No es justo

Irene Bronfman Faivovich
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No. No es justo lo que sucedió enToulouse, Francia, a comienzos de esta semana. No es justo que dos niños pequeños, de 6 y 3 años, que caminan de la mano de su joven padre (30) a la entrada de su escuela, mueran impactados por las balas de un fanático.

No es justo que, inmediatamente después, ese mismo criminal ejecute –literalmente- a una chica de 8 años, sujetándola del pelo y disparándole directamente a la cabeza. No es justo que sólo por el hecho de ser todos de origen judío una mente desquiciada haya cometido tan bárbaro crimen.

No. Tampoco es justo que mueran niños como resultado de operaciones militares de cualquier tipo, ofensivas o defensivas, selectivas o “al boleo”, israelíes o de cualquier otro origen contra palestinos en Gaza o contra cualquier otro pueblo en cualquier otro lugar del mundo.

No es justo que durante días y días los niños de varias localidades del sur de Israel estén recluidos en refugios antiaéreos, porque sobre sus cabezas –con mayor o menor intensidad y con mayor o menor periodicidad en la última década- les llueven cohetes y misiles de corto o mediano alcance disparados desde improvisados centros de lanzamiento erigidos en los patios traseros de muchos hogares de Gaza.

No es justo que, en muchas más ocasiones que las que uno quisiera imaginar, niños y adolescentes palestinos sean detenidos e interrogados con dureza por soldados israelíes –muchos de ellos mismos recién salidos de la adolescencia- porque desde muy pequeños aprendieron que su todopoderoso enemigo está en la vereda de enfrente y que la única forma de defenderse es lanzando piedras caigan donde caigan y sobre quien caigan.

Y no es justo que a los 16 años, a poco de terminar los estudios secundarios, los niños y niñas de los colegios judíos de Israel tengan como destino de su “viaje de estudios” una visita al campo de concentración de Aushwitz, en Polonia, para que de alguna forma puedan experimentar el horror, el sufrimiento y la muerte de millones de seres humanos, en su gran mayoría judíos, a manos de otros seres humanos. No es justo que la amenazante sombra del exterminio no termine de agotarse.

No, nada de lo dicho es justo. Y por eso creo entender a la jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, cuando, en el curso de un discurso en Bruselas, en el marco de una Conferencia organizada por el Organismo de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos y para ejemplificar la cantidad de niños y jóvenes que pierden la vida en todo el mundo por hechos de violencia, metió en un mismo saco los asesinatos en Toulouse con las víctimas inocentes en Gaza o producto de los enfrentamientos en Siria.

Incluso aludió allí a la veintena de chicos belgas fallecidos tras un accidente sufrido la semana pasada en el bus en el que viajaban.

Aquí en Israel, donde resido, las palabras de Ashton provocaron el rechazo generalizado de las autoridades locales. “Hay una diferencia esencial entre ataques deliberados contra civiles y niños y ataques no intencionados contra civiles que son parte de acciones legítimas de lucha contra el terrorismo” dijo el Primer Ministro Benjamín Netanyahu.

Tal vez la mención por parte de Catherine Ashton de los niños belgas víctimas del accidente estuvo de más. Pero eso, a mi juicio, es lo único que estuvo de más en las palabras de Ashton.

Porque cuando un niño muere como resultado de un ataque armado, no sirve de nada saber si ese ataque fue “intencionado” o “no intencionado”. Si su muerte fue premeditada y directamente planificada o bien si ella fue el costo a pagar por haber estado en lugar equivocado y en el momento equivocado.

No es justa la violencia, en realidad. La violencia a secas, sin apellidos. No lo es y nada la justifica. Ni las ideologías, ni las creencias, ni las religiones ni las diferencias étnicas ni las conquistas territoriales ni nada.

No es justo el odio ni el resentimiento. No son justos los conflictos del tipo que sean, que llevan a los seres humanos a asesinarse entre sí. Y remece más el alma cuando las víctimas son niños. Frágiles. Inocentes. Porque es frente a la irracionalidad que aquellas acciones involucran cuando de pronto el mundo se detiene por un instante, la humanidad retiene la respiración y por algunos segundos reflexiona. Sólo por algunos segundos…

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