 46 años de edad y un 42 por ciento es menor de 36 años. Poco menos de la mitad son mujeres.

Son contratados y despedidos constantemente de seis millones de empleos asalariados precarios. Entretanto trabajan a honorarios, por su cuenta o permanecen cesantes. A la vuelta de pocos años casi todos los once millones de activos han cotizado como asalariados.

Dichos empleos asalariados crecen a una tasa aún más rápida que el número de trabajadores activos. Aunque oscilan constantemente, siguiendo los avatares del ciclo económico en un ajuste perfecto.

En el último cuarto de siglo han más que duplicado su número, subiendo de menos de tres a seis millones, elevando su participación de 30 a 42 por ciento de la población mayor de 16 años.

Los empleos asalariados ocupados por mujeres son menos, pero ya suman tres cuartos de los ocupados por hombres y explican la mayor parte del crecimiento total. Han duplicado su participación, subiendo de 18 a 35 por ciento de la población femenina mayor de 16 años, en el mismo período.

Las remuneraciones imponibles de los cotizantes AFP han crecido asimismo, moderadamente, hasta alcanzar un promedio de 810 mil pesos por persona en mayo del año 2019. La mitad, sin embargo, gana menos de 600 mil pesos, incluyendo un cuarto de millón que gana el mínimo o menos. En el otro extremo, 400 mil personas cotizan por el tope imponible de 2,2 millones de pesos al mes, es decir ganan eso o más. Casi todos éstos son asimismo trabajadores y trabajadoras asalariadas que desempeñan labores profesionales calificadas.

Las remuneraciones imponibles de mujeres alcanzaron a 88 por ciento de las de hombres en abril del año 2019. Llama la atención que, si bien dicha proporción ha subido unos diez puntos porcentuales en el último cuarto de siglo, permanece estancada desde mediados de la década pasada.

En extensas y agotadoras jornadas, trabajadoras y trabajadores asalariados generan casi toda la riqueza producida en el país que, además de la que producen cuando trabajan por su cuenta o a honorarios, y las rentas transferidas de otros países a exportadores de recursos naturales, se agregan en el producto interno bruto (PIB).

Sin embargo, la masa de remuneraciones imponibles no alcanza a un tercio de éste. Aunque dicha participación crece sostenidamente por el rápido incremento del número y más moderado de las remuneraciones, todavía está muy lejos de la que obtienen los trabajadores de países desarrollados, donde la masa salarial equivale usualmente a dos tercios del PIB. Ello demuestra la elevadísima tasa de explotación que sufren las trabajadoras y trabajadores de Chile.

Por añadidura, sus salarios se recortan con cotizaciones previsionales y cobros educacionales, las que en su mayor parte se desvían de inmediato a los bolsillos de grandes empresarios privados.

Éstos deberían financiar íntegramente, tanto el ahorro nacional al que supuestamente desvían las cotizaciones, como el gasto educacional, con cargo a las ganancias y rentas que se apropian, las que exceden la mitad del PIB.

Si se agregan los intereses usurarios de créditos de consumo popular, estas tres formas principales de superexplotación recortan más de un tercio de los salarios. Parte importante de las cotizaciones de salud de trabajadores calificados terminan asimismo en bolsillos de ISAPRE.

Dichos recortes salariales, que ahora se pretenden hacer aún más onerosos, constituyen superexplotación del trabajo y son en parte importante la causa de la escandalosa inequidad de la sociedad chilena.

Los once millones de trabajadoras y trabajadores asalariados constituyen la fuerza social y económica más numerosa e importante de Chile. Es el rostro moderno del pueblo en el Chile.

Muy lejano de la caricatura que pintan sus adversarios, de una masa amorfa de individuos sólo preocupados del consumo a quienes despreciativamente motejan de “clase media”.

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