Acuerdo por la infancia y el límite a la crueldad

La pregunta por la naturaleza del hombre ha llenado muchísimas páginas en la filosofía, la historia, la antropología, las ciencias y la literatura. Es uno de los grandes cuestionamientos que puso en las antípodas a pensadores como Rousseau y Hobbes: existe bonhomía profunda en el hombre, por naturaleza somos bondadosos y es la sociedad la que luego nos corrompe; o si, más bien, somos de naturaleza perversa, un lobo de nosotros mismos, envueltos en una guerra permanente de todos contra todos. ¿Por cuál opción optar?

En los años 60, se inició un estudio en la Universidad de Yale (“Experimento de Milgram: un estudio sobre la obediencia a la autoridad”) que da cuenta que el ser humano es capaz de ser muy cruel bajo determinadas circunstancias, sobre todo bajo presión. Que, bajo una fuerte carga emocional, se llega a infringir dolor físico a personas comunes e inocentes.

Y no estamos hablando de psicópatas como los que aparecen en la serie Criminal Minds, sino del resultado de este controvertido estudio, donde las personas le aplicaban dolor físico a otra sólo por obedecer órdenes, porque había alguien con suficiente autoridad que así lo ordenaba.

Así de banal, como la reflexión sobre la crueldad humana que hizo Hannah Arendt, en su informe “Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal”, donde expuso que la crueldad del nazismo, el mal humano arquetípico, fue el fruto de unas circunstancias históricas y de una época concreta.

Su tesis, muy controvertida, tuvo una línea de interpretación: el comportamiento humano de “gente normal” puede llegar a extremos indescriptibles, aunque ella misma fue reacia a esa interpretación, resaltando la supremacía de la voluntad y la elección moral.

Otro estudio que resulta relevante en esta materia, y con el cual los académicos han realizado paralelos con el de Milgram, es el de la “Cárcel de Stanford”, una prisión ficticia que se armó en dicha universidad, donde la mitad de las personas cumplían el rol de guardias de la prisión y la otra mitad el rol de prisioneros.

Los guardias empezaron a desarrollar conductas sádicas con los prisioneros, internalizando su papel, es decir, dado que estaban en esa circunstancia determinada, se comportaban de esa manera (teoría sobre la “atribución situacional”, donde lo relevante en el comportamiento es la situación donde uno se encuentre y no las características ni personalidad del individuo).

Por estos motivos, la crueldad es una dimensión, sin duda, a tomar en cuenta cuando estamos ad-portas (lo que todos esperamos) de un gran acuerdo nacional por la infancia, porque los niños están mucho más desprotegidos, y han estado, lamentablemente, expuestos en su integridad física y psicológica a un sinnúmero de amenazas. Y digámoslo, también a la acción irresponsable del Estado. 

Si la crueldad hacia los menores puede llegar a puntos tan despreciables como increíbles (incluso viniendo de gente común y corriente, de gente cercana), el objetivo de contener al máximo cualquier asomo de abuso tiene que ser la primera preocupación de una política pública exitosa.

De esta forma, el nuevo Servicio de Protección de la Infancia, o la institucionalidad que se cree, incluyendo el cómo se nombrará y elegirá a la persona que ocupe el cargo de Defensor de la Niñez, debe tener no sólo las competencias, sino una potestad efectiva para frenar cualquier vulneración en la integridad física y psicológica de los niños. 

Sumado a lo anterior, es vital una adecuación efectiva de la labor estatal en vistas de proteger y desarrollar niños con las mejores capacidades, un cambio radical de paradigma del Sename y sus instituciones relacionadas, y una reformulación estratégica profunda, con una mayor integración intersectorial.

Así, también jugará un rol clave la recientemente creada Subsecretaría de la Niñez, que justamente busca coordinar de mejor manera a todos los organismos relacionados con la protección y el cuidado de los menores de edad, pero también en la prevención de los abusos, para que éstos no deban ser derivados a instituciones de protección.

Finalmente, es la familia, idealmente, el mejor lugar para cualquier niño, y prevenir siempre es mejor que curar, pero el Estado debe hacerse cargo minuciosamente cuando esto no se puede evitar, pues la crueldad, a veces, se puede desencadenar sin mayores cortapisas.

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