El teatro como escuela de humanidad

La semana recién pasada se llevó a cabo en el Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile el X Seminario de la Red de Escuelas Líderes de Educación en Pobreza, uno de cuyos objetivos es formar niños más críticos, autónomos y comprometidos con una sociedad más justa. 

La formación ciudadana es una necesidad para este siglo y solo es posible  acompañando a los niños a  desarrollar un pensamiento crítico, una sólida capacidad reflexiva y una cosmovisión amplia e integradora.  Si bien la escuela es un escenario propicio para ello, la familia aparece como un elemento clave, cuya tarea debería ser complementada por la escuela. 

La edad ideal para el desarrollo del pensamiento crítico, la reflexión y la cosmovisión es la que se extiende de los 7 a los 15 años, cuando las habilidades psicolingüísticas alcanzan un veloz desarrollo y todavía el adulto es mirado por los niños como un agente educador válido. Sin embargo, surge una pregunta: ¿Sabrán esos adultos aprovechar cada  instancia  cotidiana  transformándola en una oportunidad  de aprendizaje?

Asistí días atrás a presenciar la obra “El Auriga Tristán Cardenilla”, con el grupo La Trompeta y la compañía Tryo Teatro Banda, basada en una colección de cuentos de Alfonso Alcalde publicada por Zigzag en 1967. 

En ellos, Alcalde reúne a  personajes olvidados por la sociedad, marcados por la melancolía y la precariedad. La puesta en escena es magistral, dinámica y colorida; los actores yactrices, dueños de su oficio, contribuyen a investir de ternura y humanidad  a sus personajes tiñendo los diálogos con un humor sarcástico que provoca hilaridad en los asistentes.   

Entre el público había una decena de chicos entre 10 y 15 años  junto a sus padres y abuelos. No obstante, más allá de lo hilarante, el trasfondo de la obra  tiene notas de una profunda tragedia, desde la degradación  que provoca el alcoholismo en un hombre, los sueños rotos  de una mujer que depende económicamente de su alcoholizado cónyuge  hasta el violento contrapunto entre una mujer que revive días de gloria como bailarina frente a  un grupo de hombres borrachos que la animan a bailar en un descontrol erotizado  y su grotesco marido, capaz de exponerla por dinero pero que recurre a la violencia conyugal cuando la situación parece escapar a su control. 

Tras una fachada colorida y juglaresca se oculta la sordidez de unas vidas que parecen haber acabado con todos sus sueños. El corazón se estremece de tristeza pero también agradece esta oportunidad de presenciar teatro social chileno, un teatro que interpela a las conciencias.

Caminando de regreso a casa me pregunté, ¿tendrán los adultos que asistieron con sus niños al teatro la capacidad reflexiva, el pensamiento crítico y la cosmovisión indispensables para transformar ese  momento vivido en una experiencia  educativa?   

O, por el contrario, de regreso a casa comentarán entre risas los episodios hilarantes protagonizados por los borrachitos sin lograr llegar al trasfondo trágico de esas vidas mínimas que no obstante son un retrato de nuestra Latinoamérica precaria?  

¿Contarán  mañana esos chicos retazos de la obra cuando estén en sus aulas?

¿Cuál será la tónica de esos relatos? ¿Y cuál será la reacción de sus profesores?

La vida  es un amplio, generoso y complejo escenario educativo. Pero… ¿dónde  están los educadores?

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