Haití: pareciera que el tiempo no pasa

En Navidad de 2010 debí viajar a Haití por razones de trabajo. El texto que comparto fue escrito a mi regreso casi un mes después y publicado en El Post, un medio electrónico que ya no existe.

Hoy lo leo y creo importante compartir con ustedes. En momento en que Haití se mantiene en las páginas que muestran las grandes catástrofes en el mundo. Magnicidio hace un mes, un terremoto de magnitud 7.2 el fin de semana y en momentos en que la tormenta tropical "Grace" golpea la que fue la antigua Isla Española.

Haití suele ser calificado como un Estado fallido, sin embargo lo que poco se dice es que, junto con Afganistán, Somalia y otras zonas en el planeta, aquí también estamos frente a una operación de asistencia humanitaria fallida, en la cual aún pareciera no haber signos de corrección. Cuando el dolor está presente, la buena voluntad no es suficiente, pues se requiere un resultado. En el caso de Haití sigue siendo dolor.

Estaba la posibilidad de escribir algo sobre el Haití del último mes, pero me pareció mejor compartir este texto que sólo muestra la urgencia de abordar los cambios que se necesitan en materia de respuesta humanitaria en un país que pertenece a nuestra región de América Latina y el Caribe.

La ocupación social en Haití

La historia de Haití ha estado marcada por la adversidad. El comienzo promisorio del segundo estado en conseguir su independencia en el hemisferio occidental fue reemplazado por extrema pobreza y vulnerabilidad política y social, corrupción y ocupaciones. Las oportunidades de construirse como nación han sido escasas para Haití.

La situación actual de Haití podría describirse de manera similar, particularmente hoy, a un año de recibir el impacto de un terremoto, cuya energía sólo terminó por doblegar una estructura que ya adolecía de profundas fracturas.

Hace pocas semanas tuve la oportunidad de recorrer Haití, para conocer su realidad local y analizar la gestión de una emergencia imposible de enmarcar en los efectos del terremoto, como podría creerse. Las carencias son evidentes: crisis sanitaria, 810 mil personas viviendo en 1.150 campamentos, 2,3 millones debieron abandonar sus hogares, el 80% de las escuelas en Puerto Príncipe fueron destruidas, y más de 4.000 fallecidos por cólera, una enfermedad introducida y que ha llegado para quedarse. A pesar de ello, la resistencia y resiliencia de los haitianos se palpa en cada saludo, cada conversación, se escucha en sus cantos y tambores y se observa en los rostros de aquellos cuyos antepasados hicieron de esta nación la primera república de raza negra libre del mundo. Una cultura y fuerza estremecedora, donde el cristianismo y el vudú se mezclan como respuesta pacífica al intento que existió por intervenir sus creencias.

Pero esta identidad arraigada experimenta hoy un nuevo fenómeno: una ocupación social. A diferencia de las ocupaciones militares del siglo XX, la experiencia haitiana está plasmando un nuevo fenómeno a cargo, en gran parte, de organizaciones civiles externas instaladas en el país. Se observa entonces una sociedad dividida en dos grandes grupos y entre los cuales hay más de 10 millones de haitianos que siguen esperando la oportunidad para definir y construir su propio destino.

El primero es el gobierno debilitado, y al que los niveles internacionales apuestan por fortalecer, dando señales de coordinación y apoyo a la gobernabilidad.

En el otro extremo están las miles (fuentes las cifran entre 10 mil y hasta 30 mil) de organizaciones no gubernamentales que han copado el mundo territorial, muchas de ellas con su propio proyecto político, religioso y/o social. Miles de voluntarios llenos de energía pero escasamente coordinados, y muchas veces sin el comando de quienes definen políticas públicas. En definitiva el lugar donde mayor cohesión debería haber, es donde se aprecia mayor fragmentación.

Una de las primeras cosas que aprendí en el manejo de emergencias es que el freelancing no se debe tolerar, pero la verdad es que acá es algo común. Desde la Gestión de Emergencias es fundamental reconocer las capacidades locales, las de resistencia y resiliencia, donde los esfuerzos deben enfocarse en fortalecer el nivel local, instalar competencias y favorecer la autogestión comunitaria en vista a la recuperación, entendida como las labores de reconstrucción y recuperación del bienestar emocional, social, físico y económico de las personas y sus comunidades, dejando el protagonismo a sus miembros. En definitiva apoyarlos en la tarea que implica hacerse cargo de su propio desarrollo.

Muchos enfocan su rabia hacia una supuesta ocupación militar, que por cierto se aprecia menos de lo que yo creía. Muchos hacen pensar a la distancia que estamos frente a ciudades sitiadas, sometidas a las patrullas militares y las armas, eso está lejos de ser la realidad, las personas circulan libremente, se ven menos patrullas militares que vehículos de seguridad ciudadana o Carabineros en Santiago. Quizás uno de los elementos positivos en cuanto al aprendizaje histórico ha sido ver que las Fuerzas de Paz se han circunscrito a su campo de acción.

Son pocos los que confiesan públicamente su preocupación, pero en privado muchos hablan de la complejidad de la ocupación social y sin dejar de mencionar su molestia, algo que por cierto está bastante lejos del control y gestión de los peace keepers.

Uno de los errores habituales en mega emergencias es que las instituciones que trabajan con las bases sociales no refuerzan las competencias locales para la gestión, e incluso las reemplazan. Ello genera una sensación de anulación en los afectados, que daña seriamente la moral de la población. La ayuda entonces se convierte en un asistencialismo descalificador de aquellos que al fin y al cabo han sido capaces de sobrevivir y a quienes corresponde relevar esas capacidades para hacerlos protagonistas de su propia recuperación.

La rabia crece en Haití y buscará una contraparte, que probablemente seguirá siendo la comunidad internacional representada en la ONU y las Fuerzas de Paz, que a diferencia de los demás actores de la intervención, posee un rostro y unidad que los hace notar con facilidad.

El que si tiene cara, pero a estas alturas muy poca voz, es el pueblo haitiano que recorre las calles con resignación, anhelando algo de orden y oportunidades. La rabia va construyendo un escenario complejo, la aparición de caudillos y deseos de dictadura surgen con fluidez en esta realidad.

Hoy tenemos una gran oportunidad como país: asumir y mostrar que cuando se avanza en desarrollo, también se avanza en obligaciones no sólo para con nuestros ciudadanos, sino también para con otros. No sólo debemos evaluar a nuestro país por sus indicadores económicos y su inserción en los mercados mundiales, sino también por sus acciones humanitarias, algo que se relaciona más con el ser que con el tener. Por ello no sólo se requiere mantener nuestra presencia militar, sino que también urge complementarla con una acción social decidida que permita fortalecer las competencias locales y disminuir la dispersión de esfuerzos que actualmente se observa en el nivel local.

No puedo dejar de recordar los cánticos, los colores, los rostros de miles de hombres, mujeres y niños que han sido demasiado golpeados por la naturaleza humana, y cuyas creencias, sueños, deseos y mirada del universo son legítimas, y que por ende si realmente queremos colaborar, debemos comenzar por respetar.

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