Colegio de hombres, éxito y discriminación

El caso de Marina Ascencio, la niña de 11 años que exige un trato no discriminatorio en razón del sexo en su proceso de postulación al Instituto Nacional, ha re-activado un interesante debate sobre la discriminación en la esfera de la enseñanza y sobre los propósitos de la educación o la noción de éxito educativo.

Tal como lo afirman los tratados internacionales sobre derechos humanos, la educación tiene como propósito lograr el desarrollo pleno de las personas y la convivencia fraterna entre los grupos y naciones. En otras palabras, el sistema educativo es exitoso si es capaz de contribuir con el desarrollo de individuos felices y relaciones sociales sanas y colaborativas.

El sistema educativo chileno coincide con esta noción de éxito educativo, al menos declarativamente, pues así lo establece la Ley General de Educación y otros instrumentos curriculares.

Sin embargo, nuestro sistema promueve prioritariamente el aprendizaje orientado a lograr resultados en pruebas estandarizadas y, principalmente, centrado en la adquisición de habilidades en algunas áreas del saber más que en el desarrollo de habilidades emocionales y relacionales.

Basta con analizar los indicadores del SIMCE para darse cuenta que los llamados “otros indicadores del aprendizaje” agrupan todos los aspectos de desarrollo psico-social del desarrollo de las personas, mientras que los indicadores de éxito académico son los de lenguaje y matemática.

Esto es, hoy día, la noción hegemónica del éxito educativo. Ello nos explica la alta valoración social sobre los colegios emblemáticos, que responden a la noción hegemónica de éxito educativo. Nos han educado para valorar este tipo de éxito educativo, la exigencia académica, los resultados Simce. También explica por qué los colegios quieren seleccionar a sus estudiantes, buscando tener la mejor “materia prima” que les permita alcanzar estos resultados.

De hecho, hace poco se dieron a conocer nuevos “procedimientos” que implementan algunos colegios privados para discriminar veladamente en sus procesos de selección, como preguntar por la edad en que el niño o niña comenzó a caminar, dejó de tomar leche materna o comenzó a hablar.

En mi opinión, un establecimiento de “excelencia” académica, como el Instituto Nacional, no necesitaría seleccionar a sus estudiantes (por género, sexo, nacionalidad, capacidades u otras condiciones sociales) para obtener buenos resultados educativos. Su labor es, precisamente, lograr que todos y todas puedan alcanzar dichos resultados sin importar sus condiciones. 

Entonces, me pregunto, ¿por qué una niña como Marina quiere entrar a un establecimiento que reproduce esta noción del éxito educativo tan contradictoria con los propósitos del derecho a la educación?, ¿por qué quiere ser parte de ese proyecto educativo?

Nuestro país ha ido avanzando paulatinamente en eliminar la discriminación del sistema educativo. Un hito importante en este camino fue la aprobación de la llamada Ley de Inclusión, que prohíbe el lucro, la selección y el copago en la educación pública (estatal y subvencionada), y prohíbe la discriminación en los procesos de selección en establecimientos privados.

El argumento que hay detrás de esta iniciativa, es que la selección escolar es discriminatoria pues las habilidades académicas de niños y niñas están directamente relacionadas con su condición socio cultural. Lo mismo ocurre con el copago, pues la calidad de la educación a la que pueden optar las familias depende de su capacidad de pago.

Sin embargo, todavía existen resabios normativos, a nivel nacional e internacional, que mantienen prácticas discriminatorias. Un ejemplo de ello es la Convención relativa a la Lucha contra las Discriminaciones en la Esfera de la Enseñanza, vigente en Chile desde del año 1971, que establece que “no serán consideradas como constitutivas de discriminación […] La creación o el mantenimiento de sistemas o establecimientos de enseñanza separados para los alumnos de sexo masculino y para los de sexo femenino, siempre que esos sistemas o establecimientos ofrezcan facilidades equivalentes de acceso a la enseñanza, dispongan de un personal docente igualmente calificado, así como de locales escolares y de un equipo de igual calidad y permitan seguir los mismos programas de estudio o programas equivalentes”.

Esta convención internacional fue acordada en el año 1960 y responde a paradigmas sobre el género que han quedado ya obsoletos. Quizás mi capacidad de entendimiento es muy limitada, pero no logro explicarme la mantención de normas que aún permiten la segregación por sexo. ¿Por qué un sostenedor puede considerar necesario tener sólo hombres o sólo mujeres para tener éxito educativo?, ¿aumenta la calidad de la educación cuando se separa a hombres y mujeres?

Pese a ello, la comunidad internacional aún mantiene esta excepción a la discriminación sin considerar que la segregación por sexo en las escuelas reproduce estereotipos que luego se traspasan a la sociedad, generando discriminación, lo que es contrario a los propósitos de la educación comentados al inicio de esta columna.

Coherente con esta norma internacional, el Estado chileno tampoco considera discriminatoria la educación segregada por sexo, la que hoy concentra alrededor de un 4% de la oferta educativa y que está siendo cuestionada por Marina.

De hecho, el Jefe de la división de Educación General del MINEDUC, J.E García-Huidobro, ha dejado en claro que esto no se considera un problema de Estado, sino que cada colegio debe resolverlo y que “son pocos establecimientos que están de alguna forma revisándose, yo respetaría su proceso y no trataría de, en una cosa tan sensible como esta, colocar algo impositivo”. Esta posición muestra claramente la poca decisión del Estado chileno de garantizar la no discriminación en la esfera de la enseñanza y de promover la igualdad de género.

Frente a ello me pregunto, ¿cómo es posible que esto no sea considerado un problema al que los órganos del Estado deban atender? La igualdad y no discriminación es un derecho que el Estado debe garantizar en todos los espacios, sin importar si se trata de colegios públicos o privados. También en un colegio de hombres.

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