Las FARC reintentan la vía política

Entre tantos sucesos negativos desde que Trump asumió la presidencia del Imperio, como la guerra contra los inmigrantes o echarle fuego al conflicto de Medio Oriente, la mejor noticia internacional del año a mi juicio ha sido la desmovilización de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, la guerrilla más antigua del mundo y de Latinoamérica, y su regreso a la vida civil convertida en un partido político.  

Los guerrilleros concretaron su compromiso de mantener el alto al fuego, entregar sus armas a una Misión ONU, sus bienes al Estado para compensar a las víctimas y transformarse en un partido político: la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, FARC (el “Común” se refiere a las zonas donde actualmente se realiza un programa de reincorporación de los ex guerrilleros a la vida civil).

Después de más de 30 años de negociaciones bajo siete distintos gobiernos, las últimas, donde participó Chile junto a varios otros países-, que comenzaron en Oslo y terminaron en La Habana, llegaron a buen puerto el año pasado con el Acuerdo para la Terminación Definitiva del Conflicto bajo la presidencia del político liberal Juan Manuel Santos, premiado con el Nobel de la Paz 2016.

Sorpresa mundial causó el rechazo al Acuerdo en el plebiscito que debía ratificarlo. Esa derecha, hoy liderada por el ex Presidente Alvaro Uribe y  con la cual comenzó la violencia hace 69 años, se opuso a que los guerrilleros se incorporaran a la vida civil sin antes pagar la cuenta.

Los inculpan como únicos responsables del desastre de esta guerra civil violenta y cruel de más de 50 años que asoló gran parte del suelo colombiano. Pretenden silenciar que también lo fueron el ejército, que por décadas quiso parar el conflicto por la fuerza de la metralleta, y los paramilitares, civiles orquestados por la ultra derecha, que aportaban su parte con crímenes desde las sombras.

Estos tres sectores, y no solo las FARC, deben responder por el dolor que sufrió este pueblo hermano por más de medio siglo. Murieron 260 mil personas y desaparecieron 60 mil, conculcándoseles sus libertades básicas y sometiéndolos a tortura y violación. Como si fuera poco, huyendo del horror, se desató la mayor migración interna en el mundo con 7 millones de campesinos y pobladores desplazados de sus tierras.

Cierto, las FARC deben responder por haber dividido a las familias secuestrando a los hijos para incorporarlos a la fuerza a la guerrilla o para conseguir fuertes sumas por el rescate de personajes de alta connotación social. Colombia vivió momentos de gran tensión con estos secuestros para financiar sus acciones.

Además, con el mismo fin recurrieron a la droga, cobrando un impuesto a los campesinos cocaleros y luego, entrando al narcotráfico para obtener mayores ganancias. La matanza y la maldad se multiplicaron, además de dejar al pueblo colombiano bajo la tutela del gobierno norteamericano que invadió el país con bases militares so pretexto de ayudar a acabar con los narcos.

De este modo, su noble causa de luchar por una sociedad más justa y en democracia se diluyó y el así llamado “Ejército del Pueblo” perdió el apoyo de aquellos por quienes luchaba.  Al revés, se ganaron su odio por sus acciones y azuzados por los medios controlados por la derecha que siempre publican sólo una cara de la medalla. Así se empañó gravemente una lucha que había comenzado justa y justificadamente. Basta recordar cómo y por qué surgieron las FARC.

Aquí haremos memoria.

Todo comenzó cuando en 1948 la ultra derecha asesina a José Eliecer Gaitán, líder carismático y candidato presidencial liberal progresista que prometía sacar a los colombianos de la injusticia social a que lo tenían sometido los dos partidos oligopólicos, el conservador y el liberal, que se turnaban para gobernar.

El magnicidio del político más querido por el pueblo enfureció a las masas que se alzaron en “El Bogotazo”, tres días de revolución urbana que se extendió por el país. El pueblo se hizo de armas  y en esos días de violencia el odio reinó y dividió a los colombianos.

Gobernaba el conservador Mariano Ospina, bajo cuyo mandato comenzó una persecución implacable contra los “gaitanistas” que obligó a sus líderes a partir al monte, fusil al hombro, para desafiar a ese sistema que no les permitía postular un camino distinto para su patria.

Tras varias tentativas de rebelión en el campo, donde participaron campesinos e indígenas, a mediados de los 60 nace la guerrilla de las FARC desatando una guerra civil que duraría 52 años.

En los 80 comenzaron los primeros diálogos para terminar el conflicto. En 1985, bajo el gobierno del Presidente Belisario Betancourt, llegan a un acuerdo e intentan volver a la vida civil creando el Partido Unión Patriótica. Dos años después, ¡otra vez su líder Jaime Pardo es asesinado en plena campaña electoral!  …Y volvió la violencia.

Entretanto, la impopularidad de las FARC crecía azuzada por la prensa nacional e internacional que durante décadas les cargó todos los muertos. Ello explica el rechazo hace un año a la ratificación del Acuerdo para la Terminación Definitiva del Conflicto en el plebiscito.

Sometidos sus resultados al Congreso Nacional, éste dio amplias facultades al Presidente Santos para conciliar todos los puntos de vista, pero sin frenar la reincorporación de los guerrilleros a la vida normal del país, lo que actualmente se lleva a cabo.

El mensaje de esta épica colombiana queda claro, cuando se cierran violentamente las puertas al diálogo político, los excluidos no ven otra solución que la violencia… con todo el horror y las desgracias que una guerra entre hermanos acarrea en un país.

En el momento actual, entregadas las armas y los bienes mal conseguidos para reparación de las víctimas y su rehabilitación a la paz, y transformados en un partido político (FARC) para promover sus ideas, sólo cabe esperar que todos hayan madurado y la vía democrática esta vez sí pueda realizarse.

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