Guernica, 75 años del horror animal de la destrucción

La II República Española tuvo entre sus muchas virtudes la de saber internacionalizar su causa. Sus valores de justicia social, solidaridad y libertad, fueron, gracias a este visionario esmero, enarbolados por los pueblos libres de casi todos los confines del mundo, transformándose en el tiempo en uno de los más excelsos y conmovedores relatos del largo camino de la lucha por la emancipación humana, como diría Naomi Klein.

Pero al mismo tiempo y como casi todas las grandes causas, tuvo la desventura de tener que enfrentar en la soledad más absoluta su trágico destino, haciéndole frente estoica y dignamente a poderosos enemigos externos e internos (también los tuvo en su propio seno), que dicho sea de paso se ganó y con creces.

¡Qué duda cabe!, su vertiginoso avance revolucionario y democrático pleno de realizaciones y transformación social y económica en una atrasadísima España, hirió y, ¡de qué manera!, no pocos ni menores intereses.

El bombardeo a la localidad vizcaína de Guernica cumplió 75 años, como también lo hará, en unos días más, idéntico aniversario el famoso cuadro que Picasso pintó en su homenaje;  tal vez el símbolo perfecto de toda la tragedia y barbarie que caería sobre la II República.

Así lo ha reflejado una de las más potentes voces de la, entonces, lucha y resistencia antifascista, el poeta Pablo Neruda: “una de las obras más importantes de la época contemporánea es el "Guernica" de Picasso, un cuadro estremecedor por su contenido antiguerrero. Ahí se ve el horror del ser humano y el horror animal ante la destrucción y el asesinato que significa la guerra”.

En definitiva, se cumplen 75 años de uno de los sucesos más arteros y sanguinarios de la Guerra Civil Española, aquel en que los caza de la poderosa y legendaria Luftwaffe, aviación Nazi de la II Guerra Mundial, con apoyo de aviones fascistas italianos, dejaron caer sus letales bombas contra los 5 mil indefensos habitantes de aquel pequeño pueblo vasco.

Una ignominiosa historia que terminó situando a Guernica en el mapa de los pueblos victimados por la infamia y la barbarie y, al mismo tiempo, transformándolo en un mito, en todo un símbolo cultural del nacionalismo de Euskal Herria y un genuino icono del pacifismo y de los horrores de la guerra.

Por lo demás, tuvo una explicación oculta, tan impía como deleznable, Guernica fue usado como conejillo de indias, virtualmente como un laboratorio de experimentación y ensayo de los bombardeos que los aviones Nazi dejarían caer sobre otras ciudades europeas durante la terrible conflagración mundial.

Un espantoso acontecimiento que el bando franquista, en un serio intento por distorsionar la historia, una de las más irrefrenables tentaciones del franquismo, en un primer momento negó para terminar culpando grotesca y cínicamente a los republicanos.

Algo que de no ser por la presencia de periodistas extranjeros acreditados en el lugar e importantes voces como las del propio Neruda, que se encargaron de cubrir los hechos y de probar la autoría extranjera, seguramente, habrían sido invisibilizados e ignorados por el relato de los vencedores como ocurrió con tantas otras barbaridades cometidas en el holocausto español.

Es preciso destacar, por último, como nos lo recordaba el día de ayer el díscolo diputado catalán (ERC), Joan Tardà, que el estado alemán pidió perdón por todo el horror producido, algo que su homólogo español no se ha dignado a realizar.

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