Trump cruzó el límite

A menos de cien días de la elección presidencial estadounidense, el mundo entero sigue con particular atención cada discurso, comentario, entrevista o simple gesto de los dos contendores oficiales: la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, por el Partido Demócrata y el magnate Donald Trump, por el Partido Republicano.

Durante las primarias, en que contra todo pronóstico Trump dejó a 16 precandidatos republicanos en el camino, este excéntrico millonario acabó acuñando un estilo y lenguaje que por su agresividad e irreverencia se han convertido prácticamente en su sello inconfundible. Aunque eso le haya significado pelearse con los mexicanos, los musulmanes, el Papa Francisco, los veteranos de guerra y todo aquel que haya esbozado una mínima crítica hacia su persona o que, desde su cuestionable punto de vista, represente una amenaza al país que pretende gobernar.

Después de meses de discursos incendiarios, pareciera que nada más podría sorprender a la opinión pública. Sin embargo, una serie de declaraciones realizadas por Trump esta semana, han llevado la campaña a un punto al que nadie, ni los republicanos más recalcitrantes, quisiera haber llegado.

Es que durante una actividad pública en Carolina del Norte, Trump sostuvo que si Hillary llegase a ganar las elecciones, nombrará jueces para la Corte Suprema que sean favorables al control de armas de fuego. Y que frente a eso, los defensores de la Segunda Enmienda, que garantiza constitucionalmente la posesión de este tipo de armas, podrían “hacer algo” para evitarlo. Muchos interpretaron esta frase como una velada incitación a asesinar a Clinton, aunque Trump rápidamente culpó a los medios de comunicación de haberlo tergiversado.

Más allá de si el candidato republicano realmente quiso decir lo que muchos entendieron, lo cierto es que en un país como Estados Unidos, donde la compra, posesión y porte de armas es responsable de miles de muertes violentas al año, sus palabras podrían servir de clara motivación a grupos o individuos radicalizados.

De hecho, es probable que si otra persona hubiese realizado esos mismos comentarios en forma pública, ya estaría detenido y siendo interrogado. Pero estamos hablando de un candidato a la presidencia que a lo largo de este año ha demostrado de manera reiterada su irresponsabilidad al momento de referirse a sus oponentes políticos o incluso a los aliados de su propio país.

EE.UU. tiene un largo historial de magnicidios (efectivos o frustrados), desde Abraham Lincoln hasta John y Robert Kennedy, pasando por Ronald Reagan, quien en marzo de 1981 vivió para contarlo. Por eso resultan tan preocupantes las palabras del candidato republicano, ya que las incitaciones al odio y la facilidad para comprar armas (incluso por internet) es una combinación de alta peligrosidad.

Las otras declaraciones de Trump que generaron polémica durante estos días, hicieron alusión a que el Presidente Barack Obama era “el fundador del ISIS” y que Hillary Clinton era “la cofundadora”.

No es novedad que Trump siente un particular rechazo hacia Obama, de quien incluso cuestionó su acta de nacimiento, emplazándolo a mostrarla públicamente, ya que el magnate sostenía que él no había nacido realmente en Hawai y que por lo tanto no podía ser Presidente del país.

Asimismo, Trump no pierde oportunidad para recordarle a sus seguidores que el nombre completo del primer Mandatario afroamericano de Estados Unidos es Barack Hussein Obama.

El punto es que producto de la ola de atentados perpetrados en lo que va de año por agentes o simpatizantes del Estado Islámico en países como Francia, Bélgica, Alemania o Turquía, la sensibilidad pública frente al accionar de esta peligrosa milicia yihadista se encuentra en su punto máximo.

Trump cruzó el límite, esa raya roja que nunca debiera traspasarse. Porque si efectivamente se llegara a concretar un ataque contra Obama o Clinton antes del próximo 8 de noviembre, en gran medida la responsabilidad de ello podría endosarse a los dichos irresponsables del magnate.

Ser candidato a la Presidencia es muy distinto que convertirse, efectivamente, en jefe de Gobierno. Sobre todo si estamos hablando de la nación más poderosa del planeta. El punto es que Trump parece no comprender eso y, por el contrario, se empeña en mostrar conductas que lejos de atraer votos, despiertan dudas, miedo, inquietud y rechazo. Y que por lo mismo, acabarán alejándolo cada vez más de la Casa Blanca.

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