El fracaso de la diplomacia climática

Habiéndose cumplido más de un cuarto de siglo de conferencias climáticas, debemos concluir que la diplomacia climática global ha fracasado. La dinámica de estas conferencias se repite año tras año: incumplimiento de compromisos previos de los países, seguido de un llamado a aumentar las ambiciones de los nuevos compromisos. Se plantean cifras de ayuda estratosféricas para países vulnerables, de las que sólo se concretan montos insignificantes. El alarmismo ya no conmueve y se ha normalizado el vivir en un estado de incomodidad climática, sin lluvias, registrando récords de temperaturas estivales, observando lagos secándose y bosques agonizando.

La brecha entre lo que el planeta demanda y lo que los países están dispuestos a hacer, pareciera ser irremontable.

Suponer que las próximas conferencias tendrán dinámicas diferentes es simplemente engañarse. Se seguirán realizando, concurriendo delegaciones cada vez más numerosas, para discutir y advertir lo que tan sólo 12 meses antes ya se había discutido y advertido. Esto no debe sorprender, existe un negocio millonario alrededor de este tema, transacción de emisiones, asesorías en monitoreo, reporte y verificación, además de las asesorías para desenredar los laberínticos procedimientos que permiten acceder a financiamiento internacional por parte de países subdesarrollados.

¿Qué nos queda por hacer frente al fracaso de la diplomacia climática?

Parecieran existir tres caminos posibles. El primero es apostar todo al desarrollo tecnológico. En ausencia de compromisos globales de reducción de emisiones y ante la renuencia de los países a efectuar cambios significativos en sus modelos de desarrollo, sólo quedaría esperar que la ciencia nos rescate. Ya sea a través del hidrógeno verde, de mecanismos de captura y almacenamiento de CO2 o incluso a través de sistemas capaces de modificar el clima, en un escenario algo más futurista. Esta solución es propia de cornucopianos, quienes creen que el progreso continuo y la provisión de artículos materiales para la humanidad pueden ser satisfechos por avances continuos similares en tecnología. El término proviene de la cornucopia, el "cuerno de abundancia" de la mitología griega, que mágicamente suministra a sus propietarios con comida y bebida sin fin.

El segundo camino es emprender acciones de adaptación a escala nacional o regional, sin esperar que sean parte de una estrategia global de tipo vinculante. La adaptación a escala nacional no puede esperar que el resto del mundo se ponga de acuerdo. Tampoco podemos depender de recursos de organismos internacionales que, como condición de sus aportes, exigen procedimientos kafkianos que consumen más recursos de los que dedican a la mitigación o adaptación.

El tercer camino se enfoca en aplicar medidas no arancelarias para intentar eliminar procesos altamente impactantes sobre el medio ambiente. Las medidas no arancelarias se definen en general como medidas de política que pueden tener repercusiones económicas en el comercio internacional de bienes, modificando los precios o los procesos de elaboración de productos.

Esta estrategia es la que busca impulsar la Unión Europea al anunciar una nueva regulación para prohibir las importaciones de productos que contribuyan a la deforestación. Se regularían los productos que los ciudadanos de la UE compren, utilicen y consuman, para que estos no contribuyan a la expansión de las tierras agrícolas y, como consecuencia, a la destrucción de los bosques. Entre los productos que se regularían están materias primas como la soja, la carne de vacuno, el aceite de palma, la madera, el cacao y el café, y de algunos de sus productos derivados.

Esta medida, de implementación unilateral y exigible a los 27 países de la UE, abandona la búsqueda de acuerdos globales y plantea medidas ejecutivas de impacto en el corto plazo a problemas ambientales como es la deforestación en países que exportan commodities. La medida parece sensata, ya que según el Global Forest Review el total de bosque reemplazado en el período 2001-2015 por commodities asciende a más de 70 millones de hectáreas, de las cuales 45 corresponden a la industria ganadera y 20 a la industria de la soja y el aceite de palma.

Las medidas no arancelarias, sin embargo, tienen limitaciones. Es posible aplicarlas en países desarrollados que son capaces de absorber el aumento de costos que estas exigencias pueden producir, pero no son medidas que puedan implementarse en países en vías de desarrollo. Todo lo contrario, estas medidas impactarán la economía de los países exportadores. Tampoco es una estrategia que pudiera estar dispuesto a implementar China, en tanto es el principal consumidor de commodities del mundo. Es poco probable que la voracidad del país asiático por commodities de todos los rincones del mundo, incluido Chile, se detenga por consideraciones ambientales en los procesos de producción.

Cualquiera sea el camino que se tome, parece claro que no debemos seguir alimentando expectativas con lo que puede lograr la diplomacia climática y sus conferencias anuales. Conviene dilucidar cuanto antes qué podemos hacer de manera individual como país para enfrentar los desafíos climáticos de este siglo.

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