Un niño grita

En una esquina de la habitación un niño grita, llora, su angustia traspasa los muros e inquieta a los vecinos que ya no pueden permanecer indiferentes. En muchos otros lugares se repite la escena sin llegar a las redes sociales ni a la televisión, así ha sido durante años, lo han dicho los jueces, lo han dicho parlamentarios, el ejecutivo, la Unicef, organismos internacionales, las policías, lo hemos dicho nosotros, una y otra vez, una y otra... así miles de niños vulnerados, cientos abusados sexualmente, miles muertos por negligencia de quienes tienen el deber de cuidarlos, en manos de un Estado que los separó de sus padres para protegerlos y terminó causándoles un daño muchas veces irreparable.

El Sename ha sido agenda política para sacar las cuentas a otros gobiernos indolentes, ha sido agenda social para estigmatizar a los niños como delincuentes y drogadictos, ha sido agenda comunicacional para lucrar con el morbo del dolor de familias destruidas, ha servido a los reclutadores de favores que ocupan un cupo laboral sin competencias ni vocación dejando en unos pocos esforzados trabajadores, sin recursos, sin apoyo, todo el peso de un sistema que colapsa por la ausencia de un intersector que dice comprometerse, priorizar, pero que rara vez concurre oportunamente.

Niños que crecen apartados de sus afectos, privados de oportunidades siquiera para volver a estudiar, impedidos de restablecer un vínculo con sus familias que necesitan de apoyo para que la negligencia, el maltrato se transforme en cariño y cuidado.

Nos conmueve el grito desgarrador que recorre WhatsApp o Twitter, como una cadena de expiación, como una forma de conmovernos a distancia y que de un pensamiento de compasión mágicamente logremos romper las paredes y abrazar a ese niño. Pasarán los días y todo se olvidará nuevamente, como fue con Lissete, con Ambar, con Cristóbal, como fue en Macera, en Nido y en tantos otros lugares, hasta que nuevamente se vuelvan visibles los que están en la oscuridad, se rompa el silencio con un grito que nos parta el alma, niños vistos el día de su muerte.

No podemos seguir en la compasión, no podemos seguir en la rabia, no se requieren más diagnósticos, sino la verdadera voluntad de cambiar, sin eslogan, sino con responsabilidad, con gestión, no más ilusión de protección, no más complacencia en los avances legislativos que iteran sobre las mismas fórmulas y actores. Hoy un niño son todos los niños, es tu hermano, tu prima, nuestro hijo, es tu vecino.

Debemos avanzar en un sistema que los cuide, que resguarde su derecho a vivir en familia, que repare el vínculo fragilizado, fortaleciendo sistemas de cuidado temporal como las familias de acogida y reservando las residencias sólo como última ratio. Tenemos que preocuparnos que tengan salud física y mental, que puedan volver al colegio, que tengan una infancia feliz.

Si este dolor impacta, no nos olvidemos, no dejemos que se archive en un recuerdo, encendamos la urgencia a la que han abdicado muchos de nuestros líderes, tenemos que ser quienes mueven la aguja, el que atento denuncia, el que presta sus manos para acoger, el que comprende y da oportunidad, el que transforma el dolor en esperanza.

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