Una Constitución ecológica para un buen vivir

Nos encontramos en una crisis climática y ecológica. Superarla es una labor muy compleja y que requiere cambios en muchas de nuestras estructuras. Mientras un paso importante que podemos dar es lograr tener una Constitución Ecológica, ello sólo tendrá efectos reales en la medida que afecte nuestro modo de vida, cuestión que será mediada por los propios objetivos que como sociedad nos fijemos en una nueva constitución. 

Cambiar el estilo de vida significa, entre otras cosas, fijar ciertos valores fundamentales para dicho estilo. Entre los valores que se posicionan como centrales en nuestro estilo actual, está la producción, el consumo y la eficiencia, todos enfocados en la búsqueda de un mayor bienestar material. Esos valores no son fijados por una Constitución, pero son reforzados por ella. Así las cosas, los dispositivos normativos que tienden a la protección de la certeza de la inversión, el estatuto expansivo de la propiedad privada como eje ordenador de la sociedad, y la estructura jerárquica y centralista del Estado, están animados en parte por los valores antes expresados.

Desde el punto de vista de la protección del medio ambiente y la vida, dichos valores no son un aporte, sino generalmente un mayor riesgo. Lo mismo sucede para otras cosas que nos son muy preciadas, como las relaciones familiares y comunitarias, y las posibilidades de las generaciones futuras.

Una Constitución Ecológica, por lo tanto, debiera reforzar un estilo de vida centrado en los cuidados y que permita la búsqueda del bienestar general de las personas, y en los medios productivos de una supuesta economía en desarollo.

Esto requeriría vanzar en la valoración de las labores de cuidado (de otras personas, del hogar, de la naturaleza, de los bienes comunes), las funciones que cumplen las comunidades como tejido social y el valor de existencia de la naturaleza.

Para el bienestar general de las personas, el medio ambiente sano cumple un rol insustituible. No sólo porque nuestra economía y salud dependen de ello, sino porque también nuestra calidad de vida se ve muy afectada por cuestiones como la armonía del paisaje, la existencia de biodiversidad a nuestro alrededor, el contacto directo con la naturaleza y nuestras labores de cuidado al medio ambiente. Lo anterior, sin considerar que de la estabilidad de los ecosistemas depende nuestra agua, alimentación y, en general, nuestra vida.

El bienestar, considerado en sus múltiples dimensiones y especialmente cuando se integra de manera consistente con la idea de medio ambiente sano, se parece mucho al concepto que los pueblos originarios tienen sobre el Buen Vivir, que contiene la idea de una vida armónica y en equilibrio con la naturaleza, respetuosa de las vidas diferentes de la humana y entendiendo que nosotros también somos parte de la naturaleza. Esta visión, milenaria para los seres humanos, ha sido incluso reconocida nuevamente por la Iglesia Católica en los últimos años.

La idea de Buen Vivir interpreta la riqueza como el logro de un equilibrio entre nuestras necesidades y el uso de los bienes comunes.

Esto obviamente no significa desatender la necesidad de bienestar material, pero sí entender que está limitado no sólo por la capacidad humana de producción de bienes y servicios, sino también por la capacidad de la naturaleza de reproducir los elementos y procesos necesarios para que la vida se mantenga.

Por último, esta idea de Buen vivir no es una idea rígida, sino que reconoce que los cambios en nosotros y en los ecosistemas son parte de la búsqueda de equilibrios.

De esta manera este estilo de vida se va enriqueciendo, por un lado, con los cambios paulatinos de nuestra sociedad y el medio ambiente, y, por otro lado, con la interacción continua de elementos naturales diversos, entre los que se encuentran seres humanos con diversas costumbres y formas de vida. Todo ello, enmarcado bajo el principio general y elemental de la armonía.

Reconocer al Buen Vivir como un principio constitucional, como un objetivo al que apuntamos como sociedad, no solo sería un reconocimiento a las formas de vida de los pueblos originarios de Chile, sino también reconocer la necesidad urgente que tenemos de establecer, dentro del sistema social, un fundamento central que vele por la protección de nuestra salud, afectos y entorno.

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