¿A qué van los niños a la escuela?

Hace unas semanas, Maggie MacDonnell, una profesora que hace clases a una pequeña comunidad de la etnia Inuit en el ártico canadiense, recibió el premio Global Teacher Prize 2017, que reconoce al mejor profesor del mundo cada año. Además de hacer clases con veinte grados bajos cero, esta docente ha debido lidiar con fuertes problemas sociales que afectan a su comunidad como violencia de género, abusos y numerosos suicidios de adolescentes. En sólo dos años, diez niños de su clase se quitaron la vida.

En su sala, MacDonnell se ha preocupado de brindar a sus estudiantes no solo las habilidades que los harán competentes en las áreas de lenguaje, matemáticas o ciencias sino que ella ha hecho un trabajo diario y sistemático para que sus alumnos encuentren un sentido a sus vidas.

El sentido da cobijo, un lugar donde vale la pena estar, aquello por lo que quiero trabajar y esforzarme. La escuela es definitivamente un lugar para encontrar sentido y nosotros los profesores somos portadores de sentido para nuestros estudiantes. Tenemos que poder dar respuesta a la pregunta de para qué estoy en esta sala, para qué y por qué estoy estudiando esto, qué sentido tiene confiar, esforzarse, esperar, reflexionar, soñar, respetar, servir, acompañar, cumplir y decir la verdad.

Servir a una comunidad tan única ha significado que MacDonnell ha debido modificar el currículum tradicional de manera de incorporar las habilidades que les serán útiles a sus estudiantes en su espacio. Así, esta profesora ha asociado la escuela en la que trabaja con otras instituciones locales, donde los escolares participan como practicantes.

También, los ha llevado a recorrer los parques nacionales que los rodean para fomentar en ellos el cuidado que su entorno requiere. De igual manera, se ha preocupado de buscar financiamiento externo que le permita asegurarles mayores oportunidades. Incluso, cuando las circunstancias así lo requerían, acogió a algunos de sus estudiantes en su propia casa.

Su trabajo nos interpela a resignificar la escuela, pues es un lugar de la más alta relevancia para la vida de los niños y jóvenes, y exige no sólo buenos profesionales sino que personas maduras, reflexivas, seguras y valientes para ir contra la corriente, poniendo valor a aquello que es para la vida y no para un rato.

Muchos niños en Chile viven algo parecido a lo que cuenta MacDonnell, y quienes formamos docentes tenemos que prepararlos para enfrentar este y tantos otros desafíos que esta sociedad cada vez más compleja les impone.

Armar redes, trabajar con otros, ser empáticos, solidarios, creativos y capaces de pensar fuera de la casa son habilidades que la Universidad y la escuela ya no puede esquivar. Después de todo, los alumnos nunca se relacionan con el sistema educativo, ellos se encuentran con un profesor y una escuela que les puede o no, cambiar la vida. A esto hay que dedicar recursos, energía, pensamiento, compromiso, políticas públicas.

Si no avanzamos decididamente en esta dirección, no va a importar demasiado si la escuela era municipalizada o privada.

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