El desafío de la disponibilidad del agua

Eduardo Abuauad Abujatum
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El agua hace posible la vida de las personas, la producción de alimentos, el crecimiento económico, la superación de la pobreza y la sostenibilidad. Al revés, la falta de agua atenta contra todos estos objetivos y tiene un fuerte impacto negativo en la calidad de vida de la población.

Es un hecho que enfrentamos las consecuencias de una escasez hídrica que afecta a todo el planeta y, en mayor o menor grado, a nuestro país.

En marzo, el informe del Banco Mundial Groundswell: Prepararse para las migraciones internas provocadas por impactos climáticos, advertía que para 2050 unas 140 millones de personas en África, Asia y América Latina podrían verse obligadas a migrar dentro de sus países, empujadas por una caída en la producción de alimentos y menor disponibilidad de agua.

Hace unos días, leíamos de los primeros desplazados por el cambio climático en Chile, los habitantes de Monte Patria, quienes se han visto obligados a buscar oportunidades abandonando su tierra natal.

Hoy, según la Dirección General de Aguas, hay 62 comunas que cuentan con decretos de escasez hídrica vigentes, en las regiones de Coquimbo, Valparaíso, Metropolitana y Maule. Duele ver que el abastecimiento de agua para consumo humano en zonas rurales mediante camiones aljibe, que sólo puede ser una medida de emergencia, es más frecuente de lo que desearíamos a lo largo del país.

Las causas de la escasez son variadas, más allá del déficit de lluvias que hemos visto hace casi una década en la zona central.

En los últimos años también han cambiado los patrones de lluvia: cuando hay precipitaciones intensas, se concentran en pocos días, por lo que el agua escurre con rapidez y no alcanza a infiltrarse en la tierra para recargar acuíferos.

El crecimiento urbano, que implica pavimentación y construcción de amplias superficies, también atenta contra la recuperación de las napas subterráneas. Si hace diez años era posible extraer agua a 30 metros, hoy hay que llegar a 80 o 100 metros.

¿Hay solución? Sin duda. Un punto positivo es que en los últimos años hemos desarrollado un mejor conocimiento sobre el impacto de los cambios en el clima de cada zona. El uso de tecnología facilita el monitoreo de los cauces, lo que a su vez permite tomar decisiones de inversión adecuadas y diseñar e implementar las mejores respuestas. La innovación tecnológica nos sorprende día a día con nuevas propuestas que permiten un uso más eficiente de los recursos.

Asimismo, se puede incorporar el consumo humano en los planes de construcción de embalses, haciéndolos multipropósito en lugar de destinarlos exclusivamente al riego. La acumulación de agua en tiempos de abundancia actúa como seguro en épocas de estrechez. La gestión integrada de recursos hídricos, en la que todos los actores de una cuenca aborden de manera coordinada los desafíos específicos de esa cuenca, es otra herramienta indispensable.

No obstante, las advertencias son clarísimas: no podemos confiar en que la tecnología resolverá el problema, es necesario incorporar criterios de sustentabilidad a todas nuestras decisiones.

El camino adelante no es fácil y requiere un compromiso país, con la participación del sector público, la academia, la sociedad civil y las empresas. La alianza público-privada es fundamental para abordar estos desafíos, cada uno aportando con lo que sabe hacer mejor.

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