Sin derecho a pataleo

España no remonta el vuelo. Cada vez que el Gobierno de Mariano Rajoy , de derecha, anuncia que lo peor ya ha pasado y que la crisis tocó fondo, desde Bruselas llega un tapabocas que pone en ridículo al maquillaje de cifras que se dan en Madrid.

Nada nuevo si se compara con las anteriores autoridades. Cada vez que Rodríguez Zapatero anunciaba que se veían brotes verdes en la economía, la cifra de parados en ascenso permanente , por citar un ejemplo, le echaba un balde de agua fría a tanto optimismo.

Hoy es difícil encontrar a un incauto que comulgue con el argumento de que “los socialistas fueron unos incapaces y que por su culpa de ellos el país está como está.” El cuento tan repetido ya no cuela.

Y sobran motivos. Cuando acaba un mes o empieza otro llegan las estadísticas que nos dejan turulatos.

La brecha entre pobres y ricos es cada vez más profunda. El 26 por ciento de la población que debería tener un trabajo y lo ha perdido ha traído consigo una mayor desigualdad. Y lo peor está por venir. Los expertos advierten que de continuar la desaceleración económica , en 2014 la cifra de desempleados podría llegar al 30 por ciento.

Se estima en tres millones los menores en situación de pobreza extrema.

Se afirma que la caída de rentas ha dejado a once millones de personas bajo el umbral de la pobreza.

A la falta de efectividad de las políticas económicas- reforma laboral que ha facilitado los despidos, las bajas salariales y aumentos de horas de trabajo para los que se salvan de la criba, congelación de pensiones, recortes en la salud y en la educación, los cientos de miles hipotecados que pierden sus viviendas y que siguen endeudados por obra y gracia de los bancos- , se suman otros factores que tienen hasta más arriba de la coronilla a los españoles.

Es el caso de aquellos que creyeron a rajatabla a las entidades financieras y que sin apenas leer la letra pequeña les entregaron sus ahorros atraídos por jugosos intereses. Hoy se ven sorprendidos por un corralito -las preferentes- que ha significado una enorme perdida económica.

Como si fuera poco tanto des barajuste, el estallido de casos de corrupción que implican a casi todos los bandos políticos, a los sindicatos e incluso a la hasta no hace mucho intocable Casa Real, multiplica el desencanto .Son caldo de cultivo de protestas, de movilizaciones más o menos organizadas, que aunque no consiguen paralizar el país, demuestran en la calle que la paciencia comienza a tener un límite.

Es en este panorama no exento de irritación donde han comenzado las “funas” o los “escraches” contra políticos, la mayoría del Partido Popular, entidades bancarias, cajas de ahorro y ayuntamientos. El objetivo de los airados es que los funados o escrachados se comprometan a adoptar medidas que beneficien a los hipotecados y que se acabe con lo que considera “privilegios” de las entidades financieras .Los que han perdido gran parte de sus ahorros exigen que se les devuelva en su totalidad el dinero de las “preferentes” y no migajas.

El asunto de los desahucios a los hipotecados ha tocado la fibra no siempre sensible de la Unión Europea. Lo que no es poco.

El Gobierno se ha apresurado a tomar posesión en defensa de los suyos .El ministerio del Interior ha dado instrucción a las fuerzas de seguridad para que identifique y detenga si es preciso a quienes participen en hostigamientos a políticos, a sedes de partidos y otras instituciones.

También se protegerá a los políticos hostigados.

En este escenario, donde los más castigados por el sistema quieren hacer oir su voz y exigen a los cargos electos que hagan causa común con sus demandas, hay quienes ponen más leña al fuego.

Es el caso de la Delegada de Gobierno en Madrid que no tuvo empacho en acusar de connivencia con terroristas de ETA a la Plataforma de Afectados por las Hipotecas.

Por otra parte, el ex presidente del Gobierno español, José María Aznar, advertía en una de sus contadas y bien pagadas intervenciones públicas sobre el peligro de organizaciones que con sus protestas “ponen en peligro la democracia en España”.

Es probable que Aznar tenga muy presente lo ocurrido a su amigo Gadafi en Libia, aunque esa es harina de otro costal. España es España.

Se pueden hacer diversas lecturas del nerviosismo que muestran el poder por la proliferación de manifestaciones. Una de ellas es que la clase política española supo aislar o excluir a los movimientos ciudadanos del debate sobre el futuro del país durante la Transición Española.

Los vientos que corren podrían revertir ese error. Guste o no al poder establecido.

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