Jerusalén, ciudad de la paz

El 6 de diciembre de 2017, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció la decisión de reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel.  Previamente, en su campaña presidencial, había prometido mover la Embajada desde Tel Aviv a Jerusalén. El reciente anuncio presidencial ha tenido varias consecuencias.

En primer lugar, ha generado una fuerte oleada de protestas, tanto formales como espontáneas, en el mundo árabe y musulmán. De manera institucional, la Liga Árabe y la Organización para la Conferencia Islámica, han manifestado su fuerte rechazo, produciendo una inusual unidad en el diverso y heterogéneo bloque que caracteriza al mundo islámico, y dejando para un segundo plano, al menos de forma momentánea, la fuerte rivalidad que caracteriza a dos enemigos regionales como son Arabia Saudita e Irán.  También en Palestina, concretamente en Cisjordania y la franja de Gaza, ha habido numerosas manifestaciones, las que algunos medios visualizan como el inicio de una tercera intifada.

En segundo lugar, ha profundizado las diferencias entre Washington y sus aliados europeos, las que se han manifestado también en el seno de la ONU, tanto en el Consejo de Seguridad como en la Asamblea General.El 8 de diciembre el Consejo de Seguridad rechazó por 14 votos la medida de Trump.

Por su parte, el 16 de diciembre la Asamblea General aprobó por 128 votos a favor, 9 en contra, y 35 abstenciones, una resolución que señala que el status definitivo de Jerusalén debe ser acordado en negociaciones de paz. Reino Unido, tradicional aliado de Estados Unidos, así como otras dos potencias europeas, Francia y Alemania, han votado, en ambas resoluciones, de manera opuesta a Washington. Otras discrepancias ya se habían manifestado en múltiples temas, desde la internacionalización del comercio hasta el cambio climático, pasando por algunos tópicos de seguridad.

En tercer lugar, ha influido para que otros países, especialmente centroamericanos, sigan la medida de Washington. El 24 de diciembre Guatemala anunció que trasladaría su embajada a Jerusalén. El presidente Jimmy Morales, tras hablar con el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, anunció esta decisión, mencionando las excelentes relaciones entre ambos Estados desde que Guatemala apoyó la creación del Estado de Israel en 1947. Según medios de prensa israelíes, se espera que Honduras pueda tomar una medida similar a la de Guatemala.

Más allá de estas consecuencias, existen algunos antecedentes históricos y religiosos de suyo importante en lo que dice relación con la situación de Jerusalén.

Desde 1948 hasta 1967, la ciudad estuvo dividida: mientras el oriente estaba controlado por Jordania, el occidente se mantenía bajo dominio israelí. Tras la guerra de los Seis Días, Israel conquistó Jerusalén oriental, donde se encuentra la denominada “ciudad vieja”, de una importancia simbólica y real para las tres religiones monoteístas.

La ciudad vieja tiene cuatro barrios, correspondientes a los musulmán, judío, cristiano y armenio, con lugares que son visualizados como santos: el Muro de los Lamentos, el Domo de la Roca, el Santo Sepulcro, entre muchos otros. Es considerada la ciudad más sagrada para el mundo judío, y la tercera ciudad en importancia para el mundo musulmán, tras Meca y Medina. 

Ahora bien, en los hechos, Jerusalén se mantiene como la capital de Israel, allí tienen su sede los tres poderes del Estado, el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Además, hasta los 70, un total de 16 países, en su mayoría latinoamericanos, incluido Chile, tuvieron su sede diplomática en Jerusalén.

En 1980, el parlamento israelí proclamó a Jerusalén como ciudad indivisible, ante lo cual el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 478, por 14 votos a favor y la abstención de Estados Unidos, desconociendo la instancia israelí y solicitando a los Estados que tenían su sede diplomática en Jerusalén retirarla de esta ciudad.

Como resultado, en esa década y en las siguientes, algunos países trasladaron su sede a Tel Aviv. Otros, principalmente africanos, ya la habían trasladado previamente, en la década de 1970, como consecuencia de la guerra de Yom Kipur en 1973.

Jerusalén, aunque se mantiene en la práctica como la capital de Israel, es una ciudad que está dividida en términos culturales, económicos y religiosos.

Según el Anuario Estadístico 2015, del Jerusalem Center for Israel Studies, la población jerosolimitana asciende a 850.000 habitantes, de los cuales aproximadamente el 60% son judíos y el 40% no judíos, mayormente musulmanes.

Mientras en Jerusalén occidental la mayoría de la población es judía, en Jerusalén oriental la mayoría es musulmana.

Tomando en consideración estos antecedentes y algunos temas de fondo señalados más arriba, cabe entender que el reconocimiento de Jerusalén debería ir acompañado de un auténtico proceso de paz entre israelíes y palestinos, que conduzca a la solución de dos Estados y, por lo tanto, al establecimiento de hecho de un Estado palestino.

Sólo a través de las negociaciones y el acuerdo de todas las partes, Jerusalén podrá llegar a ser una auténtica “ciudad de la paz”.

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