Brasil, comienza la pesadilla para Temer

Hace un año, Michel Temer asumía como Presidente interino de Brasil, luego de que Dilma Rousseff fuera suspendida durante 180 días de su cargo, en el marco de la investigación que conduciría al juicio político que acabó con su destitución en agosto de 2016.

Ahora el Mandatario brasileño enfrenta un escenario aún más complejo e incierto. ¿La razón? En su momento, Rousseff fue objeto de un impeachment a partir de la acusación de adulterar las cuentas públicas, precisamente cuando se postulaba para un segundo mandato (un cargo sin vínculo con el mega escándalo de corrupción en Petrobras). Pero luego que esta semana se revelara una grabación en la que Temer aparece avalando el pago de sobornos de un empresario brasileño a Eduardo Cunha, ex presidente de la Cámara Baja e impulsor del impeachment a Dilma, quien hoy cumple una condena de 15 años por recibir casi dos millones de dólares por corrupción, lo más probable es que enfrente una inminente investigación por obstruir a la justicia.

Temer ya dijo que no renunciará y ante las acusaciones se ha defendido diciendo que su plan de reformas económicas se encuentra a punto de sacar a Brasil de la recesión que afecta al país. En otras palabras, que si él abandona la presidencia, la economía brasileña volverá a desplomarse. El punto es que ese argumento resulta demasiado débil para un Mandatario cuya popularidad se encuentra por debajo del diez por ciento.

En este instante, la Cámara Baja ya ha recibido ocho peticiones para iniciar un juicio político contra Temer. Y de prosperar, esto podría acabar con su mandato presidencial (técnicamente es la segunda mitad del mandato de Dilma), que expira el 31 de diciembre de 2018.

Si finalmente Temer fuera removido de su cargo, y dado que ya ha superado la mitad del mandato original de Rousseff (iniciado en enero de 2015), no habría elecciones y sería el Congreso el que elegiría a un nuevo Mandatario. Otro escenario complejo y peligroso, considerando el rechazo de la ciudadanía a un Legislativo en el que cerca del 60 por ciento de sus parlamentarios está siendo investigado por corrupción.

Para Brasil, una segunda destitución presidencial sería un golpe inédito a su hoy frágil institucionalidad política. Y que los mercados ya resintieron de manera profunda desde que se revelara la comprometedora grabación de Temer.

En este contexto, resulta imprescindible recordar que el actual Mandatario ya se encontraba bajo investigación por financiamiento irregular de la campaña de 2014, la que lo llevó a él y a Dilma al gobierno.

Considerando que la llamada Operación Lava Jato ha establecido la existencia de un profundo entramado de pago de sobornos que involucra a la petrolera estatal Petrobras con la mayoría de los partidos políticos brasileños, no son pocos los que consideran que la mejor salida podría ser una elección general anticipada que renueve la presidencia y el parlamento brasileños. Pero para ello se necesitarían rápidos ajustes que modifiquen los mecanismos existentes para enfrentar este tipo de crisis.

Brasil, un verdadero subcontinente de más de 200 millones de habitantes, lleva años luchando contra la corrupción, al tiempo que ha crecido el desprestigio transversal de su clase política. Reparar ese daño requerirá mucho trabajo y tiempo. Sin embargo, existe un peligro aún mayor que la actual crisis: la llegada de un gobierno populista.

La caída en la credibilidad y confianza de los partidos tradicionales, junto con el profundo desencanto de la ciudadanía por su clase dirigente, representa el escenario perfecto para la aparición de “opciones alternativas” que exijan cambios urgentes y profundos al funcionamiento del país, para así – supuestamente - dar respuesta a las demandas de la ciudadanía.

América Latina conoce bien el fenómeno del populismo en todas sus variantes, como lo demostraron en su minuto Fujimori, Chávez u Ortega, por mencionar solo algunos.

Más allá de la corrupción política, la gran amenaza de Brasil es el precio que podría pagar por el derrumbe de su sistema de partidos y “lo que vendrá después” de Temer. Sobre todo porque ya está demostrado lo fácil que es tomar ese camino y lo difícil que resulta abandonarlo. 

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