En estado gestacional

No cabe duda que lo ocurrido este domingo con el establecimiento de la Convención Constituyente fue un momento largamente esperado por las chilenas y chilenos. Se dio inicio formalmente al proceso de elaboración y redacción de una nueva Constitución, un marco general que regulará la vida social, política y económica de nuestro país, que dejará atrás la constitución de los '80, con todos sus remiendos que no lograron borrar su origen espurio y autoritario.

Nos encontramos en gestación, embarazados de nosotros mismos para dar a luz estas nuevas reglas que, de la mano de los 155 constituyentes, redactaremos nosotros en un ejercicio democrático del que no tenemos antecedentes, de modo que iremos aprendiendo en el hacer. En ese contexto, consagrar la educación como derecho para todos y todas en curso de vida será sin duda una de las cuestiones que más se debatirán.

¿Qué es la educación? ¿Qué significa para una sociedad? ¿Por qué debería ser universal?

La educación como práctica humana es tan antigua como nuestra propia existencia sobre el planeta. Desde los albores de la humanidad, de una generación a otra se han transmitido los saberes que la comunidad ha ido acumulando, y de una generación a otra esos saberes se transforman y contextualizan a cada época. Así, sociedad y educación se imbrican, se entretejen y se producen mutuamente. La institucionalización de esa práctica realizó un largo camino a través de la historia hasta la creación de la escuela para todos.

En nuestro caso, el país consolida ciertas ideas sobre el rol de la educación en el desarrollo nacional, cuando el 26 de agosto de 1920 se publicó en el Diario Oficial la Ley de Educación Primaria Obligatoria. Es un hito -entre varios otros- para la educación chilena, que en este momento gestacional vale la pena recordar. Se trataba de la expansión de la cobertura educacional en Chile que posibilitó el acceso a las escuelas de niños y niñas del bajo pueblo, y si bien su puesta en marcha tardó varias décadas, su discusión y aprobación propició la conversación sobre el rol de la educación universal e igualitaria. Esta ley engendra, a su vez, un Estado Docente que se verá interrumpido y terminado durante la dictadura militar, cuando se pasó a un nuevo paradigma educativo: el de la competencia entre el sector público y privado. Desde ahí hasta la fecha, el derecho a la educación se fue transformando en el derecho a recibir un servicio educativo de calidad.

El discurso de la calidad debe ser entendido en la lógica económica que durante los últimos 40 años ha desplazado otros discursos como el de los educadores, y que preconiza una educación para la cualificación y el trabajo. Esta lógica permite que tengamos y aceptemos que algunos y algunas puedan acceder vía recursos propios a una educación para puestos gerenciales, mientras una gran parte de la población solo podrá acceder a una educación pública exprofeso debilitada por las políticas neoliberales desarrolladas para ello, que solo dan acceso a trabajos de bajo interés productivo y mal pagados.

¿Qué ha perdido el país insistiendo en esta segregación? Capacidades y talentos. La posibilidad de un desarrollo basado en la producción de ciencia y tecnología propia. Una población con mejores niveles educativos que resuelva conflictos a través del diálogo, que se comprometa con el respeto de las reglas sociales de convivencia pacífica, que cuide el medio ambiente, en fin, que no confunda la democracia con solo ir a votar cada 4 años, sino que viva de manera cívica cotidianamente. En definitiva, existe ahora la posibilidad de desarrollo social y humano que permita un tejido social armonioso, integrado y justo.

Lo que resulta claro a estas alturas es que el debate no será fácil, pues la penetración del discurso de segregación inculcado con el eslogan "los padres tienen derecho a elegir la educación de sus hijos" baja desde la elite a las capas medias y populares a través de la desconfianza de la convivencia entre sus hijos e hijas y los del resto, los de los "otros". Este discurso es profundo y naturaliza la desigualdad y la injusticia social. Lo anterior se realiza a través del argumento del aplanamiento del talento o el nivelamiento hacia abajo o "sacar los patines", en la peor metáfora usada en educación, para intentar hablar de igualdad de oportunidades.

Pero lo que realmente esconden esos planteamientos es el temor, por no llamarlo pánico, a que se derriben las barreras de la actual segregación social, que la conversación sobre la distribución de recursos y privilegios se haga discutible y, por lo tanto, posible. Quizás se deba al hecho de que cuando conozco al otro ya no le temo, más aún, puedo llegar a respetarlo y hasta apreciarlo. Otra sociedad emergería desde ese lugar.

La noción de "educación universal" conlleva a instalar justamente temas universales, es decir, que se pongan en el centro ya no ideas y nociones particulares o de intereses de sectores con poder, sino que otras que nos importan y sirven como colectividad: la ciudadanía, la solidaridad y la comunidad por sobre las del individualismo, la competencia y el egoísmo. Cuando educamos en estas ideas resulta cada vez más posible un trato igualitario en dignidad en todas las esferas de la vida.

Que toda la población tenga similar piso cultural y social es una posibilidad cierta de que la sociedad toda deje de ser segregada; significa que algunos dejen de tener privilegios de cuna y familia y que todos y todas tengamos igual acceso al desarrollo de buenas vidas, plenas y satisfactorias. Una población educada en escuelas de equivalente "calidad" es sin duda una inversión, la vía regia al desarrollo y la paz social.

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