¡Y Clinton obtuvo más votos!

Se justifican ampliamente todas las manifestaciones de incertidumbre sobre los días que vienen para EE.UU. y para el mundo. La llegada al poder de un demagogo ignorante, que ha prometido soluciones simples para los complejos problemas de la era de la globalización y la interdependencia, solo puede acarrear enormes dificultades.

Si consideramos además que Trump es narcisista y megalómano, el panorama no puede ser más sombrío. Es cierto que el sistema de contrapesos institucionales podría amortiguar la desmesura del nuevo gobernante, pero la confusión, la desconfianza y los enconos que él provoque pueden tener efectos muy desestabilizadores. Esta es, probablemente, la prueba más dura que se ha planteado a la democracia estadounidense en 240 años.

Las palabras de George Washington cobran inquietante actualidad: “El gobierno no es una razón, tampoco elocuencia, es fuerza. Opera como el fuego, es un sirviente peligroso y un amo terrible; en ningún caso se debe permitir que manos irresponsables lo controlen”. 

EE.UU. vivirá ahora la experiencia de que el poder esté precisamente en manos de alguien que no tiene las calificaciones morales ni intelectuales para usarlo. Son los riesgos de las elecciones, se dirá, y hay que aceptarlos. Sí, son los riesgos. El sufragio es una gran conquista de la humanidad, pero no es una garantía de elecciones acertadas.

Es más, la historia ofrece innumerables ejemplos de elecciones catastróficas, que probaron que los ciudadanos se equivocan y pueden ser embaucados por falsos redentores. Muchos tiranos fueron consagrados por las urnas, y muchos otros conquistaron el fervor de las multitudes. Con las reglas de la democracia, muchos aventureros se las han arreglado en América Latina para desnaturalizar los procedimientos democráticos, dejar solo la cáscara de las instituciones y gobernar autocráticamente.

Tenemos que extraer algunas enseñanzas de todo esto. Hay que tomar en serio a los populistas, porque son una real amenaza. Fomentan los prejuicios y los miedos más elementales en la población con el fin de ganar su apoyo, que ofrecen soluciones aparentes para los problemas y que incluso repiten los lemas del último desfile para congraciarse con sus participantes. En rigor, son oportunistas dispuestos a vestirse con cualquier ropaje que les permita ganar popularidad y, por lo tanto, poder.

La democracia puede ser vulnerada por los audaces. Y la única defensa eficaz es contar con ciudadanos mejor informados y más alertas, que no se dejen engatusar y que aprendan a distinguir a los políticos que merecen confianza. No es sencillo. Son muchas las técnicas modernas para crear apariencias y hacer brillar lo que no es oro. Hay que batallar por la racionalidad.

De la experiencia de la elección estadounidense se derivan muchos elementos de reflexión. Por ejemplo, es incomprensible que la democracia más antigua siga siendo prisionera de un sistema electoral irracional, que los principios del federalismo no consiguen justificar. La elección indirecta tiene su origen en la fundación de EE.UU. y ha creado una tradición que no es fácil remover, pero ante los ojos del mundo es insólito que el voto popular finalmente no decida quién será el gobernante.

Según los datos disponibles el jueves 10 a mediodía, Donald Trump obtuvo 59.692.974 votos populares (47,5%), en tanto que Hilary Clinton obtuvo 59.923.027 (47,7%). O sea, Clinton superó a Trump ¡por más de 230. 000 votos! En cualquier otro país, incluso con régimen federal, 47,7 es más que 47,5, pero no en EE.UU. ¡Y tenemos a Trump como triunfador! Un sistema electoral anacrónico lo ha permitido.

Dado el poder y la influencia de EE.UU., se pueden esperar tiempos tormentosos para el mundo como consecuencia de la llegada a la Casa Blanca de un hombre sobre el cuál se justifican todas las aprensiones. Pese a nuestras diferencias, los chilenos tendremos que poner buena voluntad para establecer acuerdos y formas de cooperación para que nuestro país resista los ventarrones que puedan venir. 

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