Sospechando de nuestras miradas

Jorge Muñoz Arévalo SJ
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Estos días ha habido un intenso diálogo en torno al proyecto de ley que fortalece el control preventivo de identidad y que rebaja la edad a los 14 años. Se menciona que ese proyecto es otra medida que se suma a otras iniciativas del gobierno para mejorar la seguridad de los chilenos, poniéndola al nivel de ley antiportonazos, de la modernización de las policías o de la intención de que haya más carabineros en las calles.

Dicen que ningún daño le puede causar a una persona que un carabinero le pida el carnet, pues “el que nada hace nada teme”. Quien busca convencer de la sanidad de este proyecto, ciertamente buscará convencer con argumentos como éste.

Sin embargo, sí es incómodo, sí es ofensivo, pues el sólo hecho de pedir el carnet, de detener a alguien en su camino, es levantar una duda acerca de la honestidad y probidad de esa persona.

Se parte de la idea de que algo puede esconder, de que algo trama. No es la confianza lo que prima, sino justamente lo contrario, la desconfianza. Todo esto sumado a que justamente se hará el control a quienes por apariencia física, modo de vestir, gestos, levanten esa sospecha.

Desde su mismo origen el control preventivo tiene una carga de discriminación social que nos sigue distanciando y que genera mucha rabia a quien la padece. 

Es más penoso aún que esta iniciativa se esté llevando adelante, los mismos días en que, gracias a una publicación del Hogar de Cristo junto con otras instituciones, nos estemos enterando del altísimo número de niños, niñas y adolescentes que están fuera del sistema escolar. El estudio realizado habla 358.946, muy por encima de los 138.572 de la encuesta Casen 2017.

No quiero desconocer el número de noticias en las que nos informamos de la presencia de menores de edad en los hechos delictivos, y por ello, puedo suponer que todas las personas que han sido objeto de esos eventos traumáticos, pueden ver esta medida como algo positivo y conveniente.

Sin embargo, me parece que la forma de corregir estos sucesos no es bajando el límite de edad para el control preventivo de identidad. Me parece que lo primero es sorprenderse y escandalizarse de que tengamos a más de 358 mil niños fuera del sistema escolar.

¡Qué hechos positivos podemos esperamos de este hecho!

¡Cómo no va a ser caldo de cultivo de malos hábitos!

¡No tenemos derecho a manifestarnos en contra del aumento de la delincuencia si no hacemos algo por corregir esta tremenda falta de nuestro sistema! Es casi un crimen. Hay que reparar este daño.

Tenemos que asumir que los niños, niñas o adolescentes en situación de vulnerabilidad, o en cualquier situación de riesgo, siempre serán susceptibles de abandonar el sistema escolar y por ende, estarán propensos a verse involucrados en hechos delictivos, puesto que carecen de estructuras protectoras.

Además, los niños, niñas o adolescentes que ya se encuentran vinculados a los círculos de violencia son los más invisibilizados, estigmatizados y criminalizados no sólo por el Estado sino para la sociedad en general (Oficina Internacional Católica para la Infancia BICE). El control preventivo de identidad no ayuda en ningún modo a mejorar esta realidad.

Donde queda el eslogan de “los niños primero” que asumió este gobierno. No es que los culpe de este fallo del sistema escolar, sino que me parece que antes de aumentar la rigurosidad del control de identidad, se vele para que cada niño, niña, adolescente asista a una escuela o un colegio y que la educación que se le ofrezca sea de calidad, de modo que le abra puertas ciertas de futuro.

De lo contrario, podemos pensar que el eslogan hay que leerlo con alguna sospecha: los niños primero, los favorecidos, son los de cierto sector, de cierta situación económica, de cierta apariencia; para los demás, control preventivo.

No sé si estamos acertando en las decisiones, me queda la duda. Reaccionamos con medidas de control y no con acciones multiplicadoras de bien.

Reaccionamos instalando una barrera en una vía dañada antes que reparar la vía y permitir así diversas posibilidades de movimiento.

Reaccionamos sospechando y no bendiciendo. Necesitamos pronto escuelas de reingreso para esos miles de niños. Aunque también necesitamos una mirada más humana y compasiva para encontrar la solución a tantas necesidades sociales de nuestra gente.                                               

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