¿Prohibir los pinos?

Hace varias semanas la Corporación Nacional Forestal, CONAF, licitó por mercado público los servicios de reforestación de 1.500 hectáreas entre las regiones del Maule a la Araucanía, por montos que ascendían a 972 millones de pesos. La licitación apunta a recuperar productivamente predios de pequeños propietarios incendiados el año 2017 y que poseían plantaciones de pino.

No pasó mucho tiempo para que surgieran críticas a esta iniciativa y la intención de financiar con recursos públicos plantaciones de especies exóticas.

Dentro de esas críticas destacó la Sociedad de Ecología de Chile (Socecol) afirmando, entre otras cosas, 1) que la reforestación con pino no es restauración, 2) que lo deseable es restaurar y manejar el bosque nativo en los predios quemados y 3) que ojalá se prohibiera el subsidio a plantaciones forestales con recursos públicos.

¿Son correctas estas afirmaciones?

¿Son cuestionables las licitaciones de Conaf?

¿Debemos evitar reforestar con fondos públicos predios incendiados y hacerlo con especies introducidas?

¿Las plantaciones de pino incendiadas y en manos de pequeños propietarios deben restaurarse con especies nativas?

Son muchas preguntas, pero todas apuntan a reflexionar sobre esta dicotomía que se busca instalar entre bosque nativo y plantaciones, tema que parece obsesionar a ciertos grupos.

Es una dicotomía que busca separar entre árboles buenos y malos, dependiendo si conforman bosques (es decir, especies nativas) o plantaciones (es decir, especies exóticas). Y si son plantaciones exóticas con fines productivos, doblemente malas.

¿Es una exageración? Estos grupos dirán que sí. Que ellos en ningún caso están en contra de la producción. Parece una afirmación razonable ¿quién podría estar en contra de la producción?

Nos alimentamos, nos vestimos, nos calefaccionamos, transportamos y un largo etcétera, a partir de lo que otros producen. Negar la producción es negar nuestra forma de vida.

Pero en la práctica su aceptación de la componente productiva del desarrollo no parece sincera. Sus propuestas pueden interpretarse como un desmantelamiento productivo, tendiente a reverdecer o renaturalizar los territorios, no importando el impacto económico que ello involucre o no importando las preferencias de los dueños de dichos territorios.

En el caso específico de las licitaciones mencionadas al principio, estos grupos apuntan a que los predios quemados se reforesten con especies nativas o bien que se maneje la vegetación nativa remanente, en caso que esta existiera. Convengamos en que sus propuestas apuntan sólo a predios forestales con pinos o eucaliptos. Sus ambiciones no se expresan hacia terrenos dedicados a la producción agrícola o vitivinícola que se hayan incendiado. Solo predios forestales.

Demostrando una falta de empatía, a estos grupos no les inquieta el perjuicio económico a los propietarios por esta decisión, ya que le atribuyen a las futuras formaciones vegetales nativas que se crearán tal cantidad de beneficios y oportunidades económicas, que no dudan del surgimiento de infinidad de proyectos locales que generarán ingresos no extractivos suficientes para compensar cualquier costo de oportunidad.

Entre otros múltiples ingresos, mencionan los servicios ecosistémicos de los bosques, principalmente la producción de agua, con una fuente casi segura de recursos económicos para los propietarios.

Por otra parte, señalan que la opción por plantaciones de especies introducidas de rápido crecimiento condenará a los propietarios a la sequía de sus predios, a plagas, incendios, pobreza, migración y, si logran contar con plantaciones adultas en edad de cosecha, el monopsonio de las empresas forestales les pagará una miseria por su madera.

Bajo un escenario tan apocalíptico, no pareciera necesario prohibir dichas plantaciones, nadie en su sano juicio optaría por algo parecido a las diez plagas de Egipto.

Pero curiosamente los pequeños propietarios sí desean plantar estas especies, pese a la campaña de desprestigio que estos cultivos sufren. ¿Por qué? Porque la caracterización de las plantaciones que hacen quienes las desprestigian no es correcta. Hay racionalidad en sus preferencias, los propietarios no son tontos o ignorantes. Son capaces de hacer estimaciones económicas, proyecciones futuras de venta, períodos de retorno.

Estos propietarios parecen sostener que es justo reponer con la misma especie quemada aquellos predios que sufrieron incendios. Por otra parte también pueden reflexionar que las especies nativas, de incierta sobrevivencia, mayores rotaciones y ausencia de mercados, no generan los beneficios que los grupos ya mencionados promueven con exaltación.

La recuperación productiva de predios quemados con ayuda del Estado no es un error o un desvarío. Si esta recuperación es con la especie que existía antes del incendio, parece enteramente razonable. Si la especie era pino, resulta lógico reforestar con pino.

Si las formaciones quemadas eran nativas, también resulta lógico que el Estado apoye la restauración con especies nativas y no fomente la sustitución.

También parece razonable impulsar un plan nacional de restauración ecológica de bosques nativos degradados. Todos estamos de acuerdo con ello. Pero lo primero no es obstáculo para lo segundo. Se pueden apoyar desde el Estado acciones de recuperación productiva (por ejemplo, pino) y también de restauración ecológica (por ejemplo, especies nativas).

Nadie nos obliga a hacer sólo una de ellas.

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