El fin de las deudas

A sólo días de finalizar el festival, hemos escuchado a varios artistas contar la increíble sensación de pararse en la Quinta Vergara y ver al público como un mar de gente sobre ellos, en total son 15 mil personas las que repletan cada noche el show.

Pero si esos 15 mil asistentes impresionan, imaginemos diez anfiteatros iguales a la Quinta Vergara, tendríamos 150 mil personas y aún no lograríamos igualar la cifra de estudiantes que este año ingresarán completamente gratis a la educación superior, habría que llenar dos teatros como el Caupolicán para recién llegar a los 160 mil jóvenes beneficiados por la gratuidad universitaria.

El 2014 un sondeo de INJUV mostró que el 70% de los jóvenes consideraba que ingresar a la educación superior era más una deuda que una inversión, la cifra no sólo es alarmante, es triste y lamentablemente cierta. Tampoco podíamos sorprendernos que la gran mayoría pensará esto, si por décadas la educación chilena se transformó en un bien de mercado, para estudiar había que ir a un banco, pedir créditos, buscar aval, tirar cheques y hacer verdaderos malabares para llegar con la platita del arancel.

No era raro conocer casos de familias que debían optar por cuál hijo enviar a la universidad, la temida selección comenzaba en casa, los padres debían privar a uno de sus hijos de la mejor herencia que se puede dejar: los estudios.

Tampoco nos sorprendíamos cuando sabíamos que algún universitario debía dejar la carrera a mitad de camino porque el padre o la madre perdieron el trabajo, o peor aún, porque un miembro de la familia se enfermaba, el alto costo de la universidad hacía imposible pagar cuentas médicas y el sueño de ser profesional se terminaba de golpe.

La gratuidad vino acabar con todas esas historias llenas de sueños y anhelos frustrados, la gratuidad viene a terminar con un negociado gigantesco en torno a la educación, donde las familias enteras debían apretarse el cinturón, aplazar la ampliación de la casa y reducir la lista del supermercado, ni hablar de vacaciones o darse un gustito, todo lo ganado iba a parar en enormes créditos bancarios.

El crédito solidario tampoco era tan solidario, apenas los jóvenes se titulaban empezaban a pagar, muchos optaban por no cancelar, ¿la razón? simplemente los primeros sueldos no alcanzaban.

Por todo esto a nadie extrañaba que 7 de cada 10 jóvenes vieran la educación simplemente como un gasto y no como la mejor inversión de sus vidas, menos aún en un país en donde un 73% de los hogares tiene deudas, donde un 51% de los jóvenes entre 25 y 29 ya está endeudado, por lo que antes de ingresar al mundo laboral ya tiene un saldo en contra.

Otra deuda saldada por parte del Gobierno dice relación con la entrada en vigencia de la denominada Ley de Inclusión Escolar; esta Ley propone paulatinamente un cambio de paradigma del sistema educacional, modificando la lógica en la que se sustenta, dejando atrás la mercantilización del servicio educativo y avanzando a garantizar la educación como un derecho de todos los niños, niñas, jóvenes y sus familias.

La Ley de Inclusión otorga más derechos a los estudiantes, y a las madres, padres y apoderados para escoger la escuela donde quieren que sus hijos estudien, sin estar condicionados a la capacidad de pago o a las capacidades académicas de las y los estudiantes.

Las grandes marchas del movimiento estudiantil del 2006, del 2008 y las enormes convocatorias del 2011, este 2016 por fin pueden ver los frutos, aunque un ex presidente de la República afirmó que la educación era un “bien de consumo”, hoy ésta, por fin es un derecho, porque educarse nunca más estará al mismo nivel que comprar un auto o cambiar el refrigerador.

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