Maduro es populismo autoritario y mesiánico

Venezuela vive una crisis política sin retorno. El régimen de Nicolás Maduro carece de toda legitimidad democrática ya que fue ilegítimo el adelantamiento de las elecciones presidenciales resuelto por una ilegítima Asamblea Constituyente que reemplazó por decreto a la Asamblea Nacional. De esta forma, la elección de Maduro y su instalación en el gobierno por un nuevo período de seis años es igualmente ilegítima y su gobierno no es reconocido como tal por la mayoría de los venezolanos y por parte importante de la comunidad internacional que exige la fijación de elecciones libres inmediatas.

El único poder democráticamente electo es la Asamblea Nacional de la cual es Presidente el diputado Juan Guaidós proclamado por ella como Presidente Encargado de Venezuela, gesto que puede quedar en la retórica y el testimonio si la oposición venezolana no se une y busca una salida democrática y pacífica apoyada por una resuelta movilización social.

Maduro se sostiene en el poder apoyado por la cúpula militar bolivariana que controla las empresas públicas más importantes del país y que constituye una estructura de corrupción, crímenes y despojos de bienes públicos y privados, además, de ser el eslabón del narcotráfico en el país.

Esta lealtad plagada de prebendas  y privilegios  económicas de los cuales goza el generalato puede, sin embargo, ser rota por la movilización social, el aislamiento internacional, la presión por elecciones libres, la exigencia de la libertad de los presos políticos y, sobre todo, por la negativa una de parte de las FFAA a participar en la represión a la desobediencia civil de la población.

Nada fortalece más al régimen de Maduro que las amenazas de Trump sobre invasión militar a Venezuela o los llamados a un Golpe de Estado. Ello fideliza a las FFAA en torno al régimen que ha explotado por decenios en ellas el factor nacionalista al extremo.

Por tanto, la salida democrática en Venezuela solo puede ser política y obtenida por la movilización social de los propios venezolanos y la presión internacional por elecciones libres.

El diálogo, propuesto por los gobiernos de México y de Uruguay y al cual ha hecho también mención el Papa Francisco, es útil y valioso solo si no se permite que a través de el, Maduro gane tiempo y adormezca la situación social, buscando con ello una mínima base de legitimidad que hoy no tiene.

El diálogo puede ser una herramienta democrática, y no convertirse en un instrumento para mantener la dictadura de Maduro y los chavistas, si lo que se coloca en discusión es el acuerdo para la realización de elecciones presidenciales libres, informadas, con prensa y canales de TV abiertos a todos los postulantes, con un Consejo Nacional Electoral que dé garantías y con la vigilancia de la comunidad internacional como garante de la transparencia del proceso y del respeto irrestricto al resultado de las urnas.

A ello debiéramos colaborar todos los demócratas de América Latina y del mundo aún desde diversas posiciones ideológicas. El objetivo debiera ser garantizar una transición rápida, democrática y pacífica a la democracia a un pueblo que ya ha sufrido demasiado con la experiencia chavista.

Todos debieran entender, que ha fracasado, desde hace mucho, la expectativa, para quien la tuvo, del socialismo del siglo XXI que cubrió la retórica del régimen venezolano y detrás del cual no hay sino populismo autoritario, negación de los principios y valores básicos de la democracia, destrucción del Estado de derecho y un manejo irresponsable, corrupto, de la economía, de un país que tiene enormes recursos naturales y al cual, sin embargo, el chavismo ha conducido a una verdadera catástrofe, con una inflación incontrolable, una hambruna para millones de personas, con falta de alimentos, medicinas y seguridades básicas y a la consecuente desesperación de los venezolanos que en un número de dos millones y medio de personas, cinco mil al día, ya ha abandonado y continua saliendo de Venezuela y se ha transformado en una diáspora en todo el continente.

Maduro no representa a ninguna izquierda. Es un populismo nacionalista autoritario, revestido de una retórica y una demagogia mezquina, oportunista, fracasada en el mundo y que no conjuga con los valores que la izquierda ha enarbolado históricamente.

Los sectores de la izquierda que continúan apoyando a esta dictadura deben tener presente que no hay dictaduras negras a las cuales oponerse y dictaduras rojas a las cuales hay que apoyar, de manera completamente acrítica, porque son rojas.

La civilización humana ha logrado establecer que los derechos humanos se defienden en todo el mundo, sin fronteras, sin mediaciones ideológicas.

Repugna que en Chile, donde vivimos la tragedia de la criminal dictadura de Pinochet, haya quienes denuncian justamente el negacionismo de un sector de la derecha respecto de los crímenes de Pinochet e intenten penalizarlo jurídicamente y, al mismo tiempo, exalten al régimen autoritario de Maduro, lo protejan con supuestas “amenazas de injerencias en los asuntos internos” de la comunidad internacional, cuando saben que no hay injerencias externas cuando se trata de defender las libertades y los DDHH vulnerados de un pueblo.

Desde el exilio miles de chilenos trabajamos, en los duros años de la dictadura de Pinochet, porque el mundo tuviera injerencia para salvar a los desaparecidos y para impedir masacres, torturas y asesinatos.

Hoy, apoyando a Maduro, se transforman en negacionistas de sus crímenes, de la corrupción de su poder, de los mandos militares y del sufrimiento del pueblo venezolano y ello los cubre de una responsabilidad política de lo que allí ocurre y de lo que puede ocurrir con nuevos crímenes que la dictadura de Maduro cometa para mantenerse en el poder.

Mi llamado es, entonces, a estos sectores o personalidades de esta izquierda, a no ensuciar con Maduro y sus violaciones a los DDHH su propia historia.

Es a contribuir a que se abra una transición democrática y no a fortalecer con su defensa a un dictador que ya le ha causado un enorme daño al pueblo venezolano, pero, también, fruto de esta defensa, a la imagen de toda la izquierda latinoamericana. A que no sea el régimen populista y autoritario de Maduro el que coloque una valla insalvable entre los diversos sectores de la izquierda y los demócratas en general.

No habrá, cuando Maduro caiga y caerá porque las dictaduras no pueden, menos en un mundo global, mantenerse eternamente y a esta le ha llegado su turno, explicación posible por haber defendido a un régimen autoritario, cuando se conozca a cabalidad las violaciones a los DDHH, la privación de las libertades, los negociados, la corrupción, que se esconde detrás de un régimen que la historia de Venezuela unirá al de Pérez Jiménez.

Aún es tiempo de reaccionar y de trabajar de conjunto para que en Venezuela termine la pesadilla del mesianismo de Maduro y se reconstruya un régimen democrático respetuoso de los DDHH, del pluralismo hoy inexistente, de la posibilidad resuelta siempre por el pueblo de la alternancia en el poder que el chavismo ha sepultado en estos largos años de dictadura.

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