Instituto Nacional: recomenzar desde cero

Desde hace más de 10 años somos testigos de la destrucción definitiva del Instituto Nacional. Su ruina inicia en 1986, cuando la dictadura implantó su municipalización de la educación pública, y la institución fundada en 1813 quedó asfixiada en una pecera. En ese año, el rector cercano al régimen -Luis Molina Palacios- renunció al cargo en señal de protesta, sin embargo, nada detuvo a la revolución armada "Chicago Boys" y así como se desmembró a la Universidad de Chile, la casa de Carrera también pereció.

Esa planificación siniestra auguraba lo peor para el futuro, una lenta y percolada expiración, donde el IN sería considerado, junto a los demás establecimientos históricos, como un liceo más.

Los gobiernos de la Concertación vinieron a profundizar el modelo neoliberal en la educación y le aplicaron sin piedad el manual del abandono. En los '90, la rectoría hasta tuvo que vender su frontis a la publicidad de Coca Cola. En ese contexto de zozobra sin pausa, el buque insignia de la educación chilena se fue escorando año tras año, a pesar de los puntajes PAA o PSU, presumidos hipócritamente por la prensa del duopolio.

Llegado el bicentenario, el descalabro era total y absoluto. Crisis académica brutal, espantosa probidad en el centro de apoderados, infraestructura espeluznante y lo peor, una infiltración política de grupos de extrema izquierda con los mismos discursos y tácticas del obsoleto "poder popular". Instalaron una red de apoderados legítimos y falsos desde el CEPA 0, para adoctrinar alumnos en la rutina del "Piedragógico", para una toma eterna, más el combate urbano contra la policía. En una década se perdieron más de 15 meses de clases y se formaron overoles blancos, capaces de rociar con bencina a una profesora.

En el establecimiento hace más de 15 años pugnan 3 centros de padres en un ambiente penitenciario de 4.200 alumnos. Un desbarajuste ingobernable, en este contexto de 40 años de abandono y destrucción muy bien planificada. Agosto es el mes del Instituto Nacional, pero las extensas camadas de ex alumnos también se fueron. Hubo en estos años iniciativas memorables, como Sala x Sala, pero todo lo demás fue indiferencia, indolencia. El ex alumno de los años '80 en adelante prosperó profesionalmente, se fue a vivir al Chile ABC1 o aspiracional, tiene a sus hijos en colegios privados y no posee la altura republicana de las generaciones anteriores a 1961.

Ese año es clave, pues marca el inicio del edificio faraónico, ideal para cualquier universidad, pero a la larga un sarcófago ptolemaico para la morada de Camilo Henríquez.

El Instituto Nacional está en la peor tragedia, mucho más execrable que la noche de la reconquista y la de Pinochet. Esta era "Mad Max" lo han hundido en el fango más iletrado, mediocre y zafio. A pesar de ello y en su aniversario 209, como ex alumno, intentaré soñar ideas desde esta colonia penal.

En primer término, hoy es inviable e ingobernable su modelo educacional 1961 de 4.200 alumnos, con 17 cursos por nivel, 45 chicos por sala y con el 80% de los 200 profesores sin ADN institutano. Deben sacar a los alumnos del centro de Santiago, para que los talibanes de izquierdas y derechas no los usen más como carne de cañón.

Ideas: reiniciar el proyecto educacional con un modelo similar a los colegios privados de la élite, pero para los grupos populares y medios. Debería egresar completa la generación 2019 y comenzarse de cero, desde un 1º básico, sin educación media por 8 años, en régimen mixto, con no más de 1.200 alumnos y apoderados lejos del sistema de partidos.

En otro formato de la misma idea: se podría dividir en cuatro colegios a esos 4.200 alumnos, para establecer sedes del IN en cuatro comunas medias y populares, usando los puntos cardinales de esta metrópolis, un país ya de 8 millones de personas.

El megaedificio de calle Arturo Prat 33 podría ser la casa central de estos colegios. Lo pienso desplegado en la Región Metropolitana para reconstruir desde las ruinas su modelo educacional, ahora para los más necesitados. El colegio ya cumplió con la aristocracia en el siglo XIX y con la clase media en el XX. Es hora de formar institutanas e institutanos en las comunas no atractivas para los agitadores políticos.

Aquí se postula una condición fundamental, el Instituto Nacional no es un liceo, es una entidad con una misión especial, tal como uno de artes o ciencias. Por ende, para poder trascender al gobierno de turno debe poseer autonomía administrativa sobre sus recursos y activos, como una universidad. Deben devolver al rector la potestad propia del de la Universidad de Chile, con vicerrectorías y un centro de ex alumnos como viga maestra, para potenciar a las nuevas generaciones.

Forjar una alianza con el Hogar de Cristo y la Universidad Técnica Federico Santa María en estos años de reconstrucción, para administrar los recursos de forma honesta, por un lado y por otro, aprender cómo esa casa de estudios logró defender su excelencia académica. Es cosa que la fundación del padre Hurtado custodie los fondos generados por los miles de ex alumnos, mientras sus redes ayudan a llegar al alumnado más precario. ¡Basta de pugnas entre jesuitas y masones! De la UTFSM, acopiar su gobierno corporativo.

La casa central de Arturo Prat 33 podría dirigir todo el sistema y al mismo tiempo impartir en ella la carrera de profesor normalista, asesorada por el Ministerio de Educación de Francia. La Escuela Normal de Chile fue destruida por la dictadura y el cuerpo docente del IN fue por generaciones de esa cantera. También podría albergar un preuniversitario y su sistema de academias, así desde 3° medio el alumno atendería materias universitarias generales.

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Soy un ex alumno promedio, vi cómo mandriles calcinaron el estandarte decimonónico en 2019 junto con la rectoría y testigo de una sociedad lumpen, impasible a la destrucción de esta cuna, de todo cuanto llamaron chilena ilustración. Vi cómo izquierdas de colegio privado aplaudieron, la masonería miró para el techo y los Sanhattans consiguieron por fin demolerlo.

Sueño con su resurrección en este agosto gris, en la hora más oscura de la República, mientras el red set, los overoles blancos y los dueños del fundo bailan sobre la tumba institutana de Juan Nepomuceno Espejo Varas, Francisco Bilbao, Andrés Bello, Pablo Burchard, Mariano Latorre, Claudio Bunster, Juan Luis Espejo, Miguel Arteche, Enrique Lihn, León Schidlowsky, Hernán Millas, Miguel Lawner, Pedro Aguirre Cerda, Balmaceda, Camilo Henríquez, Manuel de Salas o Prat, entre tantos.

"El trabajo todo lo vence" nos inculcaron. ¿Será posible, también, que logre imponerse frente a la mediocridad e impertinencia del Chile post 1973?

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