La mal llamada reforma educacional

¿Qué sería para nosotros una reforma educacional bien programada y denominada? ¿Cuáles son los actores que influyen o condicionan este ámbito de la existencia educativa? ¿Con qué argumentos es posible llamar reforma a un conjunto de elementos de carácter no pedagógico que deberían ser significativos en lo que caracteriza cambios educacionales profundos?

Al parecer la realidad educacional chilena nos juega malas pasadas en sus respuestas a estas simples preguntas. Lo primero es lo primero.

En Chile se le ha llamado reforma educacional a cualquier cambio con algo significativo o no, que se produzca al interior del sistema educacional , que puede ir desde lo económico hasta lo administrativo. Así es como tenemos algunas modificaciones a las que se les llama reforma educativa, de muy distinto tipo y calibre, para beneficio político de sus defensores.

Lo segundo es que aquellos que se dan el derecho de nombrar las reformas educativas como tales no son educadores y muchas veces no han  pisado una sala de clases, el lugar esencial de los procesos de enseñanza-aprendizaje, tal como lo entendemos hasta el día de hoy. La sala de clases es el quirófano pedagógico por excelencia del profesor, aunque esto no agote las posibilidades de un trabajo fuera de este espacio institucional, ni menos los desprecie como alternativas de trabajo pedagógico.

El medio ambiente, el mundo circundante a la escuela, los bienes culturales y otros, son  tan importantes para la enseñanza y el aprendizaje como lo es la sala de clases.

Otros, un tanto sobrevalorados en sus profesiones (muchas veces de orientación neoliberal y tecnocrática), pueden mirar la realidad educacional en aquello que la sociedad les proporciona valor. Son expertos en diseños, en gratuidad, en becas y subsidios, en carreras docentes, etc., pero de educación saben “un poquito” y por eso se atreven a decir o hablar de la reforma que se estaría llevando a cabo.

De ahí que el mundo se les presenta fácil y reluciente y pueden llamar reforma a lo que son sólo condiciones necesarias, pero no suficientes, para que una reforma educacional en serio prospere y ofrezca frutos verdaderos.

Los otros pueden ser éxitos económicos o de gestión, pero el país necesita de cambios educacionales con orientaciones pedagógicas que permitan que los millones de datos que recorren las redes mundiales virtuales puedan ser asimilados y reconstruidos por los alumnos desde sus propios cerebros y recrear así un mundo cultural con información con la cual refundar el mundo del futuro.

Hacer una verdadera reforma educacional no es, por lo tanto, sólo poner los ingredientes económicos y de gestión en el sistema, sino saber para que se ocuparán en el contexto de lo propiamente pedagógico, lo cual implica la formación integral del ser humano, sus características de aprendizaje y conocimiento, su inserción social y laboral futura, su trascendencia como seres históricos.

Para esto tomemos como ejemplo, la gratuidad educacional. Bien por los que no deben seguir asumiendo una mochila de gran peso económico familiar, pues se supone que estos beneficiados son los más desposeídos. Con esto no hacemos sino seguir una tradición histórica de la educación pública chilena, perdida en las mazmorras de la dictadura militar-empresarial.

¡Ave Cesar! Pocos son los que se aponen a este planteamiento y aquellos que lo hacen intentan mantener sus castillos del saber y del poder enclaustrados en sus cotas lejanas. Y sin embargo, pese a todo lo bueno de esta idea ya puesta en marcha, no es parte sustancial de una Reforma Educacional. Es condicionante, pero no determinante.

Para hacer que la gratuidad tenga reales efectos en la calidad de la educación es preciso elevar los niveles de exigencias pedagógicas y didácticas al interior del sistema, perfeccionar profesores desde una institucionalidad que haya mostrado calidad en la formación de los mismos (no necesariamente las Universidades), cambiar las características de la convivencia y los liderazgos escolares, dar partición real a padres y apoderados en las orientaciones curriculares en los establecimientos, pensar un sistema con alternativas de desarrollo académico diversificado, etc.

Pero, por sobre todo, cambiar los estilos y formas de relación entre profesores y alumnos.Convertir a los docentes en verdaderos educadores implica un trabajo profundo desde los inicios de su formación, para dilucidar sus verdaderas motivaciones vocacionales, su conocimiento de la naturaleza humana pues el educador debe ser un acompañante en el proceso de crecimiento y desarrollo personal de las nuevas generaciones.

Una vez logrado esto podremos decir con certeza que estamos haciendo una reforma educacional. Por el momento quedémonos con las excelentes intenciones  condicionantes de base, pero seamos cautos en decir “estamos haciendo una reforma educacional” pues los argumentos se nos pueden enredar y atorar entre medio de las palabras. 

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